PROLOGO

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CAMILA

Caminaba hacia la salida; me sentía sola, vacía... la Camila verdadera, la que nadie conoce, es muy diferente de la que dejo ver.

Ante los ojos de la gente soy la exitosa actriz que lo tiene todo: superación, glamur, viajes, automóviles importados, premios, una vida de ensueño... hija de la estrella del rock Alejandro Cabello, famosa a través de su banda antes de ser conocida; desde niña me moví en los escenarios y, por simpatía, los fans de mi padre me adoraban desde ese entonces; sin embargo, en la vida real sólo soy una mujer que odia la soledad en la que vive, y que está harta de disimular.

Mis amigas ni siquiera se habían enterado de que me marchaba del nightclub. Me habían visto alejarme hacia la planta superior en compañía de un adonis a quien le permití pagarme una copa y desaparecí; ojos celestes, porte de mariscal de campo, ropa de diseñador, reloj de lujo... un buen candidato para cualquiera, pero cuando dijo dos palabras me di cuenta de que su cerebro estaba hueco y que lo único que le interesaba era tener una foto junto a mí para pavonearse en su círculo social.

El sonido de mi móvil logró sustraerme de mis pensamientos; miré la pantalla, pero no deseaba hablar con mi agente; no quería que supiera dónde estaba, ni tampoco que me sermoneara por haber bebido ya mi quinto Vodka. Por lo tanto, lo ignoré, tiré el móvil dentro de mi bolso y continué avanzando hacia la salida.

Caminé en la fría noche neoyorquina en busca de un taxi, rogando mientras lo hacía que nadie me reconociera, no quería detenerme por nada. Cuando estaba a punto de cruzar, el claxon de un vehículo que pasaba en aquel momento me sobresaltó, y mi instinto de conservación me hizo retroceder; di marcha atrás al percatarme de que no tenía paso para avanzar.

Joder, casi termino bajo las ruedas de aquel coche. Lo peor de todo fue que acabé empapada, ya que me había salpicado de cabo a rabo. ¡Mierda de noche!, mi pelo estaba lleno de lodo, mi ropa arruinada y mis zapatos también; quería matar al imbécil que me había mojado.

El vehículo se detuvo y luego fue marcha atrás; al llegar a mi altura, el cristal de la ventanilla bajó y, sin pensarlo, le lancé un improperio al conductor, pateé su puerta y le arrojé mi clutch por la cabeza.

—Idiota, ¿por qué no te fijas por dónde vas? ¡No puedes pasar a esa velocidad por una bocacalle!

—La idiota eres tú, ¿por qué no miras los semáforos? Yo tenía paso.

—¿Tú? —dijimos ambos al reconocernos.

Rápidamente descendió del vehículo, se acercó a mí y me agarró por el codo. Lo miraba sin reaccionar, lo miraba... lo miraba... eso mismo me había pasado en el Palace cuando, más temprano, se me había acercado.

Medía fácilmente más de un metro ochenta. Su nariz era recta y sus labios se veían pecaminosamente llenos. Indudablemente, con sólo un vistazo, no cabía duda de que era imposible pasar de ella, pues no sólo parecía uno de esos modelos inaccesibles de las páginas de una revista de moda, sino que, además, su presencia destacaba por encima del resto de los demás. Nunca un hombre o una mujer me había dejado sin palabras.

—¿Estás bien?

—Sí. Lo lamento, he cruzado distraída.

Intenté que los dientes dejaran de castañetearme, pero no lo conseguí; estaba empapada y hacía demasiado frío.

—¿Siempre atraviesas así la calle?

La bastarda arrogante se estaba burlando de mí. Me miró con una media sonrisa, estudiando mi deplorable estado, estado en el que me encontraba por su culpa.

—Me he disculpado. —Cogió mi pelo embarrado entre sus dedos y se rio por lo bajo; seguía mofándose y yo estaba por clavarle un tacón de mis Zanotti en el pie.

Devuélveme el corazón | Camren G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora