II

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Vivir para gozar

«-Creías que iba a ceder, siempre crees que

los demás han de ceder, pues yo no, esta noche, no... »

(Linda, Vivir para gozar, 1938)

Metió la llave, la giró y escuchó el ruido del motor al ponerse en marcha. Se incorporó a la lenta circulación de la ciudad y una sonrisa serena se dibujó en su rostro. Volvía a casa dejando atrás a su padre y la sombra con la que lo cubría todo.

Tenía dieciocho años cuando salió de la casa de Rodrigo Cabanyes con lo puesto y una pequeña maleta que tenía preparada desde muchos meses antes. Primero vivió en habitaciones alquiladas porque los trabajos que encontraba no daban para mucho. Se hartó de comer conservas y sándwiches entre semana, porque los fines de semana la madre de Jaime se encargaba de alimentarla como era debido. Le costó mucho que aceptaran su decisión de no vivir con ellos, pero ella sabía que era mejor así, no estaba preparada para vivir en familia. Estudiaba todas las horas que era capaz de arrancarle al día y dormía tan solo lo suficiente para no caer fulminada.

Cuando consiguió ahorrar un dinero lo gastó en una vieja y destartalada casita en la que no podría vivir más de una persona. Había trabajado mucho para poder conseguir un lugar en el que se encontrase a gusto. Era traductora de inglés y trabajaba desde casa, cobraba por trabajo realizado, no estaba en nómina, pero tenía clientes fijos, empresas privadas y alguna pública. Su especialidad era el lenguaje técnico, manuales y documentos que traducía del inglés al castellano y al catalán. Era un trabajo que le gustaba y en el que tenía mucha libertad. Estaba bien pagado y le permitía manejar su horario respetando los tiempos de entrega, de modo que podía dedicarse a lo que realmente le interesaba: la pintura.

Buscó en los pueblos que rodean Barcelona, porque la única cosa que tenía clara era que quería una casita en un pueblo. Caminó mucho y su ilusión aguantó desplantes monetarios, de localización, de espacio... Hasta que la encontró. Era una casita muy pequeña y desangelada y no tuvo ninguna duda de que era lo que había estado buscando. Contaba solo con cuarenta metros de vivienda, pero la buhardilla y el jardín de unos veinte metros la convencieron de que era lo que ella necesitaba.

Tuvo que trabajar duro para acondicionarla; era antigua y estaba deshabitada desde hacía años. Con la ayuda de Jaime, su hermano Alejandro y Guillermo, el padre de ambos, tiraron todos los tabiques que se podían tirar y deshicieron la estructura original que contaba con un diseño antiguo: dos habitaciones, comedor, cocina y baño. Todas las puertas batientes fueron sustituidas por correderas y esto, unido a que eligió muebles claros, dio mayor sensación de amplitud. Hicieron solo una habitación. Abrieron la cocina al salón y la separaron por un muro de media altura sobre el cual puso un tablero de encimera que hacía las veces de mesa. La zona del salón contaba con un lugar de descanso donde se hallaba el sofá de dos plazas, delante del cual había una pequeña mesa, y un rincón de lectura situado junto a la puerta de salida al jardín. Dicha puerta estaba enmarcada por una gran librería repleta de libros. El aseo con ducha y un cuartito para la lavadora y la plancha eran el resto de estancias de la casa.

Junto al cuarto de planchado, se hallaba la empinada escalera que subía a la buhardilla. Recubiertas las paredes y el suelo de madera, tenía dos grandes ventanas en el techo que llenaban de luz toda la habitación. Había instalado aire acondicionado que mantenía la casa fresca y evitaba que se estropeasen las pinturas que se esparcían por todos lados. Dos caballetes de diferente anchura y altura sostenían sendos lienzos, uno acabado y en proceso de secado y otro apenas comenzando a mancharse. Todas las paredes estaban cubiertas con cuadros y el suelo sustentaba gran cantidad de lienzos. En un lado se encontraba una mesa de unos tres metros de largo por dos de ancho dividida en dos partes. La mayor parte de la superficie estaba repleta de objetos relacionados con la pintura. Pero había un espacio, justo debajo de una de las ventanas, en el que se hallaba el ordenador que le servía como herramienta en sus traducciones. La zona de trabajo estaba ordenada y despejada, completamente diferenciada del resto.

Los muertos no aceptan preguntasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora