Parece un viernes cualquiera en Granada. Los jóvenes, algunos más perjudicados que otros, pasan por Pedro Antonio de Alarcón en busca de algún pub de su agrado. Y es que nadie puede quejarse de que en Granada no tiene ningún pub al que ir porque, te guste la música que te guste, encuentras tu sitio. Como siempre, los más heavys entraban a La Guarida del Lobo, los más alternativos al Playmobil, los que menos ganas tenían de bailar al Van Gogh, y los que iban dispuestos a darlo todo, a Mezquita 14.
Justo allí se encuentran ellas. Lola luce su pelo liso de peluquería con un mono rojo muy ajustado, sin olvidar los taconazos más altos que los escalones del local. A su lado se encuentran Irene, la más sencillita y menos fiestera de grupo; y Marta, la más ligona y sociable. Bailan las tres juntas al ritmo de "El Baño" de Enrique Iglesias. Esperan a su amiga Abril que ha ido a pedirse un tercio de Desperados a la barra. Antes de que la canción acabe, la chica ya está allí.
- Odio este sitio, de verdad, qué poco estilo tiene la gente, prefiero mil veces ir a Mae –dice Lola con cara de asco.
- A ver chicos –dice Marta como si estuviera hablando al resto de personas que hay en el pub,– tened cuidado que acaba de llegar Carmen Lomana a Mezquita Catorce, no me la vayáis a pisar –y señala de cabeza a pies a su amiga Lola.
- Qué pesada eres Marta. Que no soy tan pija.
Ninguna de las dos quiere seguir esa estúpida discusión. Irene y Abril se miran, ya habían hablado de ese tema en alguna situación. Y ambas coincidían en que Lola era más pija que un vestido de Gucci. Ellas y prácticamente todas las personas que la conocían. Y es que Lola desentonaba como la que más en aquel grupo de cuatro chicas. Y aunque Irene, Marta y Abril pensaban que nunca iban a ser capaces de tragar a Lola del todo, lo consiguieron, porque aprendieron que las apariencias engañan y aunque pareciera una persona muy superficial y antipática, resultó ser una persona un tanto friki y sensible.
- Chicas, chicas, ¿ese no es Lucas? –pregunta Irene señalando a un chico que entra por la puerta del local.
- ¡Sí, es el! –dice Lola mientras se le iluminan los ojos.– Qué bueno está...
- Es mono, sí –añade Irene.
- ¿Mono? –pregunta Marta a su amiga mientras arruga la frente.– Irene, si hay que decir que tiene un polvazo se dice y ya está.
- Hala, a mi no me parece tan mono –afirma Abril dejando boquiabiertas a sus amigas.
- Bueno, yo no sé de qué nos extrañamos –dice Marta.– Abril puede ser la persona más normal del mundo excepto en sus gustos respecto a chicos.
- Es cierto, ¿recordáis ese que vino una vez a recogerla a clase que llevaba unas pintas de porreta que no podía con ellas? –dice Lola riéndose.
Abril se lleva las manos a la frente. Sus amigas se ríen. Realmente finge que se arrepiente de aquel extraño lío con Saúl pero solamente para que sus amigas no la molesten más. Vale que no fue un romance precioso, fue algo de menos de una semana pero, estuvo bien y el chico le atraía bastante. Si dejó de verse con él fue porque no le apetecía llegar a nada, sencillamente. «¿Qué será de él?», se pregunta Abril. Lo último que supo de él era que se había hecho camello para poder pagarse la carrera y eso la hacía reflexionar mucho. El hecho de que ella no tuviera que hacer ningún esfuerzo ni ningún trabajo para poder pagarse la carrera le parecía muy injusto. Los padres de Irene también tenían muchos problemas para pagarle la carrera a su hija y dependían de becas. Y se imaginó a Irene de camella. Y se echó a reír al pensar en su menudita amiga vendiendo hierba.
Cuando Abril desconectó de sus pensamientos miró hacia sus amigas para ver de qué hablaban y, cómo no, seguían hablando de chicos. De quién de los chicos de clase era más guapo, cuál estaba más bueno, cuál no era tan guapo pero era simpático, cuál tenía pinta de follar mucho...
