Prefacio

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El frío cala hasta los huesos en Central Park. Un hombre alto, fornido y de barba entrecana sube el cuello de su abrigo negro mientras pasea. En cinco horas debe tomar un avión hacia un pequeño país sudamericano. Sudamérica, piensa. Se imagina paisajes urbanos decadentes, hirviendo aún en el caldero de los experimentos neo-liberales del siglo XX; dónde existe el tren subterráneo, pero se deben segregar los vagones por género para evitar el acoso.
-Al menos el tiempo estará más cálido...

Pasa frente a las lagunas congeladas pobladas de niños patinando camino al hotel. Sus gruesos zapatos no lo protegen completamente. Este frío es distinto, le deja perplejo, lo invalida, le parece una premonición mortal: así debe sentirse el morir... el frío que sube desde los pies hasta alcanzar el corazón. Entonces nada. Nada. 

Debe hacer su maleta. No tiene mucha ropa. Sus prendas vitales son, sobretodo, sus camisetas rojas con uno que otro escudo de alguna república popular comunista. Debe llevar también sus libros, su laptop con sus conferencias y algunas películas para matar las horas de espera en el aeropuerto y el avión. Empaca también su busto de Vladimir Ilich Ulianov, el que lleva en todos sus viajes, bien de manera irónica, bien por una romántica reminiscencia de su ideologizada juventud, no lo sabe bien. Hoy no sabe nada. Desde la mañana se siente raro. El viaje a sudamérica lo tiene tenso. Presiente, le cuesta formular una taxonomía de su angustia. De pronto, un impulso lo obliga a desempacar su laptop.

Encuentra al fin el mail del coordinador de la charla. Lee por encima los saludos y agradecimientos protocolares. Repasa el itinerario, los expositores, pero la ansiedad no lo deja encontrar lo que busca. ¡Aquí está! exclama aliviado.
-Chile... me voy a Chile.


El amor de SlavojWhere stories live. Discover now