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Orgullo y prejuicio

«-Espero que disfrute, Srta. Bingley, y que aprenda a lanzar sus flechas con mayor precisión»

(Elizabeth, Orgullo y prejuicio, 1940)

-¿A qué hora estarás? -Nela hablaba por teléfono con su padre mientras recogía los platos de la comida.

-Si todo va bien estaré allí a las ocho. Ni se te ocurra llegar tarde. Espérame en la puerta y no entres hasta que yo llegue. Después cenaremos algo por ahí.

Rodrigo colgó sin despedirse y Nela dejó el teléfono sobre el bufete.

-¿Ya has acabado de hablar? -Clara volvía de la cocina y se encargó de recoger lo que quedaba en la mesa.

-Sí, ya hemos terminado, ha sido una conversación corta. Él habla y yo escucho -dijo Nela entrando en la cocina seguida por su amiga.

-Bueno entonces sigo contándote. ¿Te acuerdas de la profesora de canto de la que te hablé el otro día?

-¿Cómo no iba a acordarme? -dijo Nela pensando que su amiga no hablaba de otra cosa desde hacía días.

-Pues me ha llamado esta mañana, dice que tengo muchas posibilidades, que mi voz es clara y limpia y mi tono muy alto.

-¿Entonces te ha aceptado?

-¡Sí! ¡Estoy tan feliz! -Se puso a dar vueltas en la cocina, saltando y dando palmas como las focas-. Es el sueño de mi vida. ¡Lo he conseguido!

Nela sonreía pensando en todas las cosas que había querido hacer Clara en su vida: actriz, concertista de guitarra, modelo de pies... Hacía seis meses que descubrió su verdadera vocación, quería ser cantante y se iba a preparar para participar en uno de esos concursos de la tele que descubrían nuevos talentos. Menos mal que, aparte de soñar, se ganaba la vida trabajando como secretaria de dirección.

-Me alegro mucho. ¿Te vienes a casa de Jaime? Así podrás decírselo. -Nela no pudo evitar cierta ironía en su tono.

-Como si a él le importara un pito. Pasa de él, anda -suplicó.

-Quiere enseñarme algo que ha compuesto.

-Lo que Jaime tendría que hacer es buscarse un novio y dejarnos en paz.

-No seas mala, Clara. -Cogió una chaqueta fina por si luego refrescaba-. ¿Vienes, o no?

-Ese tío es un rollo, no me apetece aguantarle a él y a sus serenatas. ¡Siempre está reclamando tu atención!

-Me imagino que cuando tú ganes ese concurso querrás que vaya a ovacionarte.

-No me compares con él, Jaime es un egoísta.

-Le dice la sartén al cazo: «apártate, que me tiznas». -Nela no podía dejar de reírse ante la cara de enfado que tenía su amiga.

Salieron del piso de Clara y se pararon delante del portal.

-¿Por qué siempre estás de su parte?

-Eso no es cierto, Clara, yo no estoy de parte de nadie. Lo que estoy es en medio de los dos. Y estoy un poco cansada, la verdad.

-¿En serio vas a ir luego a esa exposición con tu padre? -dijo Clara ignorando el comentario.

-No me lo preguntes más veces, Clara.

-Está bien -dijo yendo en dirección contraria a Nela-. Entonces, mañana te llamo.

Aparcó el coche y subió caminando la calle, amplia y despejada, que la llevaría a la casa de su amigo. Aquel era uno de sus paseos favoritos. La familia de Jaime vivía cerca de la montaña y el paisaje, en esa época del año, era especialmente hermoso. Había pintado muchas veces el otoño en ese paisaje. Pero entonces había una figura en el cuadro que jamás volvió a pintar.

Los muertos no aceptan preguntasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora