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Al despertar me desconcertó un poco no ver las paredes color rosa pálido de mi habitación, y aún un poco dormida también me llamó la atención sentir mi cuerpo completamente desnudo. Confundida y aún algo somnolienta, giré la cabeza para encontrarme con una de las vistas más bonitas que había visto en mi vida.

Me encontré con Mercedes, quién reposaba a un par de centímetros de mí, sin tocarme, dormía con un semblante tan sereno que me hizo detenerme en seco y paralizar mi cuerpo para no hacer ningún movimiento ni ruido que pudiese sacarla de ese estado de suma tranquilidad.

Según pude ver no se había vestido tampoco, o no había alcanzado antes de que la atrapara el sueño. Sonreí al observar su cabello corto desordenado entre las sábanas, sus párpados y sus pestañas. Alcé con cuidado una de mis manos y sin tocarla la fui dibujando en el aire; detallando su frente, casi acariciando sus mejillas y quedándome varios segundos admirando sus labios. 

La pequeña Mercedes. La amaba tanto que se me encogía el corazón de sólo admirarla, de solo sentir el calor de su cuerpo a centímetros del mío y de sólo percibir su aroma a ella, tan puro y tan adictivo.

Recordé en cómo le daba frío estar desnuda durante el frío del amanecer, así que la acerqué a mí y ordené las sábanas y las cubiertas con cuidado para no despertarla, dejó escapar un leve gruñido, apoyó su cabeza en mi hombro sin despertarse y me abrazó torpemente buscando calor.

Eran esas mínimas cosas que ante mis ojos parecían tan inmensas, gestos tan naturales – y de pronto tan inocentes- que encajaban con mi definición perfecta de felicidad.

La rodeé con mis brazos y la dejé acomodarse levemente sobre mi mientras escuchaba otro quejido de su parte. Dejé escapar una pequeña risa y cómo se había acercado le besé la frente.

Frunció el ceño a un par de centímetros de mí y parpadeó levemente hasta abrir los ojos un poco, me miró y luego notó que era ya de mañana por la luz natural que se filtraba en la pieza y se pegó un pequeño salto, asustada, temerosa, miró la ventana, la puerta, esperando un ruido, o que alguien apareciera y nos descubriera.

Acostumbrada a esas reacciones hace ya varios días, la contuve sosteniéndole la cara con ambas manos, le sonreí y le susurré despacito:

— Tranquila, estamos en Santiago. En nuestra casa. Ninguna se tiene que ir corriendo ni nadie nos va a interrumpir aquí. —Ella abrió la boca, pero no dijo nada, se quedó aún entre media dormida y media asustada mirándome. —Tranquila, estamos a salvo.

Después de tres segundos cayó en cuenta y se volvió a relajar, la vi por el rabillo del ojo pellizcarse el brazo y luego la mejilla para comprobar que de verdad estaba despierta y que la realidad era esta. Luego de eso dejó escapar un par de carcajadas aliviadas, me miró, se acercó a darme un beso en los labios y suspiró, dejándose caer apoyada en mi clavícula.

A los pocos segundos sentí su cuerpo relajarse y noté cómo volvía a quedarse dormida.

Safely Home   {Barcedes}Where stories live. Discover now