Cicatrices de guerra

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Astoria sabía que esto sucedería tarde o temprano. Su madre se lo había advertido una y otra vez durante todo su noviazgo con Draco, e incluso tuvo la osadía de repetirlo el día de su boda. «Aún puedes arrepentirte— le había dicho— Piensa en tus hijos, ¿sabes lo que tendrán que soportar? ¿Realmente deseas esto?»

Por supuesto que ella no se arrepintió, la insistencia de su madre incluso le había llegado a parecer insultante. Después de todo, ella ya no era ninguna niñita pequeña e impulsiva, incapaz de decidir por sí misma. Era lo suficientemente madura como para saber que era lo que en realidad quería, y en ese momento sólo quería a Draco. Poco le importaban las opiniones que tenían los demás sobre él, ella era la única que podía jactarse de conocerlo en todos sus matices. Lo había visto enfadado, asustado y humillado. Pero también emocionado, enamorado y contento. Era consciente de que su prometido había obrado de una forma detestable, había apoyado a la causa equivocada y había cometido actos que por poco asesinan su humanidad. Pero también sabía que sólo había actuado como cualquier niño asustado lo haría. Draco no era bueno ni malo, sólo era un humano, uno del cual ella estaba enamorada. Por eso se casó con él, sin pensar en los errores pasados ni en las desgracias venideras.

Su boda fue tranquila, cumpliendo con el típico cliché, fue el día más feliz de lo que llevaba de vida. Ni siquiera la mirada de desaprobación de su adorada madre y la expresión de rencor que mantuvo su padre, pudo minar su satisfacción. Una vez casada, jamás volvió a recibir advertencias de parte de su madre. Ya era lo suficientemente humillante que su hija menor estuviera casada con un antiguo mortifago. Un divorcio sólo traería más deshonra a la ilustre familia.

La primera vez que Astoria evoco las palabras que su madre le hubiese dirigido el día de su boda fue cuando supo que estaba embarazada. Ya se lo había dicho a Draco, había sido mimada, abrazada y felicitada. Había derramado lágrimas de alegría y acariciado su vientre con anhelo. Y el recuerdo la ataco poco antes de irse a dormir. «...Piensa en tus hijos...» En el momento de la advertencia no pensó en ellos, ¿cómo preocuparte por alguien que no existe? Pero en ese momento la perspectiva cambió un poco, sólo un poco, porque ahora su hijo o hija si existía, aunque ella no pudiera verlo aún. En todo caso, no se arrepintió de sus decisiones, pero pudo comprender un poco a que se refería su madre. El apellido Malfoy había pasado de ser reverenciado, a ser despreciado. Había pasado de ser relacionado con riqueza, lujo y orgullo a deshonor, maldad y artes oscuras. Y en unos meses, ella, para bien o para mal, traería al mundo a un niño que portaría ese apellido maldito.

Cuando Draco llego a la alcoba, la encontró llorando. Por un instante pensó en lo peor, así que cuando su esposa le explicó sus miedos no pudo evitar sentirse un poco aliviado, él ya había pensado en eso, después de todo era a él a quién le tocaba recibir los insultos a diario. Se acostó a su lado y la abrazo, le dijo al oído todas las frases que le parecían tranquilizantes. Él no era bueno en eso, las escasas ocasiones en que había sido consolado estaban demasiado pérdidas en su memoria como para usarlas de ejemplo para saber que debía hacer. Así que cuando la señora Malfoy sucumbió al sueño, él la estrecho en sus brazos, sintiéndose satisfecho y la siguió al mundo de los sueños, sitio en donde nadie lo juzgaría por sus decisiones del pasado, a menos, claro, que se encontrará en una de sus habituales pesadillas.

La segunda ocasión en que la bella esposa de Draco tuvo el recuerdo de esas palabras rondando en su mente, ya tenía a su pequeño bebe en brazos. A diferencia de la última vez, la joven de cabellos castaños no lloro al pensar en el futuro que aguardaba a su hijo, teniéndolo en brazos era incapaz de creer en la existencia de alguien que quisiera dañar a su niño. Después de todo, ¿qué culpa podría tener él, de lo que hubiese hecho su padre? Ninguna, cualquier persona con algo de sentido común lo podría comprender. Y Astoria sonrió, segura de que su madre había estado terriblemente equivocada, lo cual realmente no era ninguna novedad. Estaba tan feliz y distraída con su bebe, a quién ella y Draco habían decidido llamar Scorpius Hyperion, «digno nombre para un niño de su clase», como había dicho Draco, que no pudo alcanzar a escuchar los murmullos de las enfermeras, o quizá no quiso hacerlo.

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