La partida de Alexander Hamilton detonó una nueva costumbre entre su mujer e hijo.
Todas las mañanas, a primera hora del día, mientras madre e hijo desayunaban recibían la visita del cartero con el mensaje de Hamilton para ambos.
—¡Mamá, mamá! —gritaba el niño agitando el sobre con el brazo en alto—. ¡Papá ha escrito!
Eliza corrió apresurada al recibidor, donde Philip estaba. Tomó la carta y la depositó sobre la chimenea. La carta permaneció ahí, aguardando a que el infante llegara de la escuela e hiciese los deberes para poder ser abierta.
Esa era la mejor motivación que Philip podía recibir: esforzarse al máximo para tener noticias de su padre. Obviamente era una tarea fácil, el pequeño Hamilton era un educado alumno y un hijo ejemplar, no debía mediar su comportamiento para ser el niño que todo padre sueña tener.
Cuando las primeras estrellas comenzaban a salpicar el cielo nocturno y Philip terminó con los deberes escolares (e incluso ayudó a su madre con las tareas domésticas), ambos se sentaron cerca del abrazador calor que la chimenea llameante les ofrecía.
Eliza se sentó en una mecedora con la carta reposando en su regazo. Philip ocupó un sitio en la suave alfombra marrón ubicada frente a su madre, el niño permanecía con su espalda derecha y sus piernitas cruzadas, sus brillantes ojos estaban abiertos a más no poder, expectantes por las palabras que su madre leería. Al fondo, el fuego bailaba sereno, regalando la luz necesaria para que ella pudiese descifrar la caligrafía impoluta de su marido.
—¿Listo? —consultó ella antes de empezar.
Philip asintió ansioso, sus rizos se revolvieron.
Con gracia y delicadeza, Eliza abrió la carta. Extendió el papel y lo sostuvo de tal forma que su lectura fuese cómoda, aclaró su garganta y dijo:
—«Mi muy querida Eliza...
El corazón del infante se estremeció con ese saludo. La carta iba dirigida a su madre, no a él... ¿Qué más daba? Esa carta era la prueba de que su padre vivía, no le importaba a quien le escribiese. Recompuso su sonrisa de inmediato, agudizando el oído para escuchar a la perfección el mensaje de Hamilton.
—¿Qué tal todo por allá? ¿Ha pasado algo interesante desde mi partida? ¿Cómo está Philip? ¿Te ha causado problemas...?
—No, no, no, no —se precipitó el pequeño poniéndose de pie, mientras apoyaba sus manitas en las rodillas de su madre y negaba constantemente—. He sido un buen niño, ¿cierto, mamá? ¿Le dirás a pá que no he causado problemas? Él dijo que iba a sorprender al mundo, no quiero decepcionarlo...
Su madre rio divertida y acarició los cabellos de su hijo para calmarlo.
—Así es, cariño. Le diré a tu padre que has sido un gran niño. ¿Sigo leyendo?
Philip asintió aliviado y volvió a su posición inicial.
—... Por mi parte, puedo decir que todo marcha genial. Washington me ha hecho cargo de la parte estratégica, mi labor será idear planes y revisar que no falte nada. Momentáneamente, no estaré en el campo de batalla...
Eliza debió parar gracias al nudo que se tejió en su garganta. Momentáneamente no estaría presente en la guerra. Momentáneamente. ¿Y si cuando abandonase su puesto actual recibía un balazo que le cobrara la vida? La mujer notó como su hijo la observaba con la curiosidad desbordando en sus ojos y su carita ladeada. Eliza volvió a carraspear para ahogar el nudo antes de proseguir.
—... en cuanto cambie de posición, te escribiré. El poema de Philip me ha dado la energía para seguir adelante, Eliza, nuestro hijo es un gran poeta...
El rostro de Philip se iluminó nuevamente, su padre decía que era bueno, ¡le gustó su poema!
—... Cuida de nuestro pequeño Philip por mí. Recuerda besarlo y mimarlo por mi cuenta. Te amo, Eliza. Tuyo para siempre, Alexander».
Philip sentía su corazoncito palpitar acelerado. Casi con la misma velocidad de sus pulsaciones, corrió a su habitación para arrancar un poema de la libreta donde solía escribirlos. Al regresar observó a su madre con lágrimas en los ojos a la par que abrazaba la carta, con tanto cariño como si del mismísimo Alexander Hamilton se tratara.
El niño limpió las lágrimas de su madre sonriendo. Arrastró una mesa frente a ella y le tendió papel, un frasco con tinta y una pluma.
—Escribe una respuesta y anexa otro poema que lo hará reír —propuso Philip, mostrando su desdentada sonrisa—. Papá se lo merece.
—¿Qué quieres decirle?
—No, escribe lo que tú quieras decirle primero. Al fin y al cabo, es a ti a quien va dirigida la carta.
Eso hizo Eliza, vertió sus sentimientos en esa hoja. Con trazos finos y letra cursiva. Sonreía tontamente al recordar que eso hacía cuando su noviazgo con Alexander apenas comenzaba, ahora eran esposos y mantenían la misma tradición. Philip la observaba alegre e impaciente, deseaba que su madre terminara para ir a la oficina de correos y enviar el manuscrito.
—¿Quieres firmar tú, Philip?
Philip sostuvo la pluma y trazó al final de la carta su despedida. Tuyos para siempre, Eliza y Philip. Su tosca caligrafía resaltaba con la fina letra de Eliza, además de las manchas de tinta que Philip dejó sin querer. Era la carta perfecta y Hamilton la amaría.
Recibir la correspondencia de Alexander por la mañana, leerla por la noche junto a la chimenea, escribir una respuesta y mandarla cuando el sol comenzase a asomarse era una tradición para Eliza y Philip. Aunque, todos los días, despertaban con la intriga sobre si recibirían o no una carta de parte Hamilton. Era un suspenso intolerable para ambos.
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Tuyo Para Siempre | Hamliza
ФанфикMi muy querida Eliza. Si algún día dejo de escribir no te preocupes por mí, significa que estoy en un lugar mejor. Tuyo para siempre, Alexander.