Tres

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  —Dijo que no esperaba tanta debilidad de mi parte —exhala y en un su rostro permanece un gesto pesaroso —

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  —Dijo que no esperaba tanta debilidad de mi parte —exhala y en un su rostro permanece un gesto pesaroso —. Admitió que esperaba mucho más de mí, me recordó la situación en la que nos conocimos y, que, aun siendo una adolescente, no me derrumbé. Me cuestionó, quería saber porqué era mi tristeza si mi hijo no tenía una enfermedad mortal, no necesitaba un trasplante de ningún tipo, ni un tratamiento especial —Hace silencio para secar las lágrimas que van recorriendo sus mejillas —. Me habló con firmeza, como nunca lo había hecho y en ese momento no entendía porqué estaba siendo tan duro conmigo —prosigue —, me hizo ser consciente de que muchas madres darían lo que fuera porque sus hijos tuvieran el diagnóstico que tenías tú y no algo realmente grave.

Hace una pausa para buscar una servilleta y me indica que debo terminar de comer, yo había dejado el plato, no sé en qué punto, pero lo que me que contaba mi madre se había convertido en los más interesante del día. Ya  ni siquiera me importaba mi victoria en el torneo de ajedrez, incluso dejé de llorar. Mamá regresa y continúa relatando.

—Don Arturo me hizo ser consciente de muchas cosas esa noche, pero una de ellas fue la que más me motivó a cambiar mi actitud —admite —. Me llevó hasta tu habitación, estabas durmiendo, nos quedamos ahí observándote unos minutos y nunca olvidaré lo que dijo textualmente:

«—Míralo, es un niño especial, al parecer las lágrimas y el miedo te impiden verlo. Es tan especial que de cada cien mil personas con daltonismo, solo hay uno como él, ¿por qué no puedes verlo de eso modo? Dania, eres más fuerte y más valiente que esto, busca alternativas para enseñarle lo que no puede aprender de manera tradicional, confío en ti; no me defraudes.»

—Así lo hice, cambié la manera de verte y comencé a mirar la vida como tú, con otros ojos —admite —. Me documenté, busqué los materiales necesarios para enseñarte los colores, quizás no los podrías distinguir como un niño promedio, pero con esta técnica sí —Sonríe —, recorté figuras de colores diferentes y en dos semanas podías recordar el nombre del color de cada figura.

—Recuerdo las figuras, pero no recuerdo cuando lo aprendí —agrego.

—Estabas muy pequeño para recordarlo —declara mi madre —, las figuras las doné años después a la fundación de niños daltónicos.

—Eso sí que lo recuerdo —añado.

—Lo siguiente que aconteció fue la llegada de Tito —continúa —. Recuerdo que alguien lo llevó a la veterinaria herido de una de sus patas. Semanas después, Don Arturo llegó con él, ya que nadie había vuelto para reclamarlo y lo que pasó ese día me dejó sin palabras.

—¿Qué pasó? —pregunto curioso.

—Noté algo que nunca antes había visto en tu mirada —responde con una sonrisa marcada en sus labios —, así que corrí lo más rápido que pude dentro de la casa para buscar mi cámara digital y capturar el momento. Ese brillo en tus ojitos, ese rostro alegre; nunca te había visto así por ningún juguete, por ningún otro animal, para ser honesta, por nada —declara —. Había fascinación y pude capturar ese momento para siempre.

—¡Vaya!, me hubiera gustado poder recordar ese momento.

—Todavía eras muy pequeño, acababas de cumplir cuatro años, pero desde ese momento nadie te separó de Tito —
Dice sonriendo —Don Arturo dijo que te lo dejaría como regalo de cumpleaños, solo porque el pato era manso y había notado lo mucho que te agradó.

—Lo extraño tanto —confieso.

—Lo sé cariño, yo también lo extraño.

—¿Y qué pasó después?

—Honestamente pensé que lo de Tito se te pasaría, pero para mi sorpresa, cada día parecías querer más a ese pato y él a ti, pues se comportaba como si fuera otro animal —declara divertida —. A veces parecía más un perro que un pato.

—¡Mama, cómo se te ocurre! —exclamo entre risas.

—Es cierto, se echaba a tu lado cuando comías, se quedaba en la puerta del baño hasta que salieras, dormía al pie de tu cama y corrían de un lado para el otro en el patio —puntualiza —. Lo único que le faltaba era enterrar objetos y ladrar —concluye con una carcajada que termina contagiándome.

No había dudas de que Tito no era para nada el típico pato doméstico que se conoce. Él era único, diferente, tal y como yo. Quizás esa era la razón por la que nos llevábamos tan bien.

—Hay otras cosas que quiero que sepas, son importantes para que entiendas perfectamente lo que te voy a sugerir cuando concluya —dice luego de calmar la risa.

—Soy todo oídos, mamá, continúa por favor.

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