Cuatro

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—Continuaste creciendo, aprendiendo y jugando con Tito; era tan visible su empatía que hasta los vecinos se dieron cuenta y venían de vez en cuando a verlos jugar o a traer alimento y juguetes —Mi madre sonríe al recordar —, ¿recuerdas a los señor...

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—Continuaste creciendo, aprendiendo y jugando con Tito; era tan visible su empatía que hasta los vecinos se dieron cuenta y venían de vez en cuando a verlos jugar o a traer alimento y juguetes —Mi madre sonríe al recordar —, ¿recuerdas a los señores Ramos?, vivían aquí al lado.

—No muy bien, pero tengo recuerdos vagos sobre ellos.

—Su hijo, Gael Ramos; el famoso pintor, vino de visita ese verano y al verte jugar con Tito, dijo que le encantaría poder pintarlos, pero sería casi un milagro que se estuvieran quietos, así que le hablé de la fotografía; le agradó la idea, busqué la fotografía y días después me entregó el hermoso cuadro que adorna nuestra sala.

—Mi favorito —señalo —, ¿qué pasó con los vecinos, mamá?

—Los señores Ramos, excelentes vecinos —musita —; su hijo decidió llevarlos a vivir con él al extranjero, así no tendría que tardar tanto para verlos.

—Yo pienso llevarte a vivir conmigo, si me voy lejos por mi futura carrera.

—Oh, gracias por pensar en tu madre desde ahora —comenta con gracia —, pero continuemos conversando que tengo que prepararme para salir —añade —. Los años más difíciles para mí fueron los primeros en los que estuviste en la escuela, podías seguir el ritmo de todo, pero a la hora de colorear o decir los  colores no había buenos resultados, por obvias razones. Los demás niños comenzaron a molestarte y tuve que ir varias veces antes de la hora de salida a buscarte porque te hacían llorar y yo terminaba llorando por no poder ayudarte. La situación era similar año tras año.

—Mamá, tranquila —digo al verla algo exaltada —, siempre has hecho por mí más de lo que deberías y te estaré agradecido siempre.

—¡Oh, Javier, gracias! —exclama —, pero es el deber de una madre velar por el bienestar de sus hijos en todo momento, aunque la mía no fue así conmigo, yo no pienso cometer su error. No te niego que no ha sido fácil ser madre soltera, pero no me arrepiento de tenerte; eres lo mejor de mi vida.

Tomo su mano y la aprieto con fuerza, me pongo de pie y abrazo a mi madre. La sorprendí notablemente, quizás porque como adolescente no tengo la costumbre de abrazar a menudo a mi madre o decirle lo mucho que la quiero, le agradezco y la admiro.

—Gracias por ese abrazo, cariño —dice sonriendo, luego continúa —. Como te contaba, lloraba, pero no solo por tener que ir a buscarte casi a diario antes del horario de salida por la misma situación, sino que también había serios problemas en la veterinaria. Uno de los empleados nuevos, en esa época, habló una tarde con Don Arturo luego de terminar el horario de trabajo. Le confesó que no había hablado antes con él porque necesitaba estar completamente seguro de lo que iba a denunciar y tener pruebas para respaldar sus palabras. Le mostró evidencia de que el encargado de almacén,  el encargo de transportación y el contador, le estaban robando mercancía y dinero desde hacía años.

—¡No puede ser! —exclamo sorprendido —, nunca imaginé algo así, ¿y qué hicieron con los ladrones?

—Con las pruebas y el empleado como testigo, se les denunció —responde —. Toda la situación le detonó grandes problemas de salud a Don Arturo, su presión arterial se disparó y hasta tuvo un preinfarto, razón por la cual tuvo que ser ingresado en el hospital.

—Recuerdo eso, ya no era tan pequeño —añado.

—Fue duro para todos, pero para Don Arturo aún más. No solo se dio cuenta del engaño de sus empleados, sino de la traición de  personas en quienes confiaba y de quien consideraba su amigo, su contador. Por otro lado, los días para mí se volvieron caóticos después de eso —admite —. Me la pasaba atiendo la veterinaria, yendo a buscarte antes a la escuela, yendo al hospital y a la corte, para los detalles previos al juicio contra los tres individuos. No me alcanzaba el tiempo para nada más —confiesa —, tenía un noviazgo con uno de los clientes de la veterinaria en ese entonces y me terminó por eso.

—¿Qué? —Suelto sin pensar —, ¿por qué nunca supe eso antes? —pregunto asombrado, desconocía que mi madre hubiera tenido un novio antes, hace alrededor de dos años tiene un novio y desde el principio me lo hizo saber.

—No lo consideré necesario —admite levantando los hombros —, además fue lo mejor debido a la mala actitud que mostró dejándome cuando más necesitaba compañía —concluye —. Volviendo a lo importante, todo se complicó aún más meses después cuando, en medio del juicio, Don Arturo sufrió una desmayo y al ser llevado al hospital se dieron cuenta de que no fue un simple desmayo, fue un infarto. Lo ingresaron a terapia intensiva, pero esa misma noche le repitió el infarto y su corazón no resistió más; murió —Veo las lágrimas rodar por sus mejillas tras decir esto y yo también lloro.

—Recuerdo cuando el abuelo nos dejó, pero no sabía que esos problemas le hubieran ocasionado la muerte —digo cabizbajo.

—La situación me sobrepasó —continúa —, sentí tanto o más miedo que el día que me echaron de la casa —confiesa —, ahora todo estaba en mis manos; tú, la veterinaria, la casa, las cuentas y las propiedades que no conocía, aparte de esperar que se hiciera justicia con lo del robo. Di la milla extra para el velatorio y durante lo que tardó el juicio, pero pasado todo, me derrumbé. Caí en un nivel de angustia del que no pude salir sola, tuve que buscar ayuda profesional y en medio de mis terapias una de las tareas fue escribir una carta.

—¿Una carta?, ¿a quién?, ¿para qué? —inquiero.

—Sí, una carta a Don Arturo  para despedirme —contesta —, ya que no tuve tiempo de hacerlo. En ella debía escribir como si él fuera realmente a leerla y también debía confesar todo lo que me agobiaba. Así que esa es mi sugerencia para ti, escribe una carta para Tito olvidándote de que era un pato y creyendo que será capaz de leerla, despídete y dile todo lo que siempre quisiste que supiera —sugiere —. Después de escribir la carta me sentí aliviada y todo comenzó a mejorar poco a poco. Ahora ve a tu habitación y escribe que yo tengo una cita en una hora —finaliza dándome un beso en la frente.

—Me gustó hablar contigo mamá, deberíamos hacerlo más a menudo —confieso. Ella asiente ante mi propuesta y sale con dirección a su habitación, yo la imito yendo a la mía dispuesto a seguir su consejo y escribir la carta.

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