Prólogo

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Jaemin se revolvió entre el suave algodón de las sábanas apenas los primeros rayos fuertes del sol se asomaron por la ventana. A su lado, el espacio vacío le permitió estirar sus extremidades.

El rey ya se había marchado.

Era toda una suerte que no le hubiera hecho salir de los aposentos reales apenas terminaron anoche con lo suyo, tal y como lo habría hecho con cualquier otro de los concubinos o de las doncellas en el palacio; quizá no era tan desafortunado el convertirse en el favorito.

Apenas pudo sentarse entre el alboroto de edredones, una estampida de sirvientes se adentró a los aposentos. Todos traían algo diferente, desde ropas y joyas, hasta utensilios para peinar sus cabellos cobrizos. La encargada de sus cuidados, la señorita June, se plantó frente al séquito de criados e hizo una reverencia que los otros siguieron.

-Su Majestad ha ordenado prepararle, él solicita su presencia en el salón para tomar el desayuno.

-Gracias, June.

Los criados le llevaron a los baños privados del rey, que asemejaban a aquellos exóticos salones de oriente medio en donde las doncellas de los sultanes se aseaban. La servidumbre se dedicó a desvestirle, ayudarle durante la ducha y a vestirle de nuevo para después peinarle y perfumarle antes de que se reuniese con el rey.

Al terminar, Jaemin caminó la travesía de la victoria en el palacio, completamente renovado y siendo el objeto de celos de aquellos que buscaban la atención del monarca. Fue escoltado ante la mirada de los otros esclavos del palacio, que envidiaban su nueva posición, cabizbajos y deseando haber sido ellos los elegidos por el rey; incluso pasaron por los aposentos de su Majestad la Reina Jung, y el amante real, antiguo favorito, el conde Do. Ellos mismos con todo y sus privilegios, envidiaban la supremacía de Jaemin en el palacio como el nuevo favorito del rey.

Jaemin no podría decir que merecía esos privilegios más que nadie, puesto que solo era otro esclavo en el palacio, con el detalle de que había tenido mucha suerte al haber logrado que el rey pusiera sus ojos en él.

Cuando se adentró al salón del monarca, los criados se encontraban sirviendo la mesa mientras el cabeza de la dinastía permanecía de pie, atento a cada movimiento de los sirvientes, hasta que sus ojos capturaron la presencia de su nueva pasión.

-Jaemin, hermoso -el joven se acercó al hombre, la diferencia de alturas y de edades era más notoria cuando ambos permanecían cerca, y Jaemin sonrió a su rey antes de darle una reverencia.

-Su Majestad.

-Me he tomado la libertad de monitorear los platillos del desayuno para que comamos de los más exquisitos manjares del reino -el hombre besó su mano y le invitó a sentarse, señal para que los criados desaparecieran del salón cuanto antes.

Con un simple gesto, uno de los criados que permanecía de pie se encargó de servir vino en una copa pequeña para probarlo. El rey siempre debía hacer uso de un catador que se tomara el trabajo de probar toda su comida para verificar que no estuviese envenenada, y una vez que confirmó la seguridad de los alimentos, se retiró para dar privacidad al monarca.

-¿Qué tal has dormido esta noche, hermoso?

-Como en el paraíso -sonrió mostrando la hilera de dientes brillantes, y no mintió, habían sido meses desde que fue tomado a la fuerza solo para ser arrojado en unos aposentos donde muchos esclavos más dormían con apenas cobijas que no les lastimaran la espalda; quizá su antiguo hogar no tenía el lujo de un rey como lo era el hombre frente a él, pero era suficiente para su dignidad, y lo extrañaba demasiado... ahora solo era el recuerdo de una vida pasada-. ¿Qué hay de su Majestad? ¿Usted ha dormido bien?

Nowhere to be seen | nominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora