1.5 El ególatra abatido

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Los dos años de St. Regis, con sus altos y bajos de fracasos y triunfos, significaron en la vida de Amory lo poco que todo colegio preparatorio, aplastado bajo el peso de las universidades, supone para la vida americana en general. En América no existe un Eton donde se cimente la conciencia de la clase gobernante; en lugar de eso no hay más que colegios limpios, insulsos e inocuos.

Al principio todo le fue mal; era universalmente detestado y considerado al mismo tiempo despreciable y arrogante. Jugaba al fútbol intensamente, simultáneamente impulsado por una brillante audacia y una tendencia a rehuir el peligro en cuanto un mínimo de pudor lo permitiera. En una ocasión en que era preso de un terror pánico, rehusó luchar con un chico de su tamaño, ante un coro de insultos. Sin embargo, una semana más tarde se enfrascó en una lucha con otro mucho mayor, de la que salió machacado pero orgulloso de sí mismo.

Era rencoroso con toda clase de autoridad, lo que, combinado con la pereza y el desinterés por el trabajo, exasperaba a sus profesores. Fue perdiendo el humor y se tenía a sí mismo por un paria; andaba enfurruñado por los rincones y se dedicaba a leer después de la queda. Con miedo a quedarse solo, se hizo unos cuantos amigos, que, como no eran la crema del colegio, los utilizaba tan sólo como espejos de sí mismos, para adoptar ante ellos —lo que era esencial para él— sus posturas de siempre. Era desesperadamente desgraciado, se encontraba intolerablemente solo.

Pero también tenía algunos consuelos. Cuando se hallaba deprimido, su vanidad era lo último en irse a pique; era una gran satisfacción oírle decir a «Wookey-wookey» —el viejo portero sordo— que él era el chico más guapo que había visto en su vida. E igualmente le había complacido convertirse en el hombre más joven y rápido del equipo de fútbol, o que el doctor Dougall asegurase, al término de una acalorada conferencia, que si se lo propusiera podría obtener las mejores notas de la clase.

Abatido, aislado y enemistado con sus compañeros y profesores, transcurrió su primer curso. Pero en Navidad regresó a Minneapolis, los labios crispados e incomprensiblemente contento.

—Al principio lo extrañaba todo — le dijo a Froggy Parker con aires paternales—, pero enseguida me impuse. El más rápido del equipo. Deberías ir a un colegio, Froggy. Es una gran cosa.

A este lado del paraíso.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora