Cuatro

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Quiso pegarme un rodillazo, pero la atajé cogiéndole la pierna y enredándosela en mi cintura, por lo que, haciendo equilibrios de pie en un solo tacón, era muy poco lo que podía hacer.

Metiendo mi mano en su raja trasera, la levanté apartándola de la superficie y la llevé contra la pared contraria para despegar su cuerpo del cristal y que dejaran de ver nuestras sombras, si es que alguien nos había advertido allí arriba. Un gemido partió de su garganta al tiempo que me clavó las uñas en los hombros.

Cuando la tuve apoyada contra la pared, masajeé la entrada de su culo.

—No quiero estar aquí contigo —soltó entre gemidos.

Pasé mi nariz por su cuello, aspirando su aroma como si fuera un animal en celo, clavé mi pelvis en su entrada y me froté en ella para que notara mi erección, y ella se balanceó contra mí, ondulando su suave cuerpo.

—Tu cuerpo no dice lo mismo.

Moví los dedos, desplazándolos, y aparté la tela de sus bragas; estaba muy húmeda. La miré fijamente a los ojos mientras hundía un dedo en su entrada; el resbaladizo calor me exigía más. Ella abrió la boca en busca de oxígeno, mientras absorbía el placer de mi intromisión. Sentí una perfección salvaje que hizo que me tambaleara.

—Déjame, Lauren. No quiero hacer esto contigo; estoy mojada, sí, pero esta humedad no te pertenece, la tenía de antes.

Me carcajeé demostrándole que no le creía, mientras me hundía en ella un poco más.

Mordió mi labio y, tras soltar su pierna, la cogí por el mentón, hundiendo mi lengua en su boca; mis dedos entraban y salían de su coño. Sabía que ella estaba mintiendo, estaba excitada, estaba ardiendo por mí, podía sentirlo; su espalda se arqueaba buscando ese roce perfecto, se aferraba de mis hombros y balanceaba su pelvis en pos de más fricción. Su boca se resistió a la mía, pero luego cedió, ambos queríamos eso, ambos nos ansiábamos, ambos deseábamos terminar lo que habíamos iniciado aquella noche en su casa. Arremetí con mi dedo entrando y saliendo de ella a gran velocidad, le metí un segundo dedo y aceleré más mis movimientos; ella me los estaba estrangulando con su vagina, estaba muy cerca de correrse.

Sus gemidos eran amortiguados por mi boca, que no dejaba de chuparla, de morderla, de succionarla; en medio de cada lametón, ambos boqueábamos en busca de aire. Cuando la sentí tensarse, a punto de conseguir su orgasmo, me alejé, dejándola echa un gran lío recostada contra la pared; su respiración era dificultosa, y sus ojos verdes me miraban de manera oscura, como si fueran dos obsidianas negras. Me apoyé contra el cristal y mi mirada se arrastró desde la punta de sus pies hasta sus enigmáticos iris verdes; luego miré mi mano empapada y, después de enseñársela, la lamí y después me la sequé en el pantalón, al tiempo que levantaba una ceja sin dejar de mirarla; ella tampoco apartaba la vista de mí y de lo que hacía.

Camila continuaba respirando entrecortadamente.

Yo no estaba mejor que ella, pero tenía un propósito, un objetivo, y era terco, muy terco, ella no sabía cuánto.

Me acerqué nuevamente y le hablé al oído para que pudiera oírme, puesto que el sonido de la música lo dificultaba.

—Tu excitación es toda mía, y esta noche, cuando vuelvas a tu cama, te vas a tocar y vas a ansiar que sea yo quien lo haga, porque apuesto a que nunca nadie te ha dado con los dedos lo que has estado a punto de conseguir con los míos; sin embargo, cielo, para tener otra vez mis dedos dentro de ti, vas a tener que rogar mucho, y ni te digo lo que vas a ansiar saber cómo es tener mi polla dentro de ti, porque te aseguro que vas a arder queriendo descubrir lo que mi verga te podría dar —le dije frotando mi bragueta contra su muslo—. Grita muy fuerte mi nombre, hoy, cuando te hagas la paja en tu cama.

Devuélveme el corazón | Camren G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora