II. Ella no sabía el efecto que ocasionaba en las personas.

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Este día, era el indicado.

Se desplazaba a la escuela por detrás de sus hermanos, absorto en sus propios pensamientos. Un rubio de aproximadamente diez años apretaba ligeramente los labios.

Si lograba realizar un bollo perfecto, tenía el derecho de hablarle.

Aunque más que derecho, él pequeño Peeta aseguraba que aquello era más como metas internas que se auto exigía para justificar su cobardía, como si aquello le concediera automáticamente el valor que le faltaba.

Años anteriores siguió la misma dinámica.

Si alcanzo una nota alta, si lograba tocar a los cerdos sin miedo, si convencía a sus hermanos de jugar con él, si la veía en el camino al colegio.

Sin embargo, esta ocasión presente era muy diferente. Esta tarea le había requerido mucho esfuerzo, golpes y tiempo, y al observar su producto final ayer en la tarde junto con su padre sonriente, la emoción era incontrolable.

Hoy las excusas no eran aceptadas.

Entrando a aquel edificio mugriento del distrito la observó a unos metros caminar con sus características trenzas. Peeta respiró profundamente caminando con decisión y rapidez para poder alcanzarla. Intentó mantener su respiración constante, tarea que le resultó extremadamente complicada ante la implicación de la acción que realizaría y que llevaba esperando hace algunos años. Solo iba a saludarla, sencillamente algunas palabras con la esperanza de obtener un saludo de vuelta o una vez abierto la boca, podría darle rienda suelta a sacar un tema a colación.

Se encontraba justo caminando atrás de ella, cerró los ojos intentando escuchar algo fuera de los latidos desenfrenados de su corazón inocente, y en un arranque de valor de pronto caminaba a su lado entre un mar de niños que se dirigían a sus aulas. El Mellark abrió los labios.

Hola, solo tienes que decir hola.

Katniss sintió en ese punto su presencia y observó hacia su dirección, un sentimiento abrumador lo sometió deteniendo su caminar y dejando ir a la chica de la veta. Él escapó de ese dominante mirar, aquellos orbes grises.

Apretó fuertemente los dientes, él no tenía el valor de hacerlo. La ira, impotencia y vergüenza lo invadió gran parte del día.

En medio de una proyección sobre la actividad minera sus amigos parloteaban sobre algunas cosas, algo que en este día en específico no le interesaba.

De forma automática recorrió el aula en busca de un par de trenzas, sus orbes se encontraban fijos en el árbol de afuera, exactamente en el nido de aves que fueron hipnotizados, como él, por su cantar. Y su furtivo mirar tuvo una recompensa. La Everdeen no demostrar muchas emociones positivas, en mayoría la informidad o indiferencia la dominaban, aunque cualquier persona podría pensar que era una chica de pocas palabras, Peeta reconocía esos dos pequeños gestos, pero en ese momento Katniss sonrió, perdida en el mar de pensamientos que la perturbaban y que algunos alumnos de ahí a veces solían ignorar. Algo dentro del Mellark se agitó y sus manos sudaron. Ella no tenía ni una remota idea del efecto que causaba en él.

Su atención fue demandada por sus amigos.

― ¿Tú qué opinas Peeta?―.Su amigo entendió su gesto perdido.― ¿Crees que Katniss es bonita?

La vergüenza invadió rápidamente el cuerpo de Peeta ¿Qué significaba eso? ¿Habían notado su gran interés en la chica? Soltó una sonrisa indiferente, intentando aligerar el ambiente, tal vez solo era una pregunta, además él no era evidente ¿o tal vez si? Vamos, eran niños, no son tan observadores.

― ¿A qué viene eso?―respondió ligeramente, aunque un malestar se asentó en la boca de su estómago.

―Pues que a él le parece bonita y mirándola bien, ―observó el chico castaño. ― Las trenzas le favorecen, además mi padre me dijo que su papá caza, es un secreto a voces, pero mi padre le compra algunas veces conejos, y cree que ella igual sale junto con él.

El temor ante lo inminente lo dominó con premura, él no era el único que había fijado sus ojos en ella, tragó saliva discretamente mientras seguía la mirada de sus compañeros. ¿Qué pasaría si alguien más valiente le hablaba? Ella solía repeler a las personas, no tenía amigos podría asegurarlo, más que aquella chica, a hija del alcalde, con la que regresaba o formaba equipo. Algo comenzó a picarle en la boca del estómago.

Por suerte la conversación se dirigió hacia la caza furtiva de su padre, cosa que susurraban, él aceptó una verdad inminente.

Ella no era consciente del efecto que ocasionaba en la gente.

Una fermentación sentimentalWhere stories live. Discover now