2.4 Descriptivo

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Amory había cumplido los dieciocho años, medía algo menos de un metro ochenta y era excepcionalmente hermoso. Tenía una cara juvenil, con una expresión ingenua contrastada por sus penetrantes ojos verdes, orlados de largas pestañas oscuras. En cierto modo carecía de ese intenso magnetismo que acompaña siempre a la belleza del hombre o la mujer; su personalidad radicaba sobre todo en algo mental, y no estaba en su poder abrirle o cerrarle el paso como si se tratara de un grifo. Pero la gente no olvidaba su rostro.

Isabelle

Se quedó inmóvil en lo alto de la escalera. Esas sensaciones atribuidas a los nadadores sobre los trampolines, a las primeras actrices la noche de su estreno o a los robustos y curtidos capitanes el día de su partido final, se acumulaban dentro de ella. Tendría que haber bajado entre un redoble de tambores o una discordante mezcolanza de temas de Thais y Carmen. Nunca había estado tan intrigada por su propia aparición, nunca se había sentido tan satisfecha. Hacía seis meses que tenía dieciséis años.

—¿Isabelle? —llamó su prima Sally desde el umbral del vestuario.

—Estoy lista —sintió un nudo en la garganta.

—He tenido que enviar a casa por otro par de zapatos. Estaré en un minuto.

Isabelle se dirigió al vestuario para un último toque ante el espejo, pero algo la empujó a permanecer allí y a observar la amplia escalera del Minnehaha Club. Giraba tentadoramente, y, en el salón de abajo, alcanzó a ver dos pares de pies masculinos. Calzados con escarpines negros, no daban el menor signo de identidad; pero ella se imaginó con anhelo que uno de los pares pertenecía a Amory Blaine. El joven, al que todavía no había visto, había jugado un importante papel aquel día, el primer día de su llegada. Al venir de la estación —en medio de una lluvia de preguntas, comentarios, revelaciones y exageraciones— Sally le había dicho:

—Te acuerdas de Amory Blaine, claro. Está loco por verte. Ha llegado de Princeton a pasar un día y va a venir esta noche. Ha oído hablar mucho de ti; dice que se acuerda de tus ojos.

Todo eso le complacía. Eso venía a poner las cosas en su sitio, aunque ella era muy capaz de representar sus propios romances con o sin propaganda previa. Pero a continuación del agradable cosquilleo producido por la anticipación tuvo una sensación deprimente que le llevó a preguntar:

—¿Qué será lo que ha oído acerca de mí? ¿Qué clase de cosas?

Sally sonrió. Al lado de su prima se sentía casi como un empresario de espectáculos.

A este lado del paraíso.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora