CAPITULO 16

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—Vale, supongo que con esto ya está. Tienes que escribir las notas a pie de página, porque yo ahora no estoy para eso. —¿Seguro? —Willow mira con ansiedad la pantalla del ordenador—. Sigo pensando que deberíamos incluir aquello de lo irónico que es que la granada, lo que la mantiene retenida en el inframundo, sea un símbolo de... —Mira, no te interesa que el trabajo sea demasiado bueno, ¿no? —David le echa una mirada—. O sea, no quieres que todo el mundo sepa que tu hermano hizo la mayoría del trabajo, ¿verdad? —¡Pero eso se me ha ocurrido a mí, y no a ti! —Pues mira por dónde —separa la silla del escritorio y estira los brazos por encima de la cabeza, luego mira al suelo donde ella está sentada—, yo ya estoy. No me había quedado toda la noche escribiendo un trabajo desde la facultad, y la verdad es que podía vivir tranquilamente sin esa experiencia. No es broma, Willow. Me dijiste que el trabajo este te lo mandaron hace tres semanas, si necesitabas ayuda con él, ¿no me lo podrías haber dicho antes de las dos de la madrugada del día de la entrega? —Bueno, supongo. Quiero decir, sí —dice Willow entre bostezos. Ni siquiera se puede creer que se lo haya pedido a esas horas. Después de habérselo encontrado llorando, después de la impresionante declaración que la ha emocionado hasta un punto que ella creía imposible, se han sentado en la mesa de la cocina a hablar. Sin embargo, no han hablado de nada especialmente significativo como ella hubiera esperado. Lo cierto es que, después de esa muestra desnuda de emociones, a David le ha resultado imposible continuar actuando de un modo frío y reservado y su actitud hacia ella se ha suavizado considerablemente. Y a pesar de ello, el contenido de su conver- sación, para la profunda decepción de Willow, se ha mantenido en el plano más superficial. Y así es como Willow se ha visto a sí misma hablando no de lo mucho que añora a sus padres, de lo extrañas que son ahora las circunstancias, sino hablando, finalmente, del examen de francés y de los problemas que estaba teniendo para escribir el trabajo. David le ha propuesto escribirlo con ella, para ella, en realidad, tal y como han ido evolucionando las cosas. Seguramente esto es algo que no hubiera ocurrido hace unas semanas. Al menos no con esta facilidad y comodidad, y, aun así, sentada en el suelo con la espalda apoyada en el escritorio, Willow se siente vacía. Sigue habiendo algo —todo— por resolver entre ellos y aunque hablar así con él es mucho mejor que no hablar en absoluto, todavía desea más. 

—De todos modos —continúa mientras cambia de posición las piernas, que se le han dormido de tenerlas quietas tanto rato. Son casi las seis y media de la mañana y han estado en su habitación durante las últimas cuatro horas—. Gracias, no lo habría conseguido acabar sin tu ayuda. —Sí, claro, por supuesto —responde David, pero Willow se da cuenta de que no le está prestando atención, que está mirando la copia del Bulfinch de su padre que sigue sobre el escritorio y de la que, sorprendentemente, ella se había olvidado. —¿Has...? —David no acaba la frase, coge el libro frunciendo el ceño y lo hojea—. Esto es... es... de... de... de casa, ¿no? —Aja —asiente Willow. Se da cuenta de lo difícil que le resulta a su hermano pronunciar esa palabra—. Yo... mmm... Lo cogí aquella vez que... fui a buscar mi ropa. Sabía que lo iba a necesitar... —¿En serio? —pregunta él, mirando al suelo, donde está la mochila de Willow. —Sí —asiente Willow—. Claro. —¿De verdad? —David la mira confundido—. Pero yo no paro de verte por todas partes con aquella edición barata de bolsillo. Además, recuerdo ese día. Cathy te dio una charla porque la bolsa que cogiste no era lo suficientemente grande... —Frunce el ceño y se agacha para coger la mochila que está en el suelo. —¡No! —dice Willow. Pero es demasiado tarde. Por suerte, su material está en un bolsillo con cremallera y está segura de que él no va a abrirlo, pero esta vez lleva otro tipo de contrabando que le preocupa. David mira dentro de la mochila. A lo mejor solamente está mirando lo grande que es, pero eso no evita que saque la copia de Tristes trópicos. —Yo... yo... espero que no te importe —balbucea Willow—. Pero quiero... Voy a dárselo a Guy. ¡Tonta! ¡Por qué has dicho esa tontería! Vale, es posible que no haya podido parar de pensar en Guy en toda la noche, que estuviera intentando desviar la atención de David sobre si realmente trajo el Bulfinch aquel día... ¡Pero ha sido una tontería decir eso! —Es imposible que tuvieras estos dos libros todo el tiempo que has estado viviendo aquí —dice lentamente—. Has vuelto a la casa. —No, yo... —Willow. —David la mira asustado—. Por favor, dime, y dime la verdad, que no has ido en coche hasta allí tú sola, ¿verdad? Willow sabe que cualquier intento de ocultárselo es inútil, que lleva la verdad escrita en la frente y que cualquiera se daría cuenta. Y no es solamente eso, sino que le resulta obvio que la principal preocupación de su hermano no es si ha ido allí o no, sino cómo ha llegado. Es evidente que la idea de que ella conduzca un coche a solas le aterroriza y ella quiere ahorrarle esa ansiedad. —No, no he ido sola, ni he sido yo la que conducía. 

WillowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora