DIARIO DE ANNELICE BRAUFF
Él lo sabía, o bien lo había visto, no se trataba del temor a la muerte sino el temor a perder todo lo que le era amado, su poder, su gente, su tierra incluso él mismo y sin embargo eligió combatir y padecer, sacrificándolo todo para que ella pudiera vivir. Sabes aún lo recuerdo cubierto de sangre con una melancólica sonrisa en aquel campo de batalla solitario, rodeado de armaduras y espadas rotas, se trataba de un escenario completamente rojo y negro, pero él seguía en pie estaba blandiendo la espada, tal vez lo que me trae dolor recordando ese día, no fue ese mundo lúgubre sino... el golpe muerto de su espada cayendo en la tierra y aquel grito desgarrador que le lanzo al cielo maldiciéndolo, porque contrario a lo que se puede creer no había ganado pese a haber mermado a sus enemigos, había perdido en su misión de proteger a la única persona que lo había amado, esa misma por la que alguna vez atravesó tierra y mar había muerto en sus brazos, esos que como de un niño asustado ahí frente a mis ojos intentaban revivirla con sacudones y gimoteos mezclados con su nombre ¿Te preguntas porque empiezo por el final?, porque no lo es, simplemente es como yo los conocí, se trata de la primera vez que pude verlos de cerca. Y te voy a explicar porque logre sentir su dolor
Allá hacia el siglo XIX, el 30 de Octubre de 1825 poco después del reinado de Jorge IV, el cambio de poder, de tendencias y otros acontecimientos no tan favorables, junto con mi nacimiento la hambruna atormento a mi familia. Éramos pobres, y como muchos otros en aquel entonces obligados a trabajar de sol a sol prácticamente ¿Común verdad?, si basta con decirte que habían cosas tan normales como que te robaran aun si tener algo de valor, como que la muerte tocara a la puerta todos los días, un ejemplo de ello es que de mis hermanos solo logramos llegar tres de ocho a la adultez, dos de mis hermanas mayores a mí por tres y cinco años murieron de infecciones causadas por un mal de muela ¡Si, por un mal de muela, cosa de no creer! Como no solía haber médicos hasta bañarte podía matarte, un hermano vendido en el mercado negro que seguramente termino siendo un esclavo y una hermana que ahora sería unos cinco años mayor que fue abusada para ser vendida en un burdel, no la cuento con vida ya que nunca volví a tener noticias suyas, probablemente en tu mundo esto será normal o no, pero cuando yo nací era el pan de todos los días, si, es como una metáfora porque mi madre repartía una hogaza de pan no más grande que una regla de medio metro entre nosotros once, debo aclarar que cuento a mis padres y a mi abuela materna que hasta ese momento había logrado sobrevivir por la caridad de una iglesia a la que era fiel devota, pues bien ahora que se sabe cómo crecí te contare un poco solo de mí.
Mi vida era trabajar o robar, hasta el día en que la Reina Victoria llego al poder el de y las medidas de seguridad, bueno digamos que si bien intentaba robarme un pan y me atrapaban inmediatamente sería enviada a una Ragged School, la vida en un lugar como ese se asemejaba demasiado a un prisión en donde acababan huérfanos y niños como yo, cuyos padres buscaban desesperadamente el sustento diario, su única tranquilidad es que supuestamente tendríamos educación y un plato de comida que llevarnos a la boca, una vez estuve allí. El pan con moho, el agua con gusanos, el piso frió y las maestras con su indispensable vara de madera atentas a asestar un golpe a quien alzara la voz, no dure siquiera una semana, por eso mismo nunca aprendía a leer o escribir. Si mal no recuerdo cuando regrese a casa y vi a mi madre, ver su cara inexpresiva me basto para entender que no era cariño precisamente lo que sentía por mí, empezaría a pasar mucho tiempo en la calle después de eso.
En esos días yo difícilmente llegaba a los doce, que no te sorprenda si te digo que me molestaban en todas partes por mi apariencia y no precisamente por lucir como una vagabunda, puesto mi cabello era del color de un tomate y mis ojos eran del color del "estiércol" como solían llamarlos, eran de un tono café idéntico al de mi padre, yo era más bien lánguida y no solo por la falta de comida, ya que de vez en cuando me las apañaba para robar una buena ración de comida y si ya sé que por esto empecé a aparecer en la lista negra de "Dios", porque nunca le compartí ni una sola migaja a mi familia, creo que yo estaba sola, a mi madre no le sorprendió nunca que yo durmiera fuera de casa, o que desapareciera unos cuantos días, recuerdo que cuando desaparecí un mes me golpeo al entrar a casa tan fuerte que me saco las monedas de plata que traía escondidas en un saquito pegado a las bragas, desde ese día no me volvió a ver igual y empezó su exigencia de que debía llevarle esa suma cada que pusieras los pies en su casa, en esos días más o menos mi padre quien fue el único que demostró algo de cariño por mi murió de una tuberculosis, lo único que me quedo de él fue un beso y un "vive para ser fuerte". Era obvio que con su partida y con lo que debía "pagar" por un piso sucio y un caldo de agua no duraría mucho bajo las enaguas de mi madre, cuando cumplí unos 14 deje de volver, no me importaba vivir en la calle había aprendido a apañármelas sin problema, solo de vez en cuando sufría como por ejemplo al mirar por las ventanas de la gente adinerada o acomodada y ver comida caliente en la mesa "¡Al diablo, quien necesita semejante banalidad!" Gritaba cada vez, hasta que un día "el diablo" vino a tocar mi hombro al verme asomada por su ventana pues ya había cometido la increíble burrada de asomarme por esa misma ventana en más de una ocasión, y es porque la primera vez que asome por allí, me pareció haber visto una linda y enorme muñeca sentada en una poltrona rodeada de almoadones y con un libro junto al cálido fuego, recuerdo que parecía triste, pero "era perfecta" pensé las otras veces que había vuelto a verla, sin embargo esa vez la linda muñequita no estaba en su silla, estoy casi segura que se me oprimió el corazón de tristeza, hasta que una mano fuerte me tomo por los hombros e increpo
YOU ARE READING
Los recuerdos del alma no siempre son los recuerdos del corazón
RomansaÉl lo sabía, o bien lo había visto, no se trataba del temor a la muerte sino el temor a perder todo lo que le era amado, su poder, su gente, su tierra incluso él misma y sin embargo eligió combatir y padecer, sacrificándolo todo para que ella pudier...