Rosas de cristal

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-Hoy se cumplen diez años del trágico accidente producido en el valle de Harrinton Bale a las afueras de la ciudad de Londres, en el que fallecieron ciento cuarenta y cinco personas debido al choque frontal de dos trenes. Los familiares y amigos de las víctimas se reunirán en el lugar de los hechos para recordar a aquellos que nos dejaron ese día…

La presentadora de las noticias matinales relataba los acontecimientos que tendrían lugar durante aquel viernes.

Le di un sorbo al café y apagué la televisión, no tenía ganas de seguir recordando que ya se cumplían diez años de la muerte de mis padres en aquel horroroso accidente, cuya causa nunca llegó a esclarecerse por completo. Un accidente horrible que viví en primera persona y que no podría olvidar jamás, porque fue donde lo perdí todo. 

Lo recordaba a la perfección, como si del día anterior se tratase. Recordaba todo lo que había hecho durante los días previos, con quienes había estado, las caras de terror de los pasajeros antes de que llegase su trágico final, el pánico que sentí… Pero ya no se podía hacer nada al respecto, tan solo tratar de olvidar el pasado y seguir hacia adelante.

Nunca llegué a saber quienes se salvaron, puesto que tras el fatídico incidente dejé de asistir a esa escuela y me mudé con mi tía Carol lejos de la ciudad. Y hacía pocos días que me había mudado nuevamente a la ciudad, por lo que no había tenido tiempo de investigar nada al respecto. Durante todos esos años no quise saber nada sobre el asunto, estaba traumatizado y no quería hurgar en la herida, así que lo dejé estar, y seguí a delante con mi vida.

Pero todos los días rezaba para que Clive hubiera sido uno de los pocos supervivientes. Debía aferrarme a la esperanza del beneficio de la duda, ya que al no saber nada respecto a lo que ocurrió después, preferí interpretarlo todo de la manera más positiva posible. No quería hacerme a la idea de que aquel chico hubiera fallecido también, ya que le apreciaba mucho. Me aterraba de que aquellos profundos ojos azules nunca volviesen a brillar de nuevo.

Aún recuerdo el día que le conocí. Su tímida e inocente mirada y su silenciosa sonrisa despertaron en mí un sentimiento que me incitó a querer protegerle para siempre, desde el primer momento.
Tan solo tenía ocho años, y ya quería atesorarlo como mi amigo más especial.
Ojalá pudiera volver a verle...
¿Cómo estaría? ¿Habría crecido mucho? ¿Seguiría siendo aquel pequeño rubio que conocí? ¿Cómo se vería después de diez años?
No podía saber la respuesta a ninguna de esas preguntas y eso me provocó una presión en el pecho que dolía, ansiaba verle de nuevo. Pero no sabía por donde comenzar a buscar.

Acabé poco después de desayunar y me dirigí a mi habitación sin ni siquiera haber recogido la taza de café de la mesa.
Una intensa desgana se apoderó de mi cuerpo, por lo que no tenía ganas de hacer nada. Me encontraba abatido, solitario, melancólico, triste, desidioso. Mi persona era una espiral de negatividad en aquel momento.

Me dejé caer sobre la cama y me acurruqué abrazando la almohada. Necesitaba dormir, quería que aquel día se esfumara con rapidez, deseaba que las manecillas del reloj perdiesen el control hasta que el sol de un nuevo día me despertase con calidez.
Pero no podía conciliar el sueño nuevamente, estaba inquieto, acelerado y me dolía el pecho a causa de una tristeza desmesurada. Estaba a punto de llorar pero mis lágrimas no salían, me escocían los ojos, a pesar de que no había nada que soltar. Las había derramado todas años atrás, y ahora tocaba ser fuerte.

Cerré los ojos, escondí el rostro entre los brazos y suspiré profundamente tratando así de contener las lágrimas que batallaban por salir a flote.
Entonces el teléfono comenzó a sonar repentinamente, sobresaltándome.

-¿Quién será a esta hora?- susurré con desgana.
Me levanté de la cama y me dirigí al salón, donde se encontraba el teléfono fijo.

-¿Quién es?