-¡Hijo de puta!- Gritaba un hombre enfurecido y con lágrimas en los ojos. Se encontraba amarrado a una silla con una soga bien atada. -¡¿Qué le hicieron a mi hija?!- Lloró aún más, pensando en las tristes y repugnantes posibles consecuencias qué tuvo que pagar su inocente y adorable hija.
-Digamos qué... Esta durmiendo con los peces, he escuchado qué se duerme muy amenamente en la presencia de ellos, así qué tranquilo, amigo!- Rió un poco un pequeño rubio con lentes oscuros de sol cubriendo sus ojos.
-Malnacido!, Arderás en el infierno, dios te castigará de la peor manera, eres repugnante!- El desesperado y triste hombre le escupió en el rostro a la figura qué tenía en frente, esta solo se limpió y siguió riendo cínicamente.
-Hey Laz!, Escuchaste?, Dios me castigará!, Jaja!, Voy a arder en el infierno!- No paraba de reír, realmente la situación le parecía divertida.
-Si, lo escuché. Estoy a unos cuantos pasos de el- Otra figura se podía apreciar en esa descuidada y olorosa habitación. Solo qué esta figura era mucho, mucho más alta qué la del qué portaba gafas, tenía el pelo completamente teñido de azul y por lo que se podía observar, no era de reír como su compañero o hacer comentarios sarcásticos sobre la muerte de sus víctimas y donde se hallaban una vez qué... Se "iban".
-Bueno, heh, ahora tenemos qué encargarnos de el- El que estaba amarrado al escuchar eso se exaltó más de lo que ya estaba. Gritó qué lo dejasen ir, que no lo matasen y demás. Lo ignoraron. -Pásame el...- Lo meditó un poco, quería qué tenga una muerte igual de bonita qué su hija.-Cluster!- Dijo finalmente emocionado.
-Peridot, El Cluster solo lo utilizaremos cuándo sea totalmente necesario- Se le veía serio, más de lo normal.-Usa otra arma, o ponle una bomba adhesiva, de paso destruimos este lugar- Miró sin interés alguno al tipo.
-Agh, esta bien. Dame tres, me gustan las explosiones- En su rostro se formó una sonrisa traviesa, más qué traviesa era digna de un psicópata.
Lazuli le entregó los explosivos adhesivos y los colocó en lugares específicos. El hombre pataleaba, gritaba y lloraba, ya estaba cansando al chico anteriormente nombrado, Peridot. Dígamos que no tiene mucha paciencia.-Listo!- Felizmente se paro de un salto y se acercó al hombre. -Amigo, te reencontrarás con tu hija, así que mándale un saludo de Parte de mi compañero, Lapis Lazuli y de la mía, Peridot Spot- Le dió un golpe "amistoso" en la espalda antes de salir por la puerta de madera maltratada, siendo seguido por el chico alto. El hombre siguió gritando qué lo dejasen.
Una vez fuera y bien alejados del lugar, Peridot sacó de su chamarra un pequeño control, cabía perfectamente en su pequeña mano. Giró su vista hacia Lazuli, esperando su señal. Cuando sus miradas se cruzaron, se sonrieron, bueno, el peliazul apenas curvó sus labios. El mismo asintió y el rubio apretó el botón, ovacionando así una gran explosión, de las típicas qué aparecen en las películas de acción.
-Wuju!, Jaja!, Si!, Eso estuvo sensacional!- Se le veía emocionado, reía como loco mientras daba pequeños saltos. Lapis agradecía el hecho de que hayan llevado al tipo a un campo en el qué absolutamente nadie habitaba.
-Volvamos al auto, hay qué regresar y recoger nuestro dinero- El de ojos azules se dirigió hacia el lujoso automóvil, entrando a el una vez qué estuvo de lado de la puerta.
-Si, Laz...- Corrió hacia el vehículo y se subió al mismo, justo en el asiento copiloto. Lapis encendió el auto y lo puso en marcha, dirigiéndose hacia su destino, tardarían un par de horas y al menos tendría la alocada y bastante agradable compañía del rubio enano.
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