Olvidó su promesa

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Josué, cansado del segundo día de olvido y de la algarabía de la tarde, fue a dormir. Pero al abrir los ojos, después de haberlos cerrado como la rutina crepuscular lo demandaba, se encontró en su cama en la Tierra de los Despiertos.

No se preocupó, porque ya le había pasado otras veces. A veces, sus ojos estaban cansados, pero su mente estaba activa. Parecía un sonámbulo, caminando mientras buscaba algo para calmar su mente activa, con los ojos cerrados, dejándose llevar por su corazón. Comúnmente, cuando pasaba esto, era porque tenía asuntos pendientes que no había resuelto durante el día.

Como un fantasma, vagando resolver sus asuntos, se dispuso, entonces, a ver que tenía que hacer para poder ir a la Tierra de las 11 Lunas. Fue a la cocina por un chocolate caliente, para contrarrestar el frío nocturno. Después fue a su escritorio.

Antes de sentarse, abrió la ventana. Le gustaba sentir el frío mientras miraba la luna y escribía. No quiso escribir, porque sería una pérdida de tiempo escribir algo para luego olvidarlo, así que se puso a recordar fotos.

Buscó un álbum en su baúl de los recuerdos. Encontró fotos de hace 50 años. Se fijó en una donde aparecía su esposa Rosa, su hijo Isaac, y su hija María.

En ese momento, la foto se mojó con las lágrimas que caían del rosto del poeta.

Recordó aquellos felices momentos que vivió junto a su difunta esposa. Él la amaba más que a cualquier otra cosa en el mundo. La amaba más que a su madre, porque ella estaba en la Tierra de los Sueños.

En esta tierra no pudo ver a su mujer, no conocía explicación del porqué. Simplemente no la encontró, lo que hacía más dolorosa su partida.

En su lecho de muerte ella le pidió un favor, una última voluntad: «Nunca dejes de ser feliz. Escribe, escribe y no pares de escribir, porque en tu poesía vivo yo, y si dejas de escribir, habré muerto por comple...». No terminó de decir la frase cuando se entregó a la muerte, dama que la cuidaría por la eternidad en el paraíso.

Teresa era su mejor amiga, prácticamente su hermana, y en ella también vivía una parte de Rosa. Por eso se preocupaba tanto de su amigo: porque si el poeta no volvía a escribir, morirían los últimos vestigios de la rosa que cayó del cielo a embellecer el jardín de Josué.

Josué, mientras lloraba con la ventana abierta, tiró la taza de café y dijo, con voz quebrada y de forma melancólica, en dirección al cielo soltando lágrimas al suelo: «Perdóname Rosa, te he fallado. Ni siquiera nuestros hijos están aquí para verme en mi error porque están alejados de mí. Desde que te fuiste no sé cómo ser un padre. No pude hacer que se quedaran conmigo porque estaba ocupado tratando de no entrar en locura con tu partida. Incumplí con tú última voluntad. Me siento mal, lo lamento...».

De repente, como un acto etéreo, pasó una brisa de noche, una leve brisa que entró en el estudio donde estaba el poeta y dijo: «Te perdono. No es tu culpa...».

La brisa entró, dejó el mensaje, limpio las lágrimas del poeta y salió cerrando la ventana.

Josué, después del etéreo suceso, lo único que hizo fue irse a dormir. Concluyó, con los ojos secos, que ese era el asunto que tenía pendiente.

Despertó al día siguiente y se dio cuenta de que su rutina nocturna había sido quebrada. Esta vez, cuando cerró los ojos, casi de forma inmediata, durmió sin ir a la Tierra de los Sueños: sólo durmió.

Se preocupó porque esto nunca antes había pasado, en verdad estaba preocupado.

Después de levantarse, duró un rato analizando lo que estaba sucediendo. No encontró explicación razonable para los hechos que estaban ocurriendo.

Después de no encontrar respuesta, salió de su cuarto a abrir las ventanas, cuando de repente vio el álbum de las fotos. Lo abrió como hizo en la noche anterior y cuando vio la foto, que hizo que sollozara la segunda noche del olvido, no sintió nada; ni siquiera podía reconocer a las personas que estaban en esa foto.

No sabía quiénes eran.

Se asustó, no por el hecho de no recordar a la mujer que tantas alegrías le había regalado, sino por el hecho de tener fotos de personas que no conocía.

No sólo había olvidado su poesía, sino que también había olvidado a su familia.

La situación no se habría puesto peor de no haber sido porque recibió una llamada de Teresa. Recordó lo que sucedió el día anterior así que contestó con alegría, pero con la noticia que traía transformó su alegría en incertidumbre.

Ella se había comunicado con los hijos del poeta y éstos, junto a ella, iban a ir a su casa en la tarde.

Él rechazo la invitación: «Teresa, ¿qué estás diciendo? Yo no tengo hijos. Hablo en serio, no estoy jugando. Dime por favor ¿de qué hablas?».

Teresa lo único que pudo hacer fue, después de colgar la llamada, arrodillarse a llorar. Ella entendió, gracias a eso, que Josué estaba sufriendo la enfermedad del olvido o, como comúnmente se le llama, "Alzheimer".

Su padre había sufrido lo mismo. Empezó olvidando sus gustos, después a su familia, y posteriormente a sus amigos y todos los recuerdos que él poseía.

Josué, según lo diagnosticado en ese momento por Teresa, estaba en la etapa 2 del olvido.

El mismo día, más tarde, Teresa, esta vez sin los hijos de Josué, fue a su casa junto con las hermanas Rosamía. Quería comprobar que, aunque olvidó a sus hijos, no olvidaría a sus amigos, porque si no entraría en la etapa 3 del olvido. Llegaron alrededor de las 6 de la tarde y todas se quedaron perplejas al ver que el inefable poeta no podía recordar a su familia.

La mayoría lloró, no por compasión, sino por dolor. Sollozaron al ver que ese esposo y padre tan amoroso no recordaba a las personas importantes de su vida en esta tierra.

Él no tenía un rostro de tristeza, sino de incertidumbre. No sabía qué hacer ante las lágrimas de sus amigas de la infancia.

Ellas le hablaron de sus hijos y de su esposa. Teresa, incluso, le recordó la promesa que su esposa le había pedido en su lecho de muerte. Él, como no recordaba nada, actuó de desconfiado:

«Vamos chicas, nunca me he casado ni tenido hijos. ¿Por qué, de la noche a la mañana, me quieren hacer creer que si tuve? Incluso hicieron, pienso yo, muy buen trabajo colocando mi cara en la foto junto a estas personas. Se que olvidé mis poemas. Pero al menos recordaría haber tenido esposa e hijos».

Después de que Josué terminara de hablar, Camila interrumpió el ambiente de llanto taciturno: «Josué Díaz, no te atrevas a decir eso. Soy la madrina de Isaac, y no permitiré que lo olvides». Kookie, quien era prácticamente una tía para María, hizo eco de las palabras de Camila: «Josué, María es como una sobrina para mí. No importa que no me recuerdes, pero al menos recuérdala a ella. Ella me lo prometió hace un par de años, después de que murió el padre de Teresa, y no dejaré que la olvides».

El poeta, ya un poco incómodo, dijo: «Bueno, esto parece serio. Pero amigas, no recuerdo nada de ellos. Ni siquiera me duele porque estoy seguro que no existieron».

Todas, después de que el poeta dijera eso, con una cara de dolor, y en coro, le dijeron antes de irse lo siguiente: «Que tengas suerte. La necesitarás».

Teresa, con ojos de tristeza, antes de irse y con un corazón arrugado, le dijo: «Josué, por favor, no nos olvides». El poeta, desconcertado aún, las despidió y le dijo a Teresa: «Eso jamás».

Ya de noche, con la frase «no existieron» haciendo eco en toda la casa, se fue a dormir para reparar su mente una vez más.

El Poeta con lo Recuerdos del Olvido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora