CAPÍTULO IX: UN PEQUEÑO PEDAZO DE CIELO

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La habitación estaba en completa oscuridad cuando Samuel despertó. Un poco de luz del exterior se colaba por las cortinas de la ventana, pero pudo darse cuenta de que ya había anochecido. Se removió en la cama, sintiéndose un poco desorientado. Ya no le dolía tanto la cabeza, pero sentía la garganta seca y la espalda entumecida por haber permanecido tanto tiempo acostado. Cuando dio la vuelta para intentar llegar hasta la lámpara de la mesita de noche, una suave respiración lo hizo detenerse de golpe.

No lo había soñado.

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Un montón de recuerdos se le agolparon en la mente y casi lo hicieron sentir mareado. Lo observó por un momento y negó con la cabeza porque todo era tan irreal, que no estaba seguro de estar lúcido. William estaba ahí, en su habitación, acostado a un lado de él, en su propia cama. Dormido. Encendió con cuidado la lámpara de la mesita de noche.

Will se removió un poco en su lugar y dejó escapar un resoplido de sus labios medio abiertos. Samuel se estremeció.

Lo había besado. Esos labios regordetes y tan dulces, habían estado sobre los suyos y se había sentido tan bien, que era casi increíble.

¿Cuánto tiempo hacía que Samuel no tenía aquella sensación tan cálida en el pecho? Ni siquiera podía recordarlo. Creía saber que jamás se había sentido igual y la sonrisa que había estado formándose en su rostro, fue borrada de inmediato por el temor de la duda.

—¿Qué voy a hacer si tú también te vas? —susurró para sí mismo y casi pudo sentir como un nudo se formaba en su garganta. Aborreció el hecho de sentirse tan vulnerable. Cerró los ojos por unos segundos y suspiró intentando recuperar la calma.

Quería ser capaz de olvidar, porque había pasado muchísimo tiempo como para que siguiera sintiendo miedo de ser lastimado otra vez. William no parecía ser la clase de chico capaz de engañar. Pero para los ojos inocentes de un adolescente, Tony tampoco lo era.

Pero Samuel ya no era un adolescente y tampoco conservaba aquella ingenuidad que había sido capaz de cegarse a todo, por una persona que no merecía ni un poco de su afecto. En esta ocasión, creía poder reconocer la sinceridad en las palabras de Will e incluso si esas palabras eran capaces de engañarlo, lo que había sentido en ese beso, había derramado sinceridad.

Se acomodó en la cama con cuidado de no despertarlo y lo observó dormir, por un largo rato.

Recorrió con calma cada uno de los finos rasgos de la cara de William. Sus ojos, sus pestañas, su respingada nariz, su cabello, completa y perfectamente revuelto... y sus labios, esos labios que ya había tenido la fortuna de probar y que había sido como obtener un pedacito del cielo.

Sonrió para sí mismo, recordando la cantidad incontable de veces que había despertado de esa manera, en una cama y enredado en el cuerpo de alguien más. Hombre o mujer, eso siempre había sido lo de menos. Siempre se había tratado solo de sexo. Nunca había habido amor. ¿Cuántos extraños sin nombre habían despertado junto a él? Si tenía que ser sincero, aquello era algo que lo avergonzaba, aunque su orgullo no lo dejaba admitirlo en voz alta. Sentía vergüenza de la vida que hasta ese momento había llevado.

Sin embargo, en ese preciso instante, el sentimiento era completamente diferente. Era la primera vez en mucho tiempo, que despertaba a lado de una persona en la que realmente estaba interesado. Una persona a la que únicamente había besado y que ese beso, sin embargo, había encerrado muchísimo más de lo que había sentido por cualquier otra persona en el pasado.

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