Carta de una desconocida

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Está tumbada mirando al techo de madera. El aroma de lilas que Remedios añade al agua de fregar lo invade todo. Tiene las manos sobre el regazo y piensa que con aquel vestido blanco podrían enterrarla. Le gustaría que aquella fuese su tumba, aquel desván silencioso y lleno de recuerdos. Se traga su amargura y su tristeza mezclada con el sabor salado de las lágrimas. Es la primera vez que llora desde entonces.

Echará de menos a Remedios. Ella la conoce desde que era una niña. Sonríe al recordar cómo la regañaba por bajar sentada a lo amazona sobre la barandilla de la escalera. «Le estoy sacando brillo al pasamanos», decía la niña tratando de sortear el enfado de la mujer.

Un ruido en la escalera. Aguanta la respiración sin moverse mientras gime en un susurro: «No, por favor». Después de unos angustiosos segundos vuelve a respirar tranquila.

Se limpia las lágrimas, se quita el vestido y lo cambia por una falda azul y un suéter blanco de cuello alto. Abre el baúl más alejado, el que trajo su madre de París, y contempla la caja en la que guardaba el vestido. Los recuerdos la sacuden amenazando con minar su determinación.

Saca el diario que había escondido debajo de la caja, arranca la última hoja y se sienta en el suelo con el bolígrafo en la mano. El papel la mira con desprecio, retándola a cubrirlo de mentiras. Tiene miedo. No le quedan fuerzas para decirles la verdad, ni siquiera puede mantenerse erguida frente a ellos. Por eso ha arrancado la última página de la historia que durante meses escribió en aquel cuaderno.

Le tiembla la mano cuando acerca el bolígrafo a la blanca superficie.

«Si lees esta carta es que estoy muerta...»

Los muertos no aceptan preguntasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora