Taeng

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Esos ojos tan risueños y dulces le miraban con atención. Esa sonrisa angelical se extendía en su rosada boca. Su cuerpo estaba cubierto por un vestido blanco hasta la mitad de las rodillas, haciéndolo creer que era más un ángel que una humana.

Siempre supo que no lo era.
Con pasos apresurados se acercó. La tomó en sus brazos, como tantas veces lo hacía y la beso. Con un beso cargado de sus sentimientos. Confesando una y mil veces cuando sentía por ella, cuánto la amaba. Agradeciendo por tanto lo que hizo por él. Por hacerlo ser diferente a pesar de que la vida para él era una mierda.

Por enseñarle el amor.

El beso se intensificó. La aferró como pudo sus labios la necesitaban. La deseaba, la anhelaban. Le gritaban que no podía estar sin ella...

—Yoon Gi...— escuchó una voz tras él que lo llamaba. Sin querer depararse de la mujer entre sus brazos se volvió con ella. Viendo una silueta al inicio del camino con una mirada triste y a la vez amable, dulce y paciente. Esa mujer que siempre fue su esperanza. La única que lo había enseñado el verdadero amor en su niñez. La que había perdido. La mujer le extendió sus brazos, pidiendo que fuera a ella.

Él se debatía entre una mujer y otra. Decidido a no dejar a ambas, tomó la mano de la que estaba en sus brazos y caminó hacia su madre. De sus ojos brotaron lágrimas. Y entonces el cielo se tornó tan negro, sus ojos tan borrosos que no lograba enfocar a la mayor.

Este alzó su brazo derecho en su dirección para sostener su mano, pero le era imposible llegar. Parecía que sus pies caminaban en vano. Como si estuviese en una máquina que lo hacía realizar los pasos pero no lo movía del mismo lugar.

—Yoon Gi...— volvió a escuchar, pero esta vez de la que sostenía sus manos. De esta brotó una lágrima carmesí, que empezó a manchar su vestido blanco. Se desvaneció en sus brazos.

—¡No!— gritó, sosteniéndola en sus brazos. Condujo su vista a su madre y esta seguía en la misma posición que en el principio. —Mamá...— susurró con voz quebrada. Está empezó a desvanecerse como hojas que lleva el viento en otoño. Su cuerpo estaba fragmentado y volaba a su alrededor.
En ese momento volvió a ser ese niño pequeño. Con el suéter de lana sentado sobre sus rodillas, sus manos y rodillas manchadas de sangre.

***

JungKook estaba empeñado en hacer que comiera. Llevaba un día entero sin probar bocado y realmente no le interesaba a pesar de que el menor le insistía y trataba de obligarlo. Desde que tuvo ese sueño su mente insistía en revivirlo miles de veces. Eso solo empeoraba su situación. Estaba enojado, su humor no estaba de la mejor manera. Lograba tranquilizarse solo en el momento en que JungKook se acercaba a él y empezaba a darle conversación. Tal como un calmante para su corazón corrompido.

Trataba de controlarse todo lo posible delante de todos, pero a veces, empezaba a creer que enloquecería. Ya no podía doblegar por completo el Assasin en su interior. Y también estaba harto de las inyecciones, pero era su único remedio.

Esa noche luego de haberse quedado dormido había despertado furioso. Destrozó todo a su paso y golpeó varias veces a Seok Jin, JungKook y los otros dos chicos que siempre lo acompañaban. Después de eso cayó como un saco de papas en el suelo por un truco de JiMin, como la segunda vez que lo enfrentó.

Ahora que estaba más tranquilo le agradecía. Porque solo ver la cara de su pequeño hermano con unos cortes y moretones le sentaba horrible. No quería hacerle daño, pero tampoco podía controlarse del todo. Era como si en su interior habitara otra persona que le borraba su sentido común, sus recuerdos del pasado y lo hacía deleitarse en destruir.

Dejavú - Min Yoon GiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora