Capítulo 1: La lluvia

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Él estaba ahí, apoyando sus antebrazos sobre el alféizar negro de la ventana, observando cada gota cayendo entre todo el millar de gotas que caían, la luna alumbrando ligeramente la calle, mientras que en el ambiente solo se escuchaba ese pesado, profundo pero a la vez ligero ruido, que al apreciarse por un determinado tiempo, se convertía en un unísono mágico.

La noche era astrífera, pero las nubes no dejaban apreciar en su totalidad esa bella elegancia nocturna.

La brisa soplaba alígera, desviando en determinados ratos las gotas de lluvia, que, conforme pasaba el tiempo, se volvían más gruesas y pesadas.

Cuando él apreciaba ese espectáculo, no podía evitar pensar en sus dolores, en sus alegrías, en su vida. Se preguntaba por qué un ambiente así propicia un ambiente de intimidad con uno mismo. Incluso lo comparaba con la calidez de estar en los brazos de un ser querido, o con la crudeza de aceptar un hecho desgarrador.

Él visualizaba la lluvia como una aleación entre emociones y sentimientos, que, bien aprovechada, podría terminar siempre en una gran reflexión, o incluso, en una enorme nostalgia, inconscientemente.

Incluso, de cierta manera, tácitamente se imaginaba a sí mismo dentro de un vídeo musical, con música triste o melancólica de fondo, independientemente del género. (Aunque se visualizaba mejor con un fondo de música alternativa, o en ocasiones, Jazz).

Cada que llovía, si quería reflexionar, pensar, o simplemente relajarse, aprovechaba el utópico pero bello clima y se recargaba en el alféizar de la ventana a observar el paisaje. Mientras la fría pero suave brisa y una que otra gota rozaba su rostro, simplemente miraba a la luna y pensaba. Así sin más.

Pero esa noche, él acudió al sonido de las gotas y a la luz de la luna para pensar en una sola cosa;

Victoria Sabre Arrubal.

Luces de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora