Sus orbes celestes recorrieron el aula a su llegada en busca de tan familiar trenza descansando en su hombro, pero su ausencia lo abrumó por un segundo.
La asistencia en el colegio era obligatoria, claro, aunque si estabas al borde de morir por el nulo acceso de alimento, estabas justificado, pero Peeta sabía que ese no era el caso de Katniss, ella contaba con su padre y sus grandes habilidades de sobrevivencia.
Los movimientos del reloj resultaron en exceso lentos y el día se hizo eterno, hasta que escuchó una sola frase de los labios de su maestra con otra encontrándola en el pasillo.
―Hubo una explosión en las minas, el Sr. Everdeen pereció en lo más profundo junto con otros hombres.
Los latidos de su corazón de detienen súbitamente al igual que sus piernas y retoman su ritmo con rapidez. Oh no, su padre no. Eso explicaba su ausencia. Aunque el trato con la muerte es bastante común en el distrito 12, realmente no tomas consciencia de ella hasta que acecha tu hogar hogar y eso será un golpe grande para Katniss.
Un sentimiento abrumador dominó al Mellark, un gran pesar acompañado de impotencia por no poder hacer algo para mejorar la situación y vergüenza propia de no haber reunido el valor durante años para hablarle y no estar a su lado en esos momentos tan duros para ella.
Aquella época que continuo al accidente que acabó con la vida del Sr. Everdeen no fueron duros, sino que terribles. Unas ojeras oscuras se apoderaron de la piel, que antes era tersa, debajo de los ojos de Katniss, su vestimenta algo descuidada a la par de su pequeña hermana, Primrose y su madre, la gente mencionaba que no era vista con regularidad.
El cambio más significativo que apreció Peeta fue la extinción del brillo de los orbes grises de Katniss, que antes mostraban una calidez y libertad descontrolada, justo ahora parecía igual de oscuros que el carbón puro. Y los cambios siguientes, sus mejillas hundidas, su rostro aún más apagado y su forma derrotada de caminar.
Peeta no sabía que sucedía, pero a simple vista él observaba como Katniss estaba literalmente muriendo de hambre, junto con su pequeña hermana. Un sentimiento amargo limitaba las miradas que el rubio le dedicaba, la ira quemaba su garganta, su incapacidad de poder brindarle ayuda le quemaba cada partícula de su cuerpo.
Era un completo inútil y cobarde, durante tantos años no había podido dirigirle ni un solo saludo, ¿Cómo se imaginaba que podría ayudarla? Eso era absurdo.
Arrastró sus pies al finalizar el día hacia su hogar, adentrándose a la cocina toda la tarde intentando callar sus pensamientos con el horneado, aquellos gritos de inconformidad eran silenciados por el calor aplastante del horno de barro de la cocina. Colocó la charola con la masa en el horno mientras su padre le enseñaba la elaboración de los glaseados de los pasteles que se mostraban en los ventanales de la pastelería. Su madre iba de ahí para allá con el pan en mano, surtiendo la parte de enfrente del local y refunfuñando sobre el desorden ocasionado por ellos.
Sus quejas se incrementaron al observar la vigorosa precipitación que se desarrollaba afuera y que evitaba que clientes se animaran a ir por pan, una ráfaga de aire entró por la puerta trasera cuando su madre salió colocándose en el pequeño techo del patio.
―¡Oye, oye, lárgate, deja de husmear en la basura, niña idiota! ¿No estas escuchando? Lárgate o llamaré a los agentes de la paz para que acaben con tu maldito sufrimiento ¡estoy harta que los estúpidos mugrosos de la veta escarben en mi basura!
Aquel invierno había sido de los más fríos que recordaba Peeta en su corta vida, la frialdad se colaba por la piel hasta congelar los huesos, incapacitando la movilidad adecuada, junto con aquel aguacero que dificultaba la visión, el Mellark sintió lastima por el chico de la veta que fue sorprendido por su madre. Presa de la curiosidad se acercó a la parte trasera y miró desde tras de su madre hacia los botes de basura.
Sus orbes se encontraron con unos grises que no esperaba, aquellos que alguna vez brillaban tan fuerte y ahora eran una cascara vacía. Algo se agitó en su interior, aquella alegría contenida cada que la observaba, empero el sentimiento fue remplazado por aquel malestar que desde hace algún tiempo lo inundaba. Ella estaba husmeando en la basura. Sus movimientos fueron lentos cuando colocó la tapa en el basurero vacío y comenzó a caminar como si fuese esa simple acción le costará una gran energía.
