Capítulo 20

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Cuando el bus llegó a mi destino me bajé media soñolienta, había dado demasiadas vueltas por la ciudad y desde que Carla se había bajado cuatro paradas antes, se me había hecho eterno.

Caminaba lo más rápido que podía hacia casa. Era demasiado noche y las farolas, casi sin brillo, le daban a la calle un ambiente un poco tétrico.

El ligero frío de la noche había hecho que me despertarse un poco y abracé mis brazos para entrar en calor. Pero cuando por fin llegué a casa, mi corazón dió un vuelco de 180 grados. El coche de Jonan estaba aparcado justo enfrente del portal. Y para colmo, como si de mi peor pesadilla se tratase, el mismísimo Jonan Maxwell estaba justo al lado del coche con las manos en los bolsillos, mientras caminaba de un lado hacia otro.

Parecía nervioso. Al verme, sus ojos grises se clavaron en los míos, aunque esta vez estaban más cálidos que de costumbre. Me miraban cautelosamente sin saber muy bien que decir ni que hacer.

-¿Qué coño haces aquí Jonan? -Mi tono de voz sonó más elevado de lo normal y me sorprendí a mi misma por la palabra usada.

-Yo... Quería saber... -Por primera vez, desde que conocía a Jonan, parecía no encontrar las palabras acertadas.

-¿Querías saber qué? -Realmente quería que hablara, que me dijera porqué estaba plantado en mi casa. A pesar de que estaba enfadada con él.

-Quería saber si estabas bien... -Esta respuesta no me la esperaba para nada y, por casi un segundo, sentí ganas de abrazarlo.

-Pues ya lo sabes, ahora vete.

Pero antes de que pudiese dar media vuelta y perderlo de vista, antes de que pudiese alcanzar el pomo del portal para abrirlo. Su mano agarró mi brazo e hizo que girase sobre mí hasta quedarme plantada frente a él con tan solo unos centímetros de distancia. Su cara estaba demasiado pegada a la mía, su aliento era cálido, a pesar del frío que hacía y sus ojos recorrían los míos hasta pararse en mis labios.

Si cuando tenía 10 años me mandasen escribir en mi diario como sería mi primer beso ideal, seguro diría que, probablemente, fuera en el banco de un parque con Sam, el chico nuevo de mi colegio. Aunque sabía que nunca le había interesado, siempre se mostraba amable conmigo, y tenía una bonita sonrisa. Aunque si no fuese con mi amor platónico de pequeña, seguro que con cualquier chico que me hiciese sonreír y me comprase todos los helados que yo quisiese.

Pero ésto, no era un bonito deseo de una niña.

Tener a Jonan tan cerca de mí hacia que mis sentidos y mis pulsaciones se disparasen estrepitosamente por todo mi cuerpo. Bajé la mirada hasta posarla en sus labios, estaban entreabiertos y su respiración, igual que la mía, estaba agitada. Realmente tenía ganas de que me besara, de saber a que sabor sabrían sus labios, de saber lo suaves que eran tal y como parecían. A pesar de que estaba dolida por su culpa.

Como si me leyese el pensamiento, los labios de Jonan impactaron con los míos, acariciándolos suavemente, y una corriente eléctrica recorrió toda mi espalda. Empezó a besarme cada vez con más ganas mientras su cálida lengua se abría paso entre mis dientes y bailaba con la mía a un compás encantador. Sentí como todo mi cuerpo ardía ante su contacto y recogió con sus manos grandes mis mejillas ruborizadas. Sus dedos eran ásperos pero parecían adaptarse perfectamente con mi suave y sensible piel.

El sentido común había abandonado mi cuerpo, y ya no me acordaba de cual era el motivo por el que estaba enfadada con él, ya no me acordaba absolutamente de nada, solo quería que este beso no se acabese nunca. La agradable sensación se había apoderado de todo mi ser. Sus labios eran suaves y su boca tenía un sabor mentolado, tal y como me lo había imaginado. Sin saber muy bien que hacer con mis manos las coloqué en su pecho, el cual ascendía y descendía bruscamente a causa de su agitada respiración.

Un sueño de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora