Boca de llanto.

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¡Boca de llanto, me llaman tus pupilas negras, me reclaman. Tus labios sin ti me besan!

Steve reconoce aquellas letras, inclusive antes de abrir los ojos, mucho antes de permitir al frío recorrerle la piel. Reconoce, de igual forma, aquel zumbido que recorre su corazón al escucharlo y al momento sabe que esa es su entrada.
¡Cómo has podido tener la misma mirada negra— interrumpe, dejando que el viento que pasa a través de la ventana abierta de la habitación le acaricie el rostro.— con esos ojos que ahora llevas!

Tony sonríe alegremente ante la continuación del poema que estaba recitando, volteando hacia arriba para admirar como el olor a pino y petricor combinaban a la perfección con el rubio de sus hebras. Mientras, el susodicho jura que el concepto de felicidad es ese; ahí mismo, en ese instante, con esa persona. 
El chico castaño traía entre sus brazos troncos que él mismo había cortado; seguro que estos fungían como leña para la chimenea.
Cuando entró a la cabaña, dejó el montón de madera al pie de la escalera, susurrando algo que Steve no entendió, cuando este bajó para darle la bienvenida al ajeno. 

—¿Recuerdas cuando traje esos libros de poesía?— pregunta un Steve aún adormilado, con la prenda del día anterior que yacía en el cuerpo contrario. 
Tony resopla mientras se quita los guantes y dedica a sus manos desnudas un hálito que busca proporcionar calor. 

—¿Son tuyos? Quien lo diría, creí que Bruce estaba enamorado.

Ante esto, el más alto dedicó una dulce y nostálgica sonrisa, mientras negaba con la cabeza.
—Dijiste que era todo un cursi y me tachaste de "pseudo romántico aficionado."
—Yo no recuerdo haberte dicho eso.— respondió mientras fingía inspeccionar el método más efectivo para transportar su leña. Sin embargo, el recuerdo no pasó desapercibido, y le robó una de esas efímeras y bellas risas, con las que Steve soñaba cada día que pasaba lejos de él. 

—Anthony...—le llamó mientras buscaba el dorso de su mano con la diestra; notando así lo gélida y temblorosa que esta estaba.— Cásate conmigo. 
Sus palabras eran sinceras, demasiado. Es más, podría jurar en ese momento que en su vida había estado tan seguro de algo como lo que le acababa de pedir. 
—Pseudo romántico aficionado. —Tony intentó reír, pero el sonido se le atoró en el pecho, contemplando y huyendo a su vez de la mirada azul del contrario.
Sus ojos se vieron acuosos al notarse incapaz de retenerle la vista.
—Sabes que eso no se puede, Steve— se enjugó algunas de las lágrimas que se le habían escapado, pero su deseo de hacerlas desaparecer se vio frustrado al sentir como estas sólo precedían al llanto doloroso que ya comenzaba a asomarse.— Recítame el mar... Sabes que aquí todo se congela. —terminó, mientras le besaba los ebúrneos nudillos que se mantenían rígidos ante sus acciones.
Steve observó cada uno de sus movimientos, mientras aquella aflicción disfrazada de una opresión intensa en el pecho le recordaba su inminente destino. 
El destino de ambos. 
Sin agregar algo más, el de hebras claras deslizó sus manos fuera del alcance de las contrarias, recibiendo de parte de Tony, una mueca de desconcierto que no duro mucho, pues el más alto ya lo había atrapado entre sus brazos, susurrándole una canción que ya no recordaba. 

—¿Cómo va eso, Tony?— se aclaró la garganta, sabía lo importante que era la respuesta, lo significante que esta sería para la continuación de sus vidas. 
Steve confiaba mucho en él, casi al grado de asegurar que tenían todas las de ganar, y que al final se habría preocupado para nada, como Tony ya le había demostrado infinitas veces. 
Quería, no, deseaba, que esta no fuese la excepción. 

Pese a ello, la respuesta que esperaba nunca se hizo notar. 

—¿Cómo pudiste seguir creyendo que lo lograría? —repuso el más bajo, con la combinación de tristeza y frustración rodándole por las mejillas. —Ya no sirvo para nada, Rogers, soy sólo un inútil que, en tu egoísmo, sigues queriendo mantener vivo. 

Steve ni siquiera pudo analizar todo lo que las palabras escuchadas significaban cuando Stark, a paso rápido y plúmbeo, se adentraba a una de las pequeñas habitaciones que a primera vista no se notaban en aquella casa. 
El capitán lo siguió, casi por inercia, mientras se reprochaba por realizar aquella pregunta.
Aunque sabía que era necesario hablar de ello.

—¡Todo esto no sirve! —las manos del moreno no podían controlar los austeros temblores, reflejados en la torpeza con las que se movían.— Resulta que perdí el tiempo, que te hice perder el sueño creyendo que habría una solución.—una sonrisa rota se asomó entre sus labios.— Pero ya te dije, todo aquí se congela. 
Sus palabras fueron acompañadas con el metálico traqueteo de las herramientas, las partes inconclusas de armaduras hechas de distintos materiales y utensilios de hospital -que eran los que más abundaban, junto con instrumentos para experimentos químicos.- que estos hacían al ser arrojados por el genio mismo que antes las había usado. 

—Bruce puede...—
—¡Bruce no puede hacer nada sin mí!—Interrumpió, gritando. 
Steve se adelantó, envolviendo con sus brazos el cuerpo delgado de Tony por la cintura una vez más, queriendo actuar como un rincón de paz en esa guerra que, sabía, estaba disputando con su propio ser. 
Sus manos atraparon las muñecas del menor, quien buscaba hacerse daño con estas mismas, mientras las acariciaba con ternura, con amor... 
Y con su propio suplicio. 
—Y yo no... —luchó por unos momentos para lograr la libertad de sus extremidades, apagándose de a poco su escasa energía que aún le sobraba— Y yo no puedo hacer nada sin mi mente. 

El de doradas hebras había hecho de una esquina de la habitación un espacio hermético, donde sólo ambos podían estar, sin preocuparse por el ambiente que les rodeaba. Este tenía atrapada la cadera del más bajo con sus piernas, y susurraba palabras apaciguadoras contra el castaño cabello que tanto adoraba acariciar, sin siquiera deshacer el abrazo.
Los pesarosos sollozos de Anthony no disminuyeron, incluso cuando el más alto le despojó de la prenda que le ayudaba a resguardarse de la nieve para observar y acariciar las manchas purpúreas, las marcas de dientes propios y la falta de piel a causa de desesperados rasguños que sus brazos y parte de su pecho albergaban. 

—No merezco que sigas confiando en mí, soldado. 
—Para mí, Anthony, te mereces cada fragmento de lo que soy. 

—Quiero irme a casa.— susurró después de unos momentos de silencio ante las palabras ajenas. 
—Estás en casa. 
—Ya no quiero que me haga daño, y, de todos modos, el hecho risible de encontrarme aquí me provoca naúseas. 

Como al principio de ello, Steve dejó de entender lo que decía. 

Tan sólo pudo asegurar que, en efecto, era un maldito egoísta.

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Tarde ñero seguro, ¿eh? En fin, como dije, creo que conrinuaré esta historia, pues generé un cariño a ella muy bonito que me gustaría continuar. Mi plan también es seguir con las demás, pero ya veremos qué sucede.
Gracias por leer y esperarme.

Ilusión de un alma en decadencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora