-¿Dónde está Edgar?- preguntó de repente Crista.
-¿No nos había seguido?- dijo Hanna.
-Seguro está en su casa después de ver a Fran y a Eileen juntos- respondió Roberto y con esto siguieron practicando hasta entrada la tarde.
En cuanto Edgar se despertó, sintió como si algo le faltara, no reconocía su propia casa, sus pies, sus manos, su voz, pero poco a poco fué recuperando la memoria, excepto los recuerdos que Eileen le había borrado.
Salió de su casa un poco confundido, de alguna manera, se empezaba a sentir mareado, sus pies no parecían obedecerle pues hacían que se fuera de un lado para otro, parecía ser un niño que apenas aprendía a caminar.
Llegó a los pies de la montaña y decidió subir, lo cual se le complicaba un poco. En un momento pisó mal y resbaló, quedando justo al borde de un lugar muy alto, poniendo su vida en riesgo y aferrándose a una piedra. Justo antes de que cayera, una mano apareció ofreciéndole ayuda. Edgar no sabía si aceptar la ayuda o no, aquella mano se veía demasiado pálida, casi blanca, pero por la forma de la mano pudo deducir que se trataba de una mujer y como no quería volver a morir, la tomó y al instante sintió el tacto frío de esta, parecía que se iba a romper por lo delicada que era, pero nunca pasó.
-Muchas gracias- agradeció -me ha salvado de una posible muerte- levantó mirada y se topó con unos ojos color verde pálido.
-Es peligroso que salgas de tu casa en ese estado- respondió la joven con una voz suave, reconfortante pero a la vez fría y tenebrosa, incluso escarchada si es que podía decir así -ven, te llevaré a mi casa, te daré un remedio para que te sientas mejor- prosiguió y empezó a caminar y adentrarse en el bosque mientras Edgar la seguía.
-Por cierto, no le pregunté su nombre señorita- dijo Edgar después de un tiempo.
-Heira.
Legaron a una pequeña casa de madera la cuál estaba cubierta por un poco de nieve en el techo y rodeada por pequeños cristales de hielo.
Heira hizo pasar a Edgar dentro de la pequeña casa y pudo sentir el calor que emanaba el fuego de la chimenea. Se sentó en una silla que le ofreció Heira y se tomó un vaso que esta le ofreció.
-Con esto te sentirás mejor.
-Gracias, ¿cómo puedo agradecerle?
-Bueno, si hay algo en lo que puedas ayudarme- Heira se sentó frente al fuego y empezó a hacer figuras de humanos con las cenizas solo con movimientos de mus manos -en la aldea en la que tu vives, hay una traidora- seguía haciendo figuras con las cenizas pero estas empezaron a tener cierto parecido con los amigos de Edgar -una chica llamada... Eileen- dijo y sopló levemente sobre los muñecos y estos empezaron a moverse -como verás, soy una hechicera bastante poderosa, sin necesidad de pociones o una varita, puedo hacer este tipo de cosas, pero tu amiga Eileen me robó la fuente de mi poder, un libro donde tenía todo sobre los hechizos y pociones. Lo que te pido es simple- Heira tomó a un muñeco con el parecido de Crista -quiero que le des un castigo- en ese momento, el muñeco de Crista empezó a retorcerse de una manera alarmante y luego se incineró en la palma de Heira -quiero que le quites lo único que ama en este mundo- seguía hablando y tomando los demás muñecos que hacían lo mismo que el de Crista. Cuando llegó con el de Eileen pareció tardarse un poco más -cuando cumplas eso, quítale lo que es mío y luego- el muñeco desapareció entre llamas- le harás lo mismo.
Edgar veía con cierto temor las acciones de Heira, por la manera en la que esta le explicaba todo, podía sentir como el odio se apoderaba del ambiente cálido en el que antes se encontraban. Por alguna extraña razón sentía que debía hacerlo.
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[PAUSADA] El bosque
FantasíaAunque seamos distintos... Aunque nadie lo entienda... Aunque no se pueda... Quiero estar contigo...