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—¿A qué saben los copos?


Uno de los primeros días de invierno del año en la ciudad era testigo de una de las escenas más tiernas y puras que el ojo humano llegaría alguna vez a ver.


—No lo sé, ¿A qué quieres que sepan?


—¡A chocolate! — El niño no dudó en contestar, pegó su nariz al vidrio lo más que pudo como si tratara de atravesarlo para sentir el frío de los copos de nieve en su piel— ¿Acaso saben a chocolate?



—No cielo —El hombre rió y alejó a su hijo del cristal para después arreglarle su abrigo y bufanda—. Los copos de nieve no saben a nada.


  —Que triste... —La decepción en el rostro del menor era palpable, él hombre lo miró con compasión y pensó en que decir para animar al pequeño, luego de unos segundos, pareció tener la respuesta.


  —Los copos de nieve saben a lo que tu quieras que sepan, si quieres que sean de chocolate entonces lo serán.




Así es como comienza todo. Con una mentira de buen propósito.

Es en ese mismo lugar, ocho años después, que Jisung se da cuenta de que su padre le había mentido en muchas cosas. Desde la primera vez que todos fueron al hospital porque su madre estaba cansada hasta la vez en la que estuvo frente a la lápida de aquella mujer mientras miraba confundido los rostros tristes de sus demás familiares.

Incluso su padre le mintió cuando el hombre le dijo que estarían juntos siempre a partir de ahora, que tendrían su club de sólo hombres sin mamá ni ninguna niña del colegio. 

Le mintió porque el hombre se suicidó cuando creyó que su hijo ya estaba listo para valerse por sí mismo.

Hoy en día, en el funeral de su padre, Jisung espera a que todos sus tíos y primos dejaran el lugar para que pueda desahogarse tranquilo. Estando solo, se arrodilla frente a las tumbas de sus padres y con toda la rabia que su cuerpo joven puede contener, llora.

Jisung arruga la tierra entre sus puños, la avienta a las piedras con los nombres de sus progenitores grabados, tira las flores, las rompe, las tritura con sus manos y escupe sobre ellas mientras se hace un ovillo en el suelo.


  —Los odio —Solloza, él está tratando con todas sus fuerzas contenerse pero no puede—, los odio tanto.



Jisung golpea dos, tres, cinco, nueve veces la tierra y cada vez que lo hace repite más fuerte lo mucho que odia a sus padres. Los odia porque lo dejaron solo.

A la distancia, el guarda del cementerio, mira con lástima al pequeño, pero no quiere ir a sacarlo porque entiende que el menor necesita sacar todo eso de su interior. Jisung llora por lo que se sienten como horas, el cielo ya está anaranjado mostrando el atardecer y pronto el anochecer, pero aún no quiere irse porque no tiene lugar a dónde ir. 

Quiere regresar a casa, pero no hay nadie en casa.

Cuando recupera un poco la cordura, se arrastra hasta quedar entre ambas tumbas y se recuesta entre ellas. Mirando hacia el cielo ahora gris, cierra sus ojos y sonríe de una manera lastimera para sí mismo. Después de desearle las buenas noches a sus padres, duerme tranquilamente. 

Cannibal || ᶜʰᵉᶰˢᵘᶰᵍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora