EL PENSADOR (extra p. corto)

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Mis manos, llenas de heridas y manchadas de tinta de bolígrafo, acariciaban el césped de aquella refrescante colina en la que, recostada, me encontraba yo.
No sabía que hacía, ni mucho menos que pensaba, solamente cerraba los ojos para sentir con mayor precisión las gotas de lluvia que desde las puntas de mi pelo, caían perezosamente hasta mis hombros...
Abrí los ojos y contemplé el punto en el que el arco iris se fusiona con el color rosado que el atardecer proyecta sobre las nubes, y medité sobre el color que tendrían las almas cuando suben hacia el cielo.
¿Tendrían ese bello color, propio de unas mejillas ruborizadas? ¿O serían grises y desamparadas?
Solamente deseé que cuando yo subiese hacia el espacio tal que un globo que un niño dejó escapar, seguiría contemplando las nubes, aún teniéndolas cerca, aún siendo las mismas... Ya que todo lo que es bello en la tierra, un poco más arriba lo seguirá siendo también.

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