CAPÍTULO 2

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"Ojos Azules"

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"Ojos Azules"

La chica ingresó con el menor ruido posible y caminó hasta dejar la bandeja sobre el escritorio mientras me acomodaba en la cama lo mejor que podía para examinar la habitación. Las paredes eran de un color verde claro, en tono pastel, sin ninguna decoración más que un reloj que indicaban las 16:30 de la tarde. La cama estaba junto a una de estas paredes, la ventana al otro extremo tapada por cortinas visillo; además se hallaba un escritorio de madera, y una cómoda para la ropa. No había mucho, pero no es como si lo necesitara. Esto ya es bastante para mí.

Noté como ella tomaba un frasco junto con algodones que había traído en la bandeja antes de sentarse a la orilla de la cama con intenciones de curarme. Me sonrió cuando se percató de lo despierto que estaba y, como si fuéramos ya conocidos, prosiguió a realizarme las curaciones en mi cara. Yo en tanto miraba sus acciones, su cabello oscuro como la noche, su rostro pálido con mejillas rosadas y sus ojos..., dios esos ojos...

Azules. Me gustaban que fueran azules. Me recordaba al mar, un azul profundo que, por alguna tonta razón, me daba paz y tranquilidad.

Fue en ese instante en que reaccioné, pues casi me sentí un idiota al recordar no haberme presentado.

—Me llamo Adrien —pronuncié, haciendo que dejara de curarme la herida de mi mejilla— ¿Y usted?

No contestó, más bien resopló haciendo que su flequillo no le molestara los ojos y continúo con curarme la herida como si nada.

—¿No entiende? —pregunté, era una posibilidad.

Dejó salir un suspiro pesado mientras me miraba a los ojos. Hizo una mueca, y su mano me señaló la parte de su garganta donde una cicatriz, ni tan grande ni tan pequeña, era escondido por un pañuelo rosa. Luego negó con la cabeza. Me sentí avergonzado, un idiota que no piensa.

Era muda. La chica de ojos azules era muda.

—Lo siento —dije cuando ella se tapó su cicatriz con el pañuelo, volviendo a curarme ahora el pecho—. No quería ofenderla.

Pero no me miró ni resopló, más sé que ella me escuchaba. Luego, cuando quise hablarle nuevamente, tan sólo cubrió mi pecho con una venda nueva, puso el frasco y algodones utilizados en la bandeja y se retiró del cuarto cerrando la puerta tras de sí.

—¡Espera! —tan pronto dije eso, me quejé de dolor.

Respiré casi jadeando, me sentía completamente molido y totalmente asustado ¿Dónde estaba? ¿había alguien más a parte de ella? ¿seguía en París si quiera?

Y nuevamente volvía a cuestionarme sobre la decisión que tomé, pero es que, si regresaba, debía casarme y no estaba para eso. No lo deseaba. No deseaba esa vida tan perfecta, pero sin amor que me tocó. Ahora estaba aquí, herido en la casa de una joven quién sabe dónde... Abrí los ojos con el corazón latiente cuando me di cuenta que si es que quería volver a París, no sabría qué camino tomar.

¿Qué fue lo que hice?

Con todo el dolor del mundo, me levanté con intenciones de ir hasta la ventana, pero tan pronto me erguí, fue que me caí haciendo que el dolor se intensificara.

Mientras respiraba con fuerza, apretando los puños rezando porque el dolor se detuviera, unas manos me sostuvieron del brazo para levantarme del suelo con cierta dificultad. No pude evitar gritar, odio a ese imbécil que chocó conmigo...

Al regresar a la cama, respiré como si hubiese hecho un gran esfuerzo y entonces me percaté de que esa chica revisaba el nuevo vendaje que acababa de colocarme. Hizo una mueca y salió corriendo del cuarto antes de regresar con una nueva bandeja. Esta vez no hablé, sentía que me dolería el cuerpo hasta para hablar, así que la miré.

