Capítulo 1

337 26 3
                                    

Hacía ya rato que el sol había desaparecido y había sumido a la City en una oscura y desangelada noche de invierno; aunque Jason y yo seguíamos en el escenario del crimen, analizándolo todo.

Jason exploraba el cuerpo de la chica, mientras yo me calentaba la cabeza intentando encajar todo lo que sabíamos acerca del caso.

Apoyada contra una pared bañada en la penumbra más absoluta y escapando de la luz proyectada por la farola, me envolví más en mi gabardina y encendí un cigarro. Las volutas de humo se recortaban contra la claridad arrojada por el alumbrado.

Los datos del caso eran simples y concisos: a lo largo de semana y media habían muerto dos chicas más, tres si contábamos la de aquella noche; las cuales se encontraban precedidas por otras cinco a lo largo del mes.

No eran períodos regulares los que transcurrían entre unos y otros asesinatos, pero sí bastante próximos. Aunque sinceramente, yo pensaba que aquel era el tiempo que se tomaba el asesino para saberlo todo de su víctima y no por seguir un patrón. Si no estaba equivocada (cosa que no pasaba nunca), el asesino era ágil, pulcro y eficaz; no impulsivo como creían otros.

A pesar de todo aquello, y de que el caso llevaba bastante tiempo abierto, la policía había recurrido a Jason y a mí tras seis asesinatos.

A mis veintidós años recién cumplidos, confiaba en que Scotland Yard recurriría a nosotros casi inmediatamente, antes de que sus estúpidos inspectores de poca monta, (sencillamente últimamente había decidido darles un absurdo voto de confianza), echaran a perder una gran cantidad de detalles aparentemente sin sentido que yo podía haber usado para pillar al culpable.

Estaba bastante indignada con aquella negligencia; y algo poco frecuente en mí: preocupada. Todas aquellas chicas tenían o rondaban mi edad. Eso me hacía pensar de nuevo en aquel tiempo que separaba las muertes, y me afanaba más en mi idea de que era un simple tiempo para redondear su éxito.

En ese aspecto, incluso mi incondicional Jason era reticente a hacerme caso. Aunque tampoco era algo que me fuera a quitar el sueño, como siempre, demostraría mi acierto.

Vi la silueta de un tipo de barriga prominente acercarse a mí. Harold Brhams, quien solía recurrir a McCann y a mí en las situaciones en las que la soga se le ajustaba al cuello; se encaminaba hacia mi "escondite" con expresión de desconcierto. Cuando llegó a mi altura, carraspeó como si no hubiese notado su presencia. Se me escapó una sonrisa torcida, la cual me fue imposible retener. Tenía un aspecto gracioso. Era como un abuelo gruñón.

-¿Qué le ocurre inspector? -Pregunté sin dejar de sonreír-. ¿Empieza a ver la gravedad del asunto?

Le di otra calada al pitillo, mientras él me observaba como intentando descifrar lo que me pasaba por la cabeza. Sabía qué era lo que más le preocupaba. En Scotland Yard nos tenían como un tema tabú, no les gustábamos nada. Puede que fuera porque a pesar de sus intentos de desacreditarnos, Jason y yo siempre salíamos airosos y "cubiertos de gloria" por nuestra eficacia y pulcritud resolviendo enseguida lo que a ellos les costaba sudor y sangre investigar.

Por todo aquello, el motivo de que ambos estuviésemos aquí esta noche no era otro que el de siempre: hacernos quedar mal. Bueno, rectifico; intentarlo. Nunca lo conseguían, siempre era el efecto contrario al deseado.

Inintencionadamente, se dejaban en ridículo a ellos mismos; porque al tardar tanto tiempo en conseguir averiguar algo nos llamaban a nosotros pensando que el caso estaba estancado y perdido y en dos minutos lo teníamos resuelto. Esto conllevaba que se resaltase nuestra eficacia ante los ojos de la población y ellos quedasen como inútiles. Aunque todo había que decirlo, no todos ellos eran unos incompetentes envidiosos. También teníamos amigos en la policía metropolitana que no desconfiaban de mí por mi temprana edad ni por ser mujer. Ni por no ser inglesa.

GUNS&ROSESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora