LOS HIJOS DE LA MUERTE 😈💀

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Siempre me he preguntado ¿cuando no tienes buena vida, es mejor la muerte? Dicen que morir es pasar a mejor vida, aunque la incertidumbre de comprobarlo desata el miedo, pero la muerte es tan sensata que sabe el momento en el que debe llegar, el destino la llama y sin poder desobedecer simplemente llega y termina la historia.
Se podría decir que es un punto final, nadie sabe qué va más allá de la muerte pero los que aprenden a entenderla comprenden que una vez muerto, nada importa.
Soy un ángel de la muerte y vengo a narrar una historia que para muchos puede ser entretenida y para otros puede recordarles un suceso de la vida. Quiero regalarles esta historia porque de mi tiempo es la que considero que tiene mejor enseñanza.
Durante siglos he caminado entre ustedes, nadie puede verme y, sinceramente, no me interesa su mundo tan podrido, lo he visto crecer entre reyes, villanos y conquistadores, he aprendido que todos aprenden a temerme y que las historias más fascinantes jamás se cuentan en un libro de historia.
Todo comenzó una fría mañana de invierno, fui convocado por el destino a recoger el alma de un hombre enfermo, entre llantos y lamentos tomé el alma y la saqué de su cuerpo, ignorando los gritos de todos, que imploraban por su muerto, la puse como siempre en mi bolsa de terciopelo y me di la vuelta. Cuando observé a sus dos hijos en una esquina desconcertados, me parecieron tiernos, era como si pudieran verme, por un momento lo pensé, pero no suplicaron solo me observaron en silencio.
La casa era muy humilde, la familia era pobre y escuché el murmurar de los vecinos señalando a los niños como pobres, decían que la mamá no los atendía y que en ese mismo instante estaba perdida en alguna cantina sin siquiera saber lo que había ocurrido.
Salí de la casa y por un momento dudé en llevarme esa alma, pero aunque hubiera querido ya no se podía hacer nada, me fui de ahí sin dejar de pensar en los niños. Durante los siguientes días recorrí esas calles y pude observarlos solos, maltratados y sin comida, su madre no aparecía y los vecinos les daban sobras a través de una ventana rota.
La pequeña de unos siete años y el niño de unos nueve, tenían que enfrentar la hambruna, la pobreza, la humillación y el frío, su madre no aparecía. Eso me hizo pensar que la verdadera crueldad nace en los humanos, porque ni los animales tendrían una conciencia tan fría.
Pasaron los meses y empecé a ver a la madre teniendo amoríos con un tipo que no daba buena espina, vivía con ellos pero maltrataba a los niños obligándolos a hacer trabajos pesados y pegándoles todo el día, la madre apoyaba a su pareja pues decía que ahora él era el hombre de la casa y debían obedecer.
Observé tanta injusticia que en ese momento empecé a reflexionar si lo que esos niños realmente tenían era vida, con los zapatos rotos, ropa sucia y sin lavarse caminaban por la calle haciendo mandados para obtener comida y la tarde se volvía feliz si alguno de ellos conseguía un dulce, eran tan buenos hermanos que todo lo compartían, de alguna manera fueron despertando mi interés.
Los acompañé muchas noches frías, escuché sus sueños, sus ideas y todo lo que tenían planeado en su vida, el niño siempre se portó valiente protegiendo a su hermana, le daba el más grande trozo de pan diciendo que él era un ser mágico que} no necesitaba comida y le contaba historias de princesas pobres a las que premiaba la vida con príncipes azules y caballos blancos. Él la transportaba a un mundo de fantasía, tantas veces ella se durmió en sus brazos con una sonrisa, su hermano sabía distraer su hambre y le daba el cariño que no tenía de sus padres.
El padrastro solía vigilarlos cuando la mamá no los veía y notaba en él sus malas intenciones, no saben cuántas veces acaricié su corazón para alertarlo de que no me tenía muy satisfecho su vida. Pero no puedo llevarme a nadie esa es la regla de oro yo solo soy un lacayo del destino y por mucho que quiera arrancar una vida no debo hacerlo si no se me solicita.
Esos niños se fueron convirtiendo en mi pasatiempo favorito, muchas veces saqué la enfermedad de sus cuerpos cuando no había medicinas, era lo más que podía hacer por ellos, tantas veces quise regalarles aquello que tanto querían, helado de fresa le decían, los vi sufrir en silencio el abuso, el maltrato y el abandono, y aun con todo eso su sonrisa y su amor por su madre prevalecía. Hay madres que no se merecen el amor incondicional de sus hijos.
Una tarde el destino solicitó mi presencia en esa casa, llegué tan rápido como pude, ¿eran mis niños?
Entré, el padrastro luchaba con mi niño y de una bofetada lo estrelló contra la pared, mi niña agonizaba con las ropas rasgadas, mi niño con su último aliento imploró que no le hiciera nada y de pronto su alma se convirtió en una pequeña esfera brillante que yo podía tocar.
El padrastro caminó hacia la niña desacomodándose el pantalón cuando, desobedeciendo al destino, tomé su corazón y lo hice pedazos, cayó de rodillas a unos metros de la niña, su cara sin aire me miraba, sus ojos se rebelaban ante mí y podía observarme, su miedo se reflejaba en su mirada, lo vi y saqué su alma, la dejé ahí, enmedio de la nada.
Mi niña agonizante me dio una sonrisa y me dijo llévame con mi hermano al castillo grande con caballos blancos, la tomé entre mis brazos y en forma delicada saqué su alma y la puse en mi bolso de terciopelo junto con la de su hermano, las entregué al Eterno con la promesa de darles el más hermoso de los cielos, la vida fue su infierno, era hora de tener paz.
Fui al funeral, la madre lloraba a féretros fríos preguntando qué había pasado a sus hijos, gritando al viento no te los lleves, contaba historias tiernas sobre ellos a personas hipócritas que sabían tan bien como yo la historia real, pero a estas alturas los lamentos, los errores y las súplicas ya no servían de nada.
Nunca volví a ver a mis niños, donde están ahora es un lugar hermoso a donde yo no puedo llegar. Pero sé que estando juntos en ese lugar verdaderamente pueden llamarlo hogar.

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