Capítulo dos

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Comenzó a amanecer cuando Raoul ya estaba en el barranco sentado.

Le encantaba mirar el horizonte y ver la naturaleza mientras sentía la brisa por todos lados.

Cuando pensaba en la brisa se acordaba de todo.

Si el virus mataba a todo el mundo, ¿por qué a él no?

Se lo había preguntado muchas veces, pero nunca encontraba la solución.

-Así que estás aquí.

Reconoció la voz sin ver quién era, pero, estaba claro que no había muchas personas con acento isleño por la zona.

-¿Cómo me has encontrado?
-Nerea me dijo que estabas en el barranco y está a veinte minutos.

Agoney miró al rubio desde atrás, viendo como el aire le despeinaba.

-¿Te gusta la naturaleza?

Raoul miró a Agoney, que se acababa de sentar a su lado.

-Sí, se podría decir que me encanta.

Agoney sonrió ante la respuesta del rubio, ya que para él solo había una cosa más maravillosa que la naturaleza, la música.

-¿Y a ti que te gusta?

El moreno pensó durante un rato y luego lo miró.

-Me encanta la música, aunque ahora no es que haya mucha variedad.
-¿Cantas?
-Lo hacía.

Raoul sonrió y miró a Agoney, que lo estaba mirando fijamente.

-¿Me cantas algo?
-No puedo.

Raoul lo miró extrañado.

-¿Por qué?
-Hay una larga historia detrás de eso.

Raoul apartó la mirada y Agoney resopló.

-Bueno, venía a despedirme, Nerea y yo nos vamos.
-¿A dónde iréis?
-Pues trabajamos para el gobierno, somos exploradores y perdimos el rumbo y sin provisiones.
-¿Conocéis a más gente viva?
-Sí, ¿vosotros no?
-A nadie salvo a vosotros.

Agoney sintió pena de ellos, los llevaría con él si pudiera, pero no podía, ya sabía las normas.

-Bueno, pues adiós.

Agoney estaba nervioso y no sabía el porqué.

Raoul, por otra parte, estaba triste, pues aunque habían empezado con mal pié, estos cuatro días que se habían quedado a vivir en su casa le habían caído muy bien.

-Adiós.

Raoul se quedó mirando a Agoney mientras se daba la vuelta y se iba.

Agoney llegó a la casa y allí estaban Nerea y Aitana, viendo una película.

-¿Nos vamos?

Nerea miró a su amigo al oírlo y se levantó.

-Aitana, muchas gracias por todo.

Acto seguido se dieron la mano despidiéndose y salieron de la casa.

-Con el mapa que nos han dado deberíamos llegar en unas horas.

Salieron andando y al cabo de cinco horas habían llegado a su destino.

La entrada era un edificio muy grande, que a Agoney siempre le había gustado.

Entraron como siempre y cogieron el ascensor, que los subió a la tercera planta.

-Odio la entrada, me cansa el dar tantas vueltas.

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