VII

12 3 1
                                    



- ¿De nuevo, Andrea?

- Me relaja.

- ¡Estás enferma, mujer!

- ¡No te enfermas de lo que te hace feliz!

- Eso no puede hacerte feliz.

Iván miró a Andrea. Nuevamente sus ondas despeinadas, y sus ojos que tenían un brillo diferente. Esa aura rosada había desaparecido desde aquel día, hace un mes, cuando ella salió corriendo. Parecía haber bajado 10 kilos, tenía ojeras, estaba pálida, sus vestidos estaban siendo reemplazados por ropa más oscura cada vez. Y aquellos pantalones que antes abrazaban su figura, ahora se veían caídos, descolgados. Andrea ya no era quien él conoció.

Mientras él la miraba fijamente, examinaba todo ese proceso, cuando ya no almorzaba con ella. Los paseos por café se veían cambiados, por cualquier otra actividad. Ya no tenían sus conversaciones profundas. Y ella, pues, había dejado de pintar.

- ¿Quién eres? – le preguntó Iván. – Ya no eres mi Andrea. Aquella mujer de la que me enamoré, la que siempre reía y buscaba el arte en todos lados. Pareces tan cuadriculada, extraña, no lo sé...

- Vete de mi vida que no te merezco.

- Yo jamás dije eso. Sólo quiero saber qué te ocurre. ¿Por Qué estás así?

- Sólo soy yo, ya déjame en paz.

Andrea se volvió a ir. Pero esta vez él no la buscó, no la llamó.

Simplemente, Iván desapareció. No llamadas, no mensajes, no nada.



Al día siguiente de lo ocurrido, ella lo llamó pero su teléfono se encontraba desconectado. No contestaba los mensajes. No sabía cómo comunicarse con él. Llamó a algunos de sus amigos y tampoco sabían nada. Por lo que ella fue a su casa a buscarlo. Tocó el timbre pero nadie contestaba. Andrea estaba desesperada. Regresó a su casa en medio de la lluvia. Estaba llorando, y su celular sonó.

Era un mensaje.

"Tienes razón, te dejaré en paz. No sé por qué prolongamos esto. Adios"

Ella quedó en blanco. Lloraba, gritaba, su respiración iba rápido, mientras apretaba sus puños buscando tranquilidad. Pero era imposible. Empezó a tirar las cosas en su cuarto, las lanzaba contra la pared. Sin embargo, en un descuido, cayó un vidrio roto en su brazo, haciendo un corte pequeño que empezó a sangrar. Andrea miraba la sangre, se encontraba sumergida en esa escena. No lograba procesar la información, sólo observaba cómo aquel líquido rojo brotaba lentamente de su brazo.

Andrea sentía que se lo merecía, que era necesario, era su castigo, era lo apropiado para ese momento.

Ella quedó sentada en el piso de la habitación, por 5 minutos más, tras lo cual se lavó y colocó una venda.

Se despertó en la mañana, observó todo a su alrededor. Y volvió a llorar.

Y recordó su castigo. El de anoche. Y recordó cómo en ese momento la mantenía aliviada, tranquila. Ese momento que ella tuvo para que su mente piense en absolutamente nada.

Respiraba hondo, mientras caminaba hacía al baño, donde se quitó la venda y tras ver de nuevo su herida, cogió una cuchilla, y realizó un pequeño corte en el brazo. Se sentó en el piso, al costado de la bañera. La sangre que salía era rojo oscuro. La tocó, se encontraba caliente. Goteaba en la tina. Realizó otro corte, y observó cómo continuaba saliendo la sangre...

El timbre sonó. Ella se levantó, se limpió rápidamente y se colocó la venda. Se dirigió a su cuarto y se vistió. Tapó la venda con una chompa larga y ancha. Y se dirigió hacia la puerta. Ese día no esperaba visitas.

- Hola, Andrea.

Andrea quedó atónita. No esperaba una visita de él.

La Princesa del BordeWhere stories live. Discover now