Ojos Dorados.

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Sirius jamás había visto algo tan hermoso.

Su vida había estado plegada de cosas increíblemente hermosas y siempre se había sentido como una persona que lo había visto todo, pero había estado muy equivocado.

Solía viajar mucho, desde que recordaba había explorado hermosos lugares con su mejor amigo, antes de que él, James Potter, falleciera. Habían visto muchos lugares, paisajes inimaginables, preciosas ciudades, pequeños valles, enormes bosques, animales sin igual...

Pero esto era completamente diferente.

En sus precarios 22 años, Sirius Black jamás había visto nada como Remus, de eso no cabía duda.

- Wow... - murmuró, observado a aquella criatura completamente fascinado.

Tenía la piel hermosa, se veía tersa y suave, con pequeñas manchas por toda la piel de los brazos, los hombros y el cuello. Su cabello era largo, lo suficiente para llegar a la cintura y amarrado en una trabajada trenza sin terminar. Su cuerpo era atractivo, pero delgado, sin quitar lo bello de su ser, pero demostrando que su vida jamás había conocido la generosidad de una persona, privándole de probar los manjares que merecía sin duda alguna.

Lo que le había quitado el habla habían sido las enormes y hermosas alas que el joven poseía, convirtiéndolo en la criatura más bella y exótica que jamás hubiese observado.

Si, ese hermoso ser tenía alas, las más impresionantes alas que Sirius jamás había visto, incluso después de haber observado cientos de aves, hermosos animales, agilas y búhos, ninguno sólo de ellos llegaba a ser así de único.

Eran tan grandes como el cuerpo mismo del joven, cubierto por bellísimas plumas exóticas, de un color caramelo alucinante, con brillantes motas doradas y contrastes oscuros. Podía ver como las alas se perdían en la piel de su espalda, fusionándose con el cuerpo y dejando en claro que aquello no era ninguna clase de alucinación o engaño.

Sin embargo, no fue ninguna de aquellas cosas, ni su piel, ni sus alas, ni su hermoso rostro lo que habían cautivado a Sirius.

Lo que lo había hechizado completamente, fueron en definitiva los ojos.

Sus ojos no se habían apartado de los de Sirius desde que había ingresado en aquella enorme habitación. Eran de un dorado tan intenso, tan hermoso y alucinante que Sirius dejo de respirar. Había vida en esos ojos, vida como Sirius jamás había visto, vida de la más pura, vida que sabe que está cautiva y que desea ser liberada. Más que desearlo, vive por ella, vive por la completa libertad y mataría por ella, por conseguirla sin importar nada, luchando sólo por esa razón, sin ninguna otra esperanza.

En esos ojos estaba todo lo bello del mundo, resumido en tonos de miel, dorado, brillante amarillo y furiosos rojos... Todo entremezclado en la más exótica obra de arte.

Sirius jamás había apreciado el arte, pero ahora en definitiva no podría dejar de apreciarlo.

Sin embargo, cuando Peter entró detrás de él y los ojos se desviaron a su cautivador, la vida murió y solo había odio en ellos... odio que se dirigió sin compasión a Sirius cuando entendió que venían juntos.

- Lo sé, es impresionante. -  Sirius se giró para ver a Peter Pettigrew, su antiguo compañero de escuela.

Peter y James habían sido sus mejores amigos, habían sido inseparables en su momento, pero James y Sirius sabían lo codicioso y egoísta que era Peter. Solo que Sirius jamás pensó que su codicia llegaría a tal extremo.

- Lo tienes cautivo... - Sirius podía escuchar la indignación en su voz, pero Peter parecía no notarlo.

El lugar le traía a Sirius solo malos pensamientos, deseo de golpear a su antiguo amigo y romperte el rostro. La habitación era enorme, sí, pero claustrofóbica. El techo alto solo dejaba a ver las jaulas y las cadenas repartidas y colgadas por todo el lugar, causando que total pánico cayera sobre él. Y lo peor era la jaula donde estaba la criatura. La enorme jaula donde el ser estaba cautivado.

Era indignante, denigrante y Sirius se encontró dividido entre indagar más en el asunto y conseguir información o simplemente asesinar a Peter a lado suyo, por haber privado de su libertad a esos ojos dorados.

- Y ganaré millones con él, te lo aseguro. – los dedos le picaban con las ganas de ahorcarlo y liberar al mundo de escorias como Peter, pero se contuvo. - ¿Y bien? Vas a unirte, ¿verdad Canuto? – Sirius quiso gritarle que estaba loco si pensaba que él haría algo como aquello, pero supuso que debía callarse por unos minutos más. -  Es dinero fácil y si todo sale bien estaré capturando más especies pronto. - Peter estaba demasiado ensimismado para notar como Sirius le observaba asqueado.

No podía estar hablando en serio. ¿Capturar más criaturas? ¡Cómo su Sirius fuera a permitirlo!

- El hombre a quien se lo robe estaba tan ebrio que fue casi demasiado fácil. - con la risa estruendosa de Peter, Sirius empalideció.

- ¿Entonces no es tuya? – si Peter ni siquiera era quien lo había capturado, significaba que más criaturas estarían atrapadas o bajo custodia por quien sabe qué clase de personas. - ¿Cuánto tiempo tienes encerrado a esta criatura, Peter? ¿A quién se lo robaste? - Sirius se sintió asqueado. Aquel hermoso ser... ¿Cuánto tiempo llevaba preso?

Observó sus muñecas, estaban atrapadas por esposas, como si la jaula no fuera suficiente y debajo de ellas la piel estaba irritada, magullada y amoratada. Sus cicatrices demostraban que las había tenido de años atrás y su corazón se apretó.

Libertatem Exposcunt.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora