Capítulo I

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"¡Una creación monstruosa!"

El grito de mi madre cruzó la casa de esquina a esquina y llegó a mi dormitorio. Salí corriendo, asustada del grito, preocupada de qué lo había provocado.

-¡¿Qué pasó, mamá?!

Mi madre, encorvada sobre la radio portátil que ella misma había dejado en el suelo, parecía trastornada, elevada por alguna fuerza enloquecedora.

-Escucha esto

Rápidamente puso la radio cerca de mi oído derecho. Era una aria, originalmente cantada por el castrato Caffarelli, interpretada por algún coro infantil. Las potentes voces de los sopreanos y los altos se empalmaban, trepaban y confluían en un solo cuerpo de aire fantasmal.

-¿Qué tiene? - pregunté confundida, sin entender por completo la inquietud de mi madre.

-¿No te parece obscena – comenzó- la existencia del castrato? En algún momento de la historia la voz de los castrados fue considerada la de un ángel. Hoy nos parece una creación monstruosa.

-Pero ¿para qué lo escuchas entonces?

-Hay que escuchar y seguir escuchando, para entender.

-Se me hace tarde mamá.

Este era el encanto de mi madre; una calculada excentricidad que solía desbordarse un día a la semana. Quería a mi madre y a sus excesos y reconozco que fue por su influencia que aquel año entraría a estudiar, después de algunos intentos, la carrera de mis sueños. Debes hacer lo que tengas que hacer, me había dicho con sus ojos cafés clavados en los míos, sólo así se puede vivir realmente, lo otro es matar el tiempo. Ese día se terminó de sellar un silencioso pacto de complicidad.

-Me voy.

Sentí un golpe de calor al salir de la estación de metro. El verano santiaguino hervía en toda la ciudad, al punto de parecer derretirla, aletargarla. Vi enseguida el imponente edificio; casa central de Universidad de Chile y un pequeño grupo de gente conversando frente a la entrada. Quizás quince, entre hombres y mujeres, vestidos con vaporosas camisas extravagantes, algunas estampadas de colores chillones, otras negras; zapatos caros, algunos con sombreros y todos con gafas de montura gruesa. Entendí enseguida que no encajaba. Yo usaba una cómoda camiseta gris y unos pantalones cortos de mezclilla.

No era nueva la sensación de no encajar. Nunca realmente me había abandonado la incomodidad de estar en lugares extraños. Incluso en lugares conocidos, siempre me mantuve desconectada del resto, cuidándome quizás.

Meneé la cabeza para espantar mis pensamientos y crucé la Alameda. Si iba a entrar, lo haría y ya, sin darle tantas vueltas al asunto. Además, desde que fue anunciada, quería asistir a la conferencia que daría Slavoj Žižek. Había visto un par de vídeos de él en YouTube, epxplicando una serie de mecanismos del postcapitalismo. Me parecía interesante y se transformó en un pasatiempo contar sus tics y manías.

Miré mi celular. Faltaba aún una hora y ya se estaban juntando personas en la entrada.

-Hola, ¿vienen a la conferencia?- pregunté.

Nadie me contestó. Todos parecían absorbidos en sus conversaciones particulares. Hablaban de Žižek, de su obra. Sentí otro pequeño vértigo. Quizás era yo la menos instruida de los asistentes. Ciertamente no sabría qué preguntar. Menos aún contestar si Žižek me interpelaba.

-Tengo muchas preguntas que hacerle sobre el surgimiento del Frente Amplio- comentaba uno.

-Quizás no sepa, finalmente es solo un Comunist Superstar pero es bien liviano en sus conferencias- argüía otro.

Decidí caminar por la Alameda hasta pillas algún lugar para tomarme un té y calmar los nervios. Santiago se movía rápido a esa hora, el centro estaba tumultuoso y los caudales de gente se adelantaban los unos a los otros, como trenes frenéticos descontrolados. Pero yo me movía lento. No tenía apuro. Quizás ni siquiera volvería a ver la conferencia. De todas formas decidir ir había sido un impulso. 


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⏰ Last updated: Jun 17, 2018 ⏰

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El amor de SlavojWhere stories live. Discover now