El príncipe Leo es el galán del reino, y su padre, El Rey, está más que orgulloso por ello.
Un día su padre lo llamó de urgencia, "¡TRAICION!", era el rumor que se corría por el reino, pero nadie sabía exactamente qué había pasado.
En el palacio todos estaban alterados, había movimiento día y noche, sin embargo la reina no se veía por ningún lado.Al darse la orden para que me fuera a dormir me escabullí por el palacio, hasta la habitación de mi madre, forcé la cerradura para lograr entrar, y ahí estaba ella, hecha un mar de lágrimas, cuando se dio cuenta de mi presencia esta corrió hacia mí, me abrazaba pidiendo perdón, soltó –No vayas a llorar por mí, no lo merezco, Sophiya perderá un poco la cordura por esto, pero ten la seguridad de que nada de esto fue traición mi pequeña Elizabeth -Mientras más lagrimas corrían por sus mejillas.
No sabía qué hacer, se escuchaban pasos apurados por el pasillo, me asuste, ella me miró —Te amo pequeña, espero no te equivoques tanto como yo, ahora vete -Me dio un beso en la frente y yo salí por la ventana. No quería irme, no quería dejarla sola.A la mañana sonaron trompetas, se corrió rápido la noticia "El Duque Cirilo de un reino lejano nos había declarado la guerra" las causas verdaderas se desconocían.
Se enlistaron barcos de guerra, la mayoría de los hombres del reino y caballeros reales fueron a pelear por su propio pie, así era nuestro reino.
¿Quién era el frente de todo esto? El Príncipe Leo.
Así fue como sonaron trompetas y tambores a las 3 de la tarde, cuando las campanas de la iglesia dejaron de sonar, los barcos levantaron anclas y tomaron rumbo.A medida que pasaba el tiempo llegaban cartas escritas por el príncipe, donde mantenía al reino entero al tanto de todo lo que pasaba, cada que llegaba una carta nueva sonaban las campanas y todos se reunían, la carta era leída por el mismo Rey a ciertas personas, luego estas llevaban el mensaje a todo el reino. Así era, por meses, hasta que las cartas dejaron de llegar. Todo el reino se alteró.
Recordar la fecha no es tan difícil, 17 de septiembre, el día en que los barcos de guerra regresaron, vestidos de luto ante las muertes de valiosos guerreros... Al bajar, se llamó de urgencia al Rey, este se temía lo que pudiese haber ocurrido.
Hombres fuertes bajaban del barco del príncipe cargando en una camilla de madera, el cadáver del Príncipe Leo, con cartas para el Rey, para la Reina, para la Princesa Sophiya, para el Príncipe Lacey y por último, una carta para mí.
El Rey trato de mantener su orgullo, pero ante semejante dolor no pudo evitar romperse de dolor. A la Reina no se le permitió acercarse al cuerpo del príncipe. La Princesa Sophiya no podía creérselo, y a la noche salió sin importarle nada, él Príncipe Lacey quedo desde ese momento a cargo de todas las obligaciones del príncipe ya difunto y a mí me dejaron a cargo de mis obligaciones y las respectivas del Príncipe Lacey.
Todo el reino estaba de luto, el palacio se sentía tan vacío sin la presencia de aquel honorable príncipe. Solo se escuchó un llanto a lo más profundo del palacio, en la habitación donde tenían presa a la Reina.
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Desperté... Leda entro a la habitación como de costumbre soltando un "buenos días a la reina"... Leda, la única que siempre estuvo conmigo.
—Oye, ¿me estas escuchando?- me saco de mi mente –Eli, ¿qué soñaste esta vez?- se sentó al borde de mi cama mirándome, esperando una respuesta...
—La muerte de Leo- mi voz sonaba rota
Se quedó ahí, viéndome —Tranquila, eso ya paso hace muchos años, hace siglos incluso -Trató de consolarme, —¡Elizabeth! -Gritó.
Voltee, con una mano cubriéndome un oído –Joder ¡Leda!, ¿qué te pasa? -Sus ojos mostraban emoción.
—La carta, si soñaste con la muerte de Leo también soñaste con la carta, todos leyeron su respectiva carta menos tú -Y si, era cierto, durante siglos la he guardado, sigue intacta —¿No crees que ya es tiempo de leerla?
Bufé –No, no quiero leerla, es lo único que me queda de todo esto, ah, y el infierno que cree -Me levanté de la cama dispuesta a salir de la habitación.
—Elizabeth -Me detuvo –Creo que ya es tiempo de que superes todo esto -Su mirada era triste.
—Creo que iré a visitar a alguien- ella asintió con la cabeza. Después de todo... Hace mil años que leí esa carta...
—En la sala esta Lais tomando café -Asentí
Tomé mis cosas y me percate de la estúpida presencia de alguien.
Suspiró y tomo aire para hablar pero interrumpí –No me interesa lo que tengas para decirme -Solté.
Me miró –Ten cuidado con ella, no te aproveches de que no te recuerda -Tomó un trago de café.
—No me aprovecho de ella ¿sí?, tú no sabes nada -Y es la verdad, no me aprovecho de ella, tan solo quiero tenerla cerca.
—Sé que la mataste -Su voz era fría.
—Eso fue hace siglos, pase años buscando su alma para enmendar mi error -Le dije seria
—¿Cómo enmendas una muerte? -Soltó una pequeña y mísera risa.
—Aun después de todo rogué a Dios por su salvación y por una segunda oportunidad para su vida -No debo bajar la mirada, no debo bajar la mirada –No te metas, esto no te concierne en nada -Salí de ahí.
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Es temprano, así que aún debe estar en la escuela, camine hacia la dichosa primaria, pero, no memorice su salón la última vez que vine.
—Ella no es real -Escuche unas voces detrás de una puerta
—Si es real, tiene los ojos plateados, el cabello blanco, una espada muy grande y unas alas gigantes y muy bonitas -Seguí escuchando...
—Si tiene el cabello blanco es porque es una anciana -¡Hey!, no soy una anciana.
—NO ES UNA ANCIANA -Exacto, no soy una anciana.
—No te creo -Pude escuchar cómo le saco la lengua.
—¡Pero ella si es real! -Continuo insistiendo
—Entonces preséntamela -La voz de esa niña es un tanto molesta
Pffff, ya me fastidie de esa platica, espero y puedan verme solo ellas dos, abrí la puerta, al parecer es el baño, cargue a Alessa en brazos –Hola pequeña -Noté la expresión en la cara de la otra niña, voltee –Oye, se te cayo tu jugo, tendrás que limpiar -Sonreí.
—Te dije que era real -Le sacó la lengua y yo, bueno, también le saque la lengua. Salimos de ahí. Solté a Alessa, mientras íbamos a su salón por su mochila trate de apreciar con claridad todo lo que estaba pegado en las paredes, nada que llamase mi atención.
—Listo, ya vámonos -Me jaló de la mano
—¿No vendrá tu madre por ti? -La mire
—Le dije que no viniera -Alcé una ceja —Sabia que tú vendrías por mi hoy- sonrió.