Loca.

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Yo era una loca, y lo peor nunca aprendía.

Acababa de gritarle a nuestra tabla de salvación.

Más encima lo había insultado.

Mi siquiatra seguro se iba a revolcar de la impotencia en su  sillón, cuando supiera que la terapia no estaba dando resultado.

El teatro estaba pasando por una crisis.

Hace un tiempo la taquilla había sido escasa, necesitábamos una estrella de forma urgente.

Nada bueno se había presentado en el teatro. Ahora como caído del cielo llegaba una mega estrella.

¿Como lo había conseguido George? ¡Ni idea!

A mí más que a nadie me importaba que las finanzas se arreglaran, tenía dos bocas que alimentar.

George y yo discutíamos siempre los pormenores del espectáculo. Pero con el apuro, mi jefe había olvidado mencionar el nombre de la estrella y yo para más remate había olvidado preguntar.

Por lo poco que supe del  artista invitado, era  relativamente sencillo.

Pidió fruta, agua mineral de cierta marca y alcohol, whisky para ser específico, nada del otro mundo.

Miré el reloj. Cualquier error o detalle podía poner una carrera exitosa en el tacho de la basura.

Tomé aire y escuché la voz de mi jefe pronunciando mi nombre.

¡Molly cariño! ¡Ven acá! Quiero presentarme a mi amigo.

Miré a mi jefe con cara de espanto, un profundo abismo se comenzó a abrir bajos mis pies.

Pensé abrumada en todo lo que se me venía encima ¡Dios! ¿¡Por qué a mí!?

Sinceramente pensé que yo era alguien anormal, con graves problemas mentales, y una visita de emergencia a mí psiquiatra, no me vendría nada de mal.

Miré a Rebeca buscando su apoyo, pero ella se reía tapándose la boca sin poder aguantar el placer que suponía verme hacer el ridículo.

La miré de forma asesina, más tarde arreglaríamos cuentas.

George ignorante de lo que acababa de ocurrir me llamaba cariñoso.

¡Molly acércate! Quiero presentarte al ídolo del momento, el gran Michael Berender- e hizo una reverencia de maestro de ceremonias.

La vergüenza se me subió a la cara con la rapidez de una ola tiñéndola de rojo intenso.

¡No había caso! La reina de las mete patas era yo.

A pesar de ello, puse la mejor cara de póquer que tenía.

Agaché la cabeza aparentando humildad  y decidí hacer lo que toda lady debe hacer, tratar de zafar lo mejor que pudiera.

Caminé hacia ellos, lo más digna posible, sonriendo cínicamente, pero por dentro, pensaba en la maldita hora en que ese hombre había aparecido.

Mi jefe me miraba incrédulo, preguntándome-

¿Lo conoces? Es el cantante del momento, Michael Berender.

Su nombre me sonó de alguna parte, aunque no lograba recordar de dónde.

Estaba lamentando no haber puesto más atención.

Ahora que lo conocía, me explicaba el éxito que tenía entre las chicas ¡era guapo!

Por el rápido vistazo que le di (tampoco era ciega) pude apreciar sus ojos oscuros que me miraban intensamente. Algo  me puso en alerta.

Saludé al recién llegado. No tenía alternativa. Volví a pensar en mis gritos destemplados y volví a enrojecer.

Tomé conciencia de mi aspecto y me arrepentí de no haberme maquillado y vestido mejor. La culpa era del maldito despertador que no sonó.

Ahora estaba delante de un ilustre desconocido convertida en un espantapájaros gruñón y hecha un desastre.

Llevaba puestos mis viejos y desteñidos jeans, una camiseta amarilla que había tenido una mejor época y el pelo en una cola de caballo.

¡Vaya aspecto! -pensé para mis adentros-

Le mostré una media sonrisa y estiré mi mano para saludarlo -pensé- ¡total, que se joda! ¡Que me importa!

Y fingiendo una sonrisa, -le dije -

Disculpe mi grosería, no quise gritarle.

Trataba, con mis palabras de buena crianza, arreglar el error cometido.

Michael me miró relajado, su actitud era de alguien que está por sobre esas pequeñeces.

Su rostro conservó la amabilidad inicial, sin inmutarse y con una gran sonrisa, tiró de mi mano y me besó ¡muy cerca de la boca!

En mi cabeza resonó un ¡epa!

Y di un respingo retirando mi mano rápidamente.

Su gesto me descolocó. Pero en vista de que ya había hecho una chambonada, lo dejé pasar.

George no se dio cuenta. Y me sentí molesta.

¿Por qué los hombres en general no se dan cuenta cuando otros hombres quieren sobrepasarse con sus mujeres?

Conocía a los de su tipo, cínicos sin remedio.

A pesar de mi aspecto de vagabunda, él se hacía el lindo conmigo y al mismo tiempo me miraba de una forma extraña. Esquivé su mirada ¡me cayó fatal!

Raramente me quedaba sin palabras. Pero su actitud era más de lo que yo esperaba.

Su mirada y actitud arrogante, daban cuenta de que se sentía superior.

Obvié su gesto, necesitaba agradarlo y -le reiteré-

¡Perdóneme por gritarle!

Él sonreía complacido- diciéndome con voz sarcástica–

¡Que chistoso! Al fin alguien que no me conoce. Eso es genial.

Y que no me trata como una estrella.

Lo miré suspicaz y pidiendo disculpas me retiré.

Dejando que mi jefe arreglara el lío que había armado.

Escándalo RosaWhere stories live. Discover now