Capítulo 2

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Era sábado y como habíamos acordado tenía que cumplir con mi castigo. Estaba desayunando cereal en la cocina cuándo mi madre se acercó a sacar jugo del refrigerador.

— Buenos días, hijo. — Saludó.

— Buenos días, mamá. —

—¿Cómo dormiste?— Preguntó mientras mordía el pan tostado.

— Bien gracias, ya es hora de irme ¿Podrías devolverme mi móvil? — Contesté serio, aún seguía un poco molesto por lo de ayer.

Me miró con desaprobación, no pensaba darmelo y justo cuándo iba a hablar la interrumpí.

—Por favor, lo necesito. No puedo andar en la calle así. — Supliqué

—Esta bien, sólo porque tienes que avisarme cuándo hayas llegado. — Dijo mientras lo sacaba de su bolso.

—Muchas gracias te amo, adios. — Sonreí, la abracé y le planté un beso en la mejilla.

—Yo a ti, cuídate hijo. — Escuché a lo lejos.

Salí de casa y comencé a caminar hacía la parada del autobús, mientras trataba de localizar el asilo en el mapa de mi móvil. Caminé alrededor de diez minutos, necesitaba darme prisa pues el autobús no tardaba en pasar y no podía perderlo, necesitaba llegar lo más pronto posible.

Empecé a correr para alcanzar a entrar cuándo de pronto tropecé con alguien y todo salió volando.

— Lo siento mucho. — Me disculpé.

— Fíjate por donde caminas, idiota. —

Cuando levanté la vista me di cuenta que se trataba de una chica, al parecer estaba en su puesto de periodicos y ahora todas sus pertenencias se encontraban esparcidas por el suelo. Me di prisa y le ayudé a recoger, cuándo terminé le sonreí un poco tímido pero ella sólo respondió con una mueca.

Seguí corriendo y alcancé a entrar, cuando pude encontrar un asiento libre volteé a verla a través de la ventana sólo para comprobar que ella también me estaba observando.

Decidí olvidarme del incidente y seguí mi camino. El trayecto duró quince minutos, cuándo bajé del autobús caminé cinco cuadras hacia el sur, si la dirección no estaba mal se supone que ahí se encontraba el lugar.

Cuando por fin llegué, me encontré con una casa de color blanco era grande, tenía un lindo porche con un jardín muy hermoso. Llamé a mi madre antes de entrar al lugar para avisarle que había llegado bien, no queria tener más problemas con ella. Cuando terminé la llamada entré a la casa y me acerqué a la recepción.

— Buenos días, mi nombre es Tobías Rowland y estoy aquí por el servicio comunitario, me mandó el director Robert Jones. — Me presenté un poco apenado.

— Buenos días chico, me imagino porque estás aquí. — se rió. — Ya nos mandaron tus datos. Si quieres puedes pasar con Lía ella te llevará a conocer el lugar. — Señaló a una chica rubia que se encontraba junto al escritorio.

— Muchas gracias. — Le sonreí.

— Hola Tobías, me llamo Lía Woodsen. Sígueme te mostraré el lugar. — Contestó muy sonriente.

Me limité a sonreír y la seguí, me mostró la casa mientras me contaba todo sobre el lugar que para ser sincero era demasiado grande, había alrededor de veinticinco adultos mayores más las enfermeras.

— Bueno pues hemos terminado, aquí es dónde tú te quedarás. — Mientras nos deteniamos en un cuarto. — Es la sala de estar y básicamente los abuelos pasan la mayoría del tiempo aquí, las enfermeras algunas veces necesitan ayuda. — Dijo sonriente.

— Muchas gracias por todo Lía, eres muy amable. — Le devolví la sonrisa. — ¿Y tú por qué estás aquí? ¿También te castigaron? —

— No, claro que no. — Rió. — Yo soy voluntaria desde hace tres años, me gusta estar aquí. —

— Wow, lo siento era una broma. Eso es increíble — Reí también.

— Descuida. Tengo que hacer algunas cosas, ¿hablamos después? — Contestó dulcemente.

— Claro que sí. —

— Buena suerte. — Dijo mientras salía del lugar.

Comencé a acomodar algunas cosas, la verdad es que no estaba muy desordenado. Había unos cuantos sillones, varios libreros y una televisión, al fondo había mesas y sillas donde podían tomar el té con algunos juegos de mesa, o simplemente plantas como decoración. Cuando terminé empezaron a entrar varios ancianos, algunos venían caminando normal, otros con andaderas o bastón.

Aún no sabía muy bien que hacer, me encontraba parado a un lado de la puerta observando a todos en la habitación, algunos estaban viendo la televisión, otros platicaban o jugaban. De pronto algo llamo mi atención, estaba una señora en la mesa de la esquina, observaba hacía la nada y no había nadie alrededor. Decidí acercarme un poco para ver si podía platicar con ella, o si tal vez necesitaba algo.

— Hola. — Pregunté suavemente.

— Hola muchacho, ¿Qué te trae por aquí? — Me contestó con una ligera sonrisa.

— Estoy haciendo servicio comunitario, como la vi aquí pensé que tal vez podía necesitar mi ayuda. —

— Hace mucho tiempo que no vienen jóvenes nuevos por acá. — Dijo sorprendida. — Mi nombre es Alice Barock. — Se presentó

— Mucho gusto, yo soy Tobías Rowland. — Contesté mientras le estrechaba la mano.

— El gusto es mío, pero vamos toma asiento. — Señaló la silla que estaba enfrente.

Hablamos sobre el lugar y lo que se hacía aquí, le conté por qué había venido y le pareció gracioso. Hablamos sobre mí, la escuela y mi familia, cuando comenzó a contarme sobre su vida y todo lo qué había pasado. Habían secuestrado a su único hijo cuándo tenía seis años, ella pasó la mayoría de su vida buscándolo pero nunca pudo encontrarlo. Terminó en este asilo juntó a su esposo porque ya no pudieron seguir pagando el alquiler de su departamento. El señor Howard con quién estuvo casada durante treinta y nueve años había fallecido hace cuatro meses y para ella había sido muy duro, a pesar de todo por lo que había pasado era una señora muy linda y cariñosa, y así seguimos hablando un buen rato hasta que anunciaron la hora de la comida.

— Y básicamente esa es toda mi vida. — Suspiró.

— En realidad lo siento mucho. — Dije estrechandole la mano.

— Muchas gracias por escucharme hijo, tal vez te asusté y no debí contarte mi triste historia pero hace mucho tiempo que no hablaba así con alguien. Desde que Howard se fue nadie había sido tan amable conmigo. Siento que eres ese nieto que nunca tuve. — Contestó mientras se secaba las lagrimas.

— Muchas gracias a usted por confiar en mí, en realidad es una persona muy linda. — Dije conteniendo las lagrimas. — Mi primer día aquí y ya me hizo llorar. — Reímos.

— Llámame Alice, aún estoy muy joven. — Dijo bromeando. — Así somos los ancianos, aprovechamos cualquier oportunidad porque nos gusta platicar de todo. — Rió.

— Pues ahora ya sabe a quién contar sus historias. — Contesté riendo.

— Ya es hora de ir a comer pero espero verte por aquí seguido. — Se despidió mientras se dirigía al comedor.

— Aquí estaré, lo prometo. —

YELLOWDonde viven las historias. Descúbrelo ahora