Cap 3: América

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Todo era genial en este lugar. Bosques enormes de distintas formas, colores y perfumes se encontraban bajo un cielo naranja con tonos amarillos. Animales trotando felices a un lado y a otro. Un paisaje lleno de tranquilidad, felicidad.

Era tan increíble estar aquí, tan mágico, tan luminoso, tan colorido... Era como vivir en una fantasía.

Justo cuando iba a agarrar una piedra del camino, un ser apareció tras una neblina. Era un hombre de unos centímetros más alto que yo con un cuerpo bastante musculoso. Su piel era clara, pero sin llegar al blanco. Llevaba un pantalón y una camiseta roída, ambos de color oscuro. Sus ojos eran de un tono azul y su sonrisa era tan blanca que se me hacía demasiado familiar.

"Mery" susurró. Sus ojos me miraban expectantes. Una sacudida se apoderó de mi cuerpo. "Despierta".

Me desperté sobresaltada. Solo era un sueño. Al abrir los ojos me encontré con los de Adam. Parecía molesto y enfadado.

- ¿Podrías dejar de moverte tanto?- protestó con una voz ronca. Me miró con fastidio y chasqueó la lengua, a lo que yo le respondí con una cara de asco.

- ¿Podrías irte a la mierda? Gracias.- le dije cabreada por haberme despertado.

Ambos nos habíamos quedado dormidos en el sofá. Miré a mi alrededor y vi a Emily y George tumbados en la alfombra del salón, colocados en una situación extraña: Emily tenía una pierna y un brazo encima de George, mientras que este, tenía su cabeza ladeada hacia Emily. Ambos dormían profundamente.

- Oye, déjame un sitio, imbécil.- Dije mientras le apartaba de mi espacio.

- ¿Quieres dejarme en paz? - contestó adormilado.- Intento dormir.

Mi corazón latía a mil por hora. Me sentía rabiosa. Odio a Adam. Es tan...

Agarré el cojín que tenía más cerca y se lo estampé en la cara, sin que se lo esperara.

- ¡¿Quieres apartarte?!- dije cabreada.

- ¿Qué mierda te pasa? -estaba furioso.- ¡Déjame dormir, pesada!

Se volvió a acostar y se tapó con la manta.

- Estúpido niño mimado- murmuré.

- ¿Qué has dicho?- dijo a la vez que se levantaba.

- Em... Nada- dije un poco asustada.

-¿Y bien?- insistió.

Si las miradas matasen, ahora mismo estaría en un ataúd bajo tierra. En menos que canta un gallo eché a correr por la cocina hasta llegar a la puerta trasera. Cada vez que Adam se enfadaba, siempre se ponía de muy mala leche hasta el punto de que hacía cualquier estupidez.

Corrí  hasta llegar a la parte posterior de la casa, donde se encontraba la piscina. Atravesé las tumbonas y las mesas hasta llegar a un muro de unos tres metros. ¡Mierda, mierda! No había escapatoria.

Si Adam me atrapaba tendría problemas.

Miré a mi alrededor en busca de una posible salida. Había algunos árboles y arbustos perfectamente dispuestos para esconderse entre ellos. Gracias dueño de la casa.

Mi respiración estaba agitada, así que intenté calmarme un poco. Analicé el patio por si me hubiera seguido, pero no lo vi por ningún lado. ¿Lo habré despistado?

Me dejé caer sobre el césped, aliviada por haberlo perdido. No me lo creía. La que podría haber liado hubiera sido buena. Nunca sabes qué se le puede cruzar por la cabeza a un loco como Adam.

- ¡Te encontré!- dijo apareciendo de la nada y sorprendiéndome. Me había acorralado. Esta vez no podría correr.
Su pecho estaba sobre el mío. Su pelo, que habitualmente estaba bien peinado, se veía enmarañado. Había puesto un brazo a la altura de mi cabeza, mientras que con el otro me tapaba la boca para evitar que gritase.
Ahí me di cuenta de que sus ojos eran más verdes que azules. Su mirada. Algo me daba desconfianza en cómo me miraba.

- ¿Creías que te librarías de mí tan fácilmente?- ya no me miraba con enfado, más bien parecía... ¿divertirse?

Intenté zafarme de sus zarpas pero fue imposible; tenía demasiada fuerza, además de que sus brazos me hacían sentir prisionera.

- Más vale que te detengas, a menos que quieras mojarte. - la forma en la que me lo dijo, me hizo detenerme.

Tenía que buscar la oportunidad de escapar y para ello necesitaba bajar su guardia.

Me hizo prometer que no gritaría si me soltaba y quitó su mano de mi boca.

Quería darle una patada en sus partes, pero todavía me retenía con su cuerpo.

- ¡Déjame ir!

- ¿Después de enojarme? Ja. - sus ojos eran demasiado intimidantes, pero le retuve la mirada.

- ¿Qué es lo que quieres?

En su rostro apareció una sonrisa curvada con unos ojos entrecerrados. Si creía que iba a asustarme, lo tenía claro.

Si quería escaparme de sus garras, este era el momento de hacer algo.

¿Se cree que me puede retener? ¡Pues lo lleva claro!

EscalofríosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora