The beginning

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Mi padre apagó la tele antes de que las noticias empezaran.

—Vamos, sabes que he visto películas peores que las imágenes que puedan aparecer ahí.— pedí.

—Las películas son ficción, y la ficción debería ser irreal.

Suspiré. Estaba harta de que me tomasen como alguien indefensa.
Es decir, salir a la calle se había vuelto muy peligroso últimamente, y puede que corriera verdadero peligro al salir, pero vivir algo era mejor que no vivir.

—Prepara una maleta, este fin de semana vas a ir a casa de Nile.— mandó mi madre.

—¿Qué? ¿No puedo ver las noticias pero me vais a mandar a un pueblo diminuto a más de cien kilómetros de aquí?

—Deja las quejas, y prepara lo que te he pedido, vendrán a buscarte en una hora.

Bufé molesta.

No lo admitiría, pero la razón por la que no quería irme eran ellos. Cualquier cosa podía pasar en mi ausencia, y no estaba preparada para perder a nadie.

—No es discutible.— aclaró mi madre, sabiendo lo que pensaba.

Hice una pequeña maleta y llené una mochila con lo esencial, que meses atrás habrían sido mi móvil y mi portátil, y hoy se habían convertido en una gran botella de agua, barritas, una navaja, un mechero y una chaqueta

Mis padres no tardaron en llamarme para despedirse.

—Cariño, sé que ahora no puedes verlo así, pero lo hacemos por tí.— dijo mi madre al borde del llanto.

—Pero yo quiero quedarme con vosotros.— mi voz se quebró.

—Solo te vas tres días, volveremos a vernos.— sonrió mi padre, aunque sus ojos estaban cristalizados.

Yo asentí y los abracé.

Poco después, la madre de Nile, Mariah, pasó a buscarme.

Mariah y mi madre siempre habían sido amigas, como mi abuela y la de Nile; al igual que ella y yo.

Solíamos vernos sobre todo en verano, aunque también nos visitábamos un par de veces al año.

Me monté en su coche, y mi madre me despidió desde nuestra casa, mientras mi padre la abrazaba.

Los habitantes de la ciudad habían ido huyendo poco a poco, desde el comienzo, aunque la ciudad aún se sostenía, apenas había infectados.

Tardamos una hora en llegar a su pueblo. Tenía pocos habitantes y estaba rodeado por montañas verdes.

Saludé a mi amiga, y a su hermano pequeño, Erick.

No tardé en romper en llanto en la habitación de Nile, con su apoyo, y la oscura manta de la noche.

—Tenemos que irnos— nos despertó su padre, la mañana siguiente—. Hay un infectado, y al menos quince heridos. Es peligroso.

Saqué toda la ropa de mi maleta, y a presión, la metí en mi mochila.

Montamos en su coche, los menores íbamos detrás, y así, llegamos a la autopista.

—¿Sólo ha caído Berdale?— pregunté, rezando por que mi ciudad siguiera intacta.

—No— tragué saliva—. Tus padres no responden el teléfono, por radio dicen que todo ha caído.

Sentí un escalofrío. Nile pasó su brazo por mi hombro y su hermano pequeño me apretó la mano.

—Estaremos bien.— me susurró mi amiga, justo antes de que el coche se saliera de la autopista.

Quedamos boca abajo, justo en la entrada del bosque. Podía oler la sangre del padre de Nile, que se había llevado el peor golpe.

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