Había fruncido el ceño demostrando lo concentrada que estaba... o quizás estaba molesta por haberme levantado de la cama, lo que era más probable, pero ¿cómo no podía explicarme dónde rayos estaba? ¿no me veía asustado?

—¿Dónde... estoy? —pregunté finalmente. Ella levantó la mirada y clavó sus bellos ojos azules en los míos, que eran tan verdes como los de mi difunta madre. Cuando noté que ella buscaba un cuaderno para responder, le hablé nuevamente—. ¿Sabe hablar... por señas? Porque yo sí.

La chica asintió antes de levantar sus manos.

—Estamos a las afueras de Noyers —respondió por señas, más yo utilicé mi voz.

—¿Qué es eso? —pregunté apresurado—, ¿a cuánto estoy de París?

—Son 200 kilómetros más o menos —contestó ella—. Noyers es un pueblo de Borgoña y queda a unos diez minutos de aquí, Adrien.

Después de eso se dedicó a cambiar mi vendaje antes de tener intención de retirarse, no pude evitar tomar su mano, la cual la retiré al instante al ver su mirada asustada. Comprendí que no soy nada más que un extraño y, teniendo en cuenta lo que acababa de decirme, podía imaginarme que no tenía vecinos por lo menos a una distancia de diez minutos. Era obvio que debía temer de un extraño, pues estaba sola (que yo sepa).

—¿Podría decirme su nombre?

Esos ojos azules parpadearon y, tras suspirar, volvió a levantar sus manos para decirme a través de las señas su inusual nombre: Marinette. Luego de eso se retiró, no sin antes regalarme una tímida sonrisa que, acompañados de su mirada azulada, lograron calmarme un poco. Ya no estaba tan asustado.

—Marinette... —susurré para mí mismo.

(...)

Y así pasaron los siguientes días, aquí postrado en total aburrimiento. Marinette solía visitarme cada día y tuve que mentir sobre mi apellido cuando me preguntó si es que tenía familia o porque había llegado hasta este lugar si había preguntado por Paris.

—Es Aubriot. Adrien Aubriot —respondí mientras ella observaba la cadena de plata que mi madre me había regalado cuando niño, el cual consistía en 2 A entrecruzadas que indicaba mi nombre. Ella sonrió al escuchar mi apellido, entregándome la cadena—. Me la regaló mi madre cuando niño.

—¿Y ella?

—Murió.

Marinette no hizo preguntas más sobre ello, pues ya le había comentado que estaba totalmente solo y no tenía a dónde ir.

—Tus heridas se ven mejor —cambió de tema—. Supongo que podrás estar de pie pronto para seguir con tu camino.

¿Qué? ¿mi camino?

Asentí cuando comprendí que ella sólo me estaba ayudando hasta que me recuperara. Era algo justo, me salvaba y a cambio me tenía que ir apenas me recuperara. Lo cierto es que Marinette debía ser alguien lo bastante ocupada, pues, aunque no me haya comentado nada sobre su familia, sabía que vivía sola. Tal vez sus padres trabajan en alguna otra localidad y vienen los fines de semana a pasar el rato con su hija. No es algo que me gustara que un padre hiciese, pero no puedo opinar, con el padre que tengo...

Cuando vi que se levantó, la volví a llamar. Ella me miraba con esos zafiros que comenzaban a gustarme y cuando le agradecí por su visita y por la conversación, no hizo más que sonreír a la vez que se acomodaba su pañuelo.

Al ella irse, comencé a preguntarme en si me había creído la historia sobre mi identidad o familia, pero pronto deseché esa idea. Marinette podría ser reservada, pero era una francesita que no sería capaz de mantenerme en su casa si es que descubriese mi identidad. Es por ello que me tranquilicé.

Marinette me creyó. Lo sé. Confiaba en los que sus bellos ojos azules me trasmitían...

El Susurro de tu Voz 🐞Adrinette [A.I #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora