Dos boletos, una despedida

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Caminaba a encontrarme con Emma en su cafetería favorita, decidí que era un buen día para dejar el auto en casa. Nuevamente iba jugando con las grietas en el camino, recordando a Emma y su forma de ser tan peculiar. El cielo estaba celeste encendido con algunas rayas amarillas, señal de que pronto caería la tarde. Recordaba su sonrisa, tenía una sonrisa hermosa, armoniosa, era placentera solo verla curvar sus labios, como un poema de esos que recuerdas con ternura, belleza y un poco de pasión.
Legué a la cafetería y pude verla en la misma mesa que cuando nos vimos la primera vez. Saludé a Benito desde lejos. Me acerqué a donde estaba Emma, ella se puso de pie, me abrazó y me invitó a sentarme.
—Ya te pedí un café.
— ¡Gracias! —dije sonriendo— ¿Llamarías casualidad al hecho de habernos conocido de esa forma?
— ¿En la calle mientras perseguías un sobre? 
—Sí.
—Casualidad, destino, universo o Dios, ¿Qué más da? Ya estamos acá —sonrió mientras Benito ponía los cafés sobre la mesa, solo correspondí la sonrisa.
—Anoche estuve viendo fotos de Bora Bora, es un lugar hermoso —Emma me miró fijamente.
— ¿Llamarías casualidad al hecho de que anoche yo también vi fotos de Bora Bora?
— ¿En serio? —reí sorprendido de escuchar aquello.
—Sí, te lo juro.
—Háblame de viajes.
— ¿Por el mundo?
—Sí.
—Creo que esa es la idea más fascinante del mundo, imagínalo, solo irte a un lugar, estar ahí unas semanas e irte a otro lugar completamente diferente, imagina empezar de cero en un lugar donde nadie te conozca. Hay tantos lugares bellos para visitar, no podría alcanzarme la vida para visitarlos todos.
—Pues yo me voy a Bora Bora.
—No te creo, eso es increíble —su tono era alegre pero nostálgico a la vez.
—Tengo dos boletos, vámonos conmigo.
— ¿Irnos?
—Sí —estiré mi mano hacia la de ella y la tomé con delicadeza, ella tenía una medio sonrisa que me daba seguridad— vámonos juntos, quiero llevarte conmigo. Emma, hay conexión entre tú y yo. Yo estoy...
— ¡No lo digas! —me interrumpió y soltó mi mano. Su rostro se puso serio— te dije que no lo hicieras —se levantó, tomó su bolso y se fue.
Me quedé en blanco, sin saber que pensar, mi único instinto fue levantarme y seguirla. Corrí un par de metros hasta alcanzarla, la tomé del brazo y la detuve para hablarle.
—Sé que no quieres a tu novio, Emma, nosotros, tenemos algo.
—No hay un nosotros.
— ¡Claro que lo hay!
— ¡Me voy a casar!
— ¿Qué? ¿Dejaste que pasara algo conmigo y te vas a casar? No significó nada entonces.
—No he dicho eso. Escucha, sí, fue especial. Sí, tal vez tenemos algo, para mi significó mucho todo, pero voy a casarme y no hay nada que puedas hacer.
— ¿Por qué?
— ¿Sabes que es más cliché que el haberte dicho que no te enamoraras de mí? Que me ignoraras y lo hicieras.
—Emma...
—No... —me interrumpió de nuevo, su tono era desesperado y molesto— ¡Tenías que escucharme! No tenías que hacer caso a mis miradas o mis abrazaos ni a nada de eso, tenías que hacer caso a lo que dije, porque lo que dije venía de mi cabeza, de toda mi parte razonable, tenías que escucharme, porque mis miradas no sé de donde vinieron.
—Las miradas no mienten.
—Las palabras tampoco, no hay nada que puedas hacer, me voy a casar. Y tú tienes que empezar de 0 en otro lugar, formarte una vida nueva —sentía que cada vez que lo decía estaba pidiéndome que en realidad hiciera algo.
—Solo vámonos.
—No puedo, lo siento —se dio media vuelta y la miré marcharse.
—No te vayas —susurré mientras ella se alejaba cada vez más.
Sentí un dolor diferente, como constante, como que cada vez que respiraba me dolía, como si mis pulmones se hicieran pequeños. Era incapaz de llorar, no podía hacerlo. Mis pies pesaban más de lo normal, tenía que arrastrarlos por la calle, me dolía todo lo que estaba sintiendo en ese momento. Cada pequeño momento que había vivido con ella, cada palabra, cada muestra de cariño, me estaba doliendo en la piel, era ese tipo de dolor que no se puede quitar con nada, no hay nada en esta tierra capaz de cambiar esa sensación, esa combinación de impotencia y rabia por no poder hacer nada.
La tarde me parecía triste, insípida, sin intensidad, no había vida en ese cielo. Decidí que no iba a dejar que ella se fuera así, despacio, dándome permiso de sentir en cada paso el dolor, llegué a casa y empecé a investigar, mi instinto de periodista tenía que funcionar para algo. No iba a dejar que se fuera, sabía que ella quería que la detuviera, cuando habló su voz se quebraba y sus ojos se humedecían. Averigüé donde se casaría y a qué hora, por una red social, tenía su nombre y apellidos así que pude buscarla y ver un par de publicaciones de sus amigas sobre la dicha boda. Pensé en que podía decir y convencido de que aquello no había sido una despedida, salí camino a su casa.

La última gotaWhere stories live. Discover now