Capítulo 4

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Me desperté tirado en una habitación con los ojos vendados y mis pies y manos atadas. Con mis manos sentí el frío piso de cerámica. Escuché una puerta abrirse y volver a cerrarse. Me asusté, pensé que iba a morir. Qué estúpido, yendo a autos de desconocidos. Tendría que haber sido avispado.

Pude escuchar pasos que se acercaban a dónde yo me encontraba, sentí que alguien me tocaba la mejilla derecha y que me sacaba la venda, y pude ver quién era. Era Piscola.

-¿Piscola? ¿Qué haces aquí?-dije sorprendido. Hoy era el día de lo inesperado.

-Shhhhh, vengo a sacarte de aquí- dijo poniendo su dedo índice en sus labios.

-Pero...

Ella empezó a desatarme.

-Pero ¿eres narcotraficante?

-No, pero...mi padre sí.

-¡¿QUÉ?!

-Shhhhhhh. Esa es la verdad. No te lo quería decir por miedo, ya sabes, por tu padre; y que tal vez perdiera a mi único amigo.

-Piscola, no sabía. No te hubiera delatado, pero capaz te podía apañar. Ah y perdón por hostigarte hoy.

-No pasa nada, al contrario, tendría que habértelo dicho -dijo ella y me sonrió.

Terminó de desatarme y me hizo una seña para acercarnos a la puerta.

-No hagas ningún sonido-dijo en voz baja.

Piscola abrió la puerta lentamente, fuimos hasta las escaleras y las bajamos lentamente. Wow, que casa más grande. Fuimos hasta la puerta principal y escuchamos una voz de hombre mayor.

-¿Piscola? ¿Eres tú?

-Corre-me dijo, abrimos la puerta rápidamente y salimos corriendo hacia la calle. La voz del hombre se escuchaba a lo lejos:

-¡PISCOLA, ¿QUE HICISTE?! ¡TE MATARÉ! ¿CACHAI?

-Corre, corre, no pares- ella me seguía diciendo y no paramos de correr hasta que llegamos hasta un terreno baldío.

Me guio hasta una especie de casa del árbol escondida entre los yuyos y los robles.

-Aquí vas a estar seguro hasta que se cansen de buscar.

-G-gracias.

Al abrir la puerta encontré una gran sala con sillones viejos. Nosotros nos sentamos en uno.

-Aquí es dónde me escondo de él. Me tiene harta.

-Qué difícil debe ser.

-En realidad, sí. Desde que mi mamá se fue de casa por mi papá; nunca fue el mismo. Estuvo mucho tiempo en cana, pero dice que ahora este es su proyecto más importante de su vida y que no me iba a dejar que se lo arruinara; así que cuando se enteró tú ya sabes que, él se enojó conmigo y te secuestró. Perdóname en serio.

Empezó a gimotear y sus lágrimas se empezaron a acumular.

-No, Piscola. No es tu culpa-me acerqué a ella y la abracé.

-S-si que lo es. N-n-no tendría que haberte dejado secuestrar- las lágrimas empezaron a caer y mojaron mi sweater azul.

-Ey, no te voy a echar la foca. Tranquila.

Ella me abrazó más fuerte y siguió llorando un largo rato. Cuando dejó de llorar se secó sus lágrimas y se levantó.

-Voy a ir a buscar comida. No te vayas, por favor.

Luego de varios minutos vino con dos bolsas con snacks y una bebida. Me contó que tiene una amiga que siempre le da comida cuando se escapa de casa. Piscola me dijo que podía dormir en uno de los sillones, tapándome con una frazada.

Esta rutina de comer y dormir se repitió por mucho, mucho tiempo. Uno de esos días repetitivos le pregunté si ya podía salir, pero ella me dijo que aún no. Pasó tantos días, tal vez meses, que perdí la noción del tiempo. Hasta pensé que ella era ahora mi secuestradora; pero siempre volvía con la idea de que me estaba protegiendo de su padre narcotraficante.

Un día la encontré llorando y me acerqué hacia dónde ella estaba.

-Hey, ¿qué te pasa?-le pregunté, poniéndole una mano en su hombro

-N-nada, no es nada.

-Sí, algo te pasa. Dime ¿Confías en mí?

-Si, obvio.

-Entonces cuéntame.

-Pero vas a pensar mal de mí.

-Somos amigos-esta última palabra le desfiguró la cara.

-En serio, nada.

-Piscola...

-¡Me gustas! Desde que te ayudé a escapar de mi casa. Me pareces un chico simpático y bueno de corazón. Eres tan bueno, pero para ti solo soy tu amiga- al decirme estas palabras quedé impactado

-Escucha...

-Y la verdad es que...t-te tuve encerrada- en ese momento sentí que me llenaba de rabia- Por favor perdóname. Es que, pensé que nunca más me ibas a hablar y-y, en serio no me odies.

Intenté mantener la cordura pero exploté.

-¡¿QUÉ?! No lo puedo creer.

-Luis, en serio perd...-se estaba disculpando hasta que la interrumpí.

-Esto, Piscola, no tiene perdón. Estoy tan decepcionado. Pensé que éramos amigos.

Salí por la puerta y a ella la escuchaba gritar desde el fondo.

-¡LUIS! ¡PERDÓNAME! NO ME DEJES ¡LUIS!

PiscolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora