Day after day

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Un año y medio después, Nile, Erick y yo seguíamos buscando un sitio en el que vivir, creyendo que nunca encontraríamos un hogar.

Erick no había crecido demasiado, mientras que Nile y yo lo pasábamos realmente mal buscando compresas cada mes.

La comida era otra cosa. En lo que llevábamos así, Nile se había vuelto verdaderamente buena con una lanza que encontramos en una cabaña en un bosque. Erick había conseguido aprender a usar un arma de fuego, aunque le gustaba más volar sesos con un bate. Yo había mejorado mis dotes como conductora, aunque me era imposible conducir en un solo carril; y en cuanto a las armas, aunque mi punto fuerte fueran las de fuego, tuve que aprender a utilizar un arco, cuyo ruido no atraía a más caminantes.

Encontrar las flechas sí que era difícil, tenía que recoger las que usaba y volverlas a usar, reutilizándolas.

Y bueno, lo peor, era el agua. Cuando no llovía durante días, y pasábamos días sin beber agua, Erick y Nile tendían a volverse muy apagados, a comparación con lo risueños que suelen ser. Yo era la que mejor lo llevaba, pues mi padre tenía un problema en los pulmones, y solo podía beber un litro de agua al día, y sin darme cuenta, había imitado su dieta mucho antes del principio del fin.

Lo que yo no llevaba tan bien era la convivencia, estar con Nile y Erick era un regalo, porque nunca podría haber encontrado a nadie mejor, pero encontrarnos a extraños ladrones por la calle me sacaba de mis casillas.

Estábamos conduciendo por una calle desierta, cuando vimos un coche, unos kilómetros delante de nosotros.

—Menos mal que me he acostumbrado a tus viajes.— sonrió Erick.

—¿Tú también lo ves?— me preguntó Nile, señalando el coche.

Sí, la falta de agua solía producir alguna alucinación leve.

—¿Lo sigo?— pregunté y ambos asintieron.

Seguí al vehículo, con una distancia lo suficientemente moderada como para no ser vistos. El coche cogió una curva que yo nunca habría tomado, dirigiéndose, según un cartel que leyó Erick, a una cárcel.

—Como sea un psicópata...— murmuré.

—A lo mejor sabe que lo seguimos y nos está llevando a una trampa.— mencionó Nile.

—Joder, cada día ésto se pone más interesante.— exclamó Erick, llevándose una mala mirada por parte de las dos.

—Anne, ¡Mira al frente, al frente!— chilló Nile, preocupada.

Yo me giré, para descubrir que el coche se había detenido y el hombre que conducía nos apuntaba con una pistola.

Levanté los brazos y sonreí.

Nos hizo una señal para que bajásemos, pero el estar tanto tiempo solos nos había dejado claro que era imposible confiar en todo el mundo, así que antes de salir, cogimos nuestros armas y lo apuntamos a él.

Hizo un gesto sorprendido, pero rápidamente apareció una mujer joven al otro lado de la valla apuntándonos de nuevo.

—¿De dónde venís?— preguntó el hombre—¿Woodbury?

Yo fruncí el ceño, mientras Erick empezaba a reírse. El niño muy inteligente no era.

—Wood bury, madera entierra, entierra maderas, ¿Lo pilláis?

Nile me miró, y aunque intentamos ignorar a su hermano, el mal chiste nos pudo y acabamos bajando nuestras armas y riendo con él.
Lo que hacía la falta de agua.

Si seguíamos así, no duraríamos mucho.

La mujer joven había bajado el arma y había soltado alguna que otra risilla.

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