―Entra
Su madre le habló ingresando a la cocina, pero Peeta permaneció en su sitio, mirando caminar a la Everdeen entre la pocilga de los cerdos, sin rumbo aparente y se sujetaba con el tronco del manzano que crecía en el patio. Ella había llegado a su límite. Una opresión atiborró su pecho dolorosamente, Peeta dejó escapar una exhalación dejando salir todo el aire de sus pulmones, él tenía pavor, él observó cómo cayó de rodillas en el lodo y no se molestó en levantarse. Se mordió fuertemente los labios e ingresó a la panadería.
Ella iba a morir.
Sus manos temblaban ligeramente, acción que intentó ocultar mientras amasaba la siguiente ronda de panes y una idea se fijó en su cabeza. Comprobó que los panes en el horno estuvieran listos y al retirar la charola se atoró levemente provocando una sacudida destinando dos panes a la directa exposición del fuego. El sonido alertó a sus padres que se acercaron. El panadero con ayuda de unas pinzas retiró el pan del fuego colocándolo en la charola junto con los otros y su madre evaluó el producto de tan estúpido accidente de su hijo.
Antes de poder reaccionar al ver el resultado positivo de su plan, la mejilla de Peeta recibió con gran apreciación y fuerza el rodillo de madera. Sintió con seguridad el sonar de su mandíbula y saboreó la sangre en su mejilla. Posteriormente su mano se volvió a estrellar con la mejilla dañada y antes de darle una tercera tosca y especial caricia en su pómulo su padre la detuvo.
―No te ensañes con él, fue un accidente. Peeta, ve a tirar el pan.
El pequeño Mellark reprimió un sollozo ocasionado por el dolor que se expandía en su mejilla y obedeció rápidamente.
―¡Dáselo al cerdo, crío estúpido! ¡Ninguna persona decente va a comprarme el pan quemado!
Salió al patio dirigiéndose con rapidez a la pocilga, miró por el rabo del ojo si Katniss seguía bajo el árbol, comprobando aflicción que no se había movido ni un centímetro. Caminó arrastrando los pies, recordándose que tal acción valía cualquier tipo de castigo. Una vez junto al corral desprendió las partes quemadas de la corteza y se las arrojó en el plato al porcino. Su madre seguía gritándole hasta que escuchó el sonar de la campanilla que indicaba la llegada de un cliente.
Cinco segundos transcurrieron hasta que la negrura del pan desapareció. El corazón de Peeta latia fuertemente a causa de la adrenalina, debía hacerlo, tenía que y no había vuelta atrás en ese punto, había una vida importante en riesgo. Respiró profundamente y divisó la panadería en busca de cualquier indicio de movimiento. Nada.
Miró al animal que realizaba sonidos en busca de más comida y de forma discreta arrojó el pan hacia el árbol de manzano, sin desperdiciar un segundo más, tiró el otro en la misma dirección y controlando unas explicables ganas de mirarla, caminó pesadamente hacia la panadería.
Una vez dentro dejó salir el aire que había contenido sin darse cuenta y escuchó los latidos de su corazón en sus orejas, sus manos cosquillaban y su pecho dolía.
***
El día siguiente avanzó con rapidez y el Mellark le costó visualizarla como quería en clases, por lo cual se aferró a la idea de que verla ahí, significaba que había aprovechado el pan que le había arrojado, aunque después de unos minutos lamentó haberlo tirado.
En la salida, ella recibió a su pequeña hermana con una sonrisa y miró a su dirección encontrándose con aquellos orbes celestes contemplándola. Él no recordaba el escaso número de veces que le había dedicado una mirada, aunque esta fue diferente.
Esta fue por completo para él y su corazón dio un brinco cuando encontró aquel brillo especial acompañado de calidez, fue un solo segundo pero fue suficiente. Apartó la mirada concentrándose en la plática indiferente de sus amigos.
Empero Peeta dejó crecer el sentimiento cálido que dominaba cada una de las partículas de su cuerpo y escuchó su órgano cardiaco latir dolorosamente agradable.
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Una fermentación sentimental
RomanceLos juegos del hambre nos mostraron a la valiente chica en llamas en distintas situaciones que marcaron su vida y destruyeron lo que alguna vez fue. ¿Cuál será la perspetiva de Peeta Mellark de algunos momentos relacionada con aquella chica que desd...