IV "Desvío"

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Hacía dos meses que me mudaba con Nicolás. Las cosas nunca iban como esperábamos. Al final, no pude entrar a la fábrica por recomendación de él, y no importó cuánto currículum tirara, nunca me llamaron de ningún lado.

Él podía seguir manteniendo el alquiler trabajando dos horas extra por el hecho de que en ese entonces éramos dos bocas que alimentar. Por otro lado, lo único que yo podía hacer era mantener la casa limpia, cocinar, lavar, cosas típicas de alguien sin laburo.

Nicolás trabajaba diez horas en la fábrica de costura. Se levantaba a las seis de la mañana, salía a las siete, llegaba a las ocho. Él trabajaba desde esa hora hasta las seis de la tarde, a veces hasta las siete, y tipo a las ocho de la noche llegaba agotadísimo. Por lo menos, al final de la quincena cobraba lo necesario, además de que nuestras familias a veces nos mandaban un poco de mercadería o plata por preocupación.

Pero Nicolás parecía llevar la depresión mejor que yo. Tenía tal fortaleza que era como si nunca quisiera dejar de laburar, así se distraía él.

En cambio yo aprovechaba las tardes para tomar una lata de cerveza y ver tele nada más, dormir, llorar en silencio. No comía al mediodía, solo cocinaba de noche para comer junto a Nicolás.

Entonces, a partir de esos días las cosas se pusieron un poco... extrañas entre nosotros.

Sabíamos de la paranoia, de estar pendientes el uno del otro y comunicarnos cada vez que se podía para tranquilizar al contrario, pero no sabíamos a qué llevaría eso.

Pasó como ya conté, los mensajes y esas cosas. Después, las llamadas cada vez que él entraba y salía del trabajo; luego solo ocupábamos el tiempo libre para encerrarnos y no ver a nadie; y, finalmente, esa noche.

Bueno. Él llegó, yo ya había terminado de sacar la pizza del horno y estaba esparciendo el queso cuando me abrazó de sorpresa desde atrás.

—Hola, mamá —reaccioné de un salto y carcajeó.

Sí. También sonreíamos cuando podíamos.

—Che, ¿cómo te fue? —pregunté de pura costumbre.

—Lo mismo de siempre, ¡pero... es sábado! Así que al fin puedo descansar otra vez.

—Ojalá pudiese ayudarte más —respondí, él solo se rio.

Como venía diciendo, había estado preparando pizza, siempre me fue bien en lo que a cocina se refiere. Aunque las ganas eran otra cosa, pero bueno, no había opción.

Era sábado y sí, eso significaba comer y después ponernos fuertemente ebrios.

Las horas pasaron y era de madrugada, así que, con la poca sobriedad que me quedaba, me dirigí al baño y me lavé la cara. Al salir, le avisé a Nicolás que iba a extender las frazadas para acostarnos, pero cuando lo miré, él ya estaba dormido en la mesa.

Levantarlo costaba mucho, Nicolás era más alto que yo por poco, pero además cuando dormía, lo hacía como un tronco.

Me acerqué empujándolo despacio hasta que escuché un gimoteo de su parte.

—Dale, Nico, andá acostarte en tu cama.

—Dejáme —Escuché que me dijo a duras penas.

Un diente de león • [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora