capitulo 3

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Alexi salió de su casa y caminó por el jardín trasero de la casa, pasó por el invernadero y siguió caminando hasta llegar a un lago
artificial, se sentó en la orilla y se abrazó las piernas.
Después de cuatro años sin ver el cielo, aún se sorprendía de cuánto dolía mirarlo. Vivir sin mirar el sol, sin poder ver un solo rayo de luz había sido aterrador, pero saber que cada vez que las puertas se abrían era sufrir dolores intensos, a veces, solo a veces extrañaba esos días de oscuridad y soledad aplastante. Ahora debía vivir con una madre que no podía mirarle el rostro y
un padre que no podía hablar con él sin dejar de mirar con fijación sus cicatrices.
Se pasó las manos por sus cicatrices, una que le marcaba del lado izquierdo desde el nacimiento del cabello hasta la barbilla partiendo su pómulo a la mitad, y la otra en el lado derecho, desde la sien hacia su recorrido por todo el costado de su rostro hasta llegar debajo de la barbilla. Esas no eran las únicas, tenía varias que adornaban todo su cuerpo, pero las que más dolían eran esas, las que hacían que su
madre no pueda verlo a los ojos, y que cada maldita persona que lo miraba lo dejaba embobado mirándolas, como las malditas
doncellas que se quedaban impresionadas mirándolo, y eso lo irritaba y dolía.
En un tiempo había sido apuesto, y simpático, ahora era solo un pobre hombre amargado y encerrado en una propiedad sin ser visto, como un animal agresivo. Un hombre joven con el alma vieja, destrozada, lastimada y cansada. Un hombre de veintisiete años sin una razón para vivir, se preguntó qué hacer con su vida ahora. Se dijo que iba a ayudar a su padre en el trabajo, pero luego recordó lo
que su padre le había dicho.

No te preocupes hijo, puedo hacerlo solo. Tú solo preocúpate en recuperarte.

Pero su cuerpo estaba sano, después de un año su cuerpo había sanado, pero su mente no. Se asustaba con facilidad, cada vez que oía los goznes de las puertas su cuerpo se ponía tenso, el ruido de los cubiertos rascando los platos le hacía poner la piel de gallina. Y el agua, el agua fría lo hacía contener el aliento.

Alexi cerró los ojos y su mente viajó cinco años atrás, cuando era un joven nervioso porque al día siguiente se casaría. Llegaba a su casa después de una reunión con sus amigos, subió las escaleras y se pasó las manos por la sien, la cabeza comenzaba a dolerle nuevamente. Desde niño había sufrido dolores de cabeza constantes,
era algo de familia, no había cura excepto unos polvos que, hacia la doncella de su madre, eran una receta rusa de la familia. Al llegar a la habitación cerró las cortinas y apagó casi todas las lámparas excepto la de la mesita de luz, sirvió un vaso de agua y mientras abría la bolsa del polvo la puerta se abrió tan rápido y fuerte que no
le dio tiempo de darse vuelta, un cuchillo
en su espalda, entre los omoplatos y una pregunta en ruso.

— ¿Eres Alexi Kuznetsov?

— Si...

Un golpe detrás de la cabeza y la oscuridad lo absorbió.Despertó en un lugar oscuro y sucio, pasó unas cuatro semanas ahí, las cuatro semanas en que lo buscaban incansablemente y que él creyó que lo encontraría, pero luego la búsqueda se suspendió.
Había puesto sus esperanzas en Cassandra que no cesaba en la búsqueda hasta que simplemente se dejó de buscar, el compromiso se rompió y Alexander desapareció sin dejar rastro. Se dijo que su madre y su padre se darían cuenta de que no se había llevado nada, ni su ropa, ni sus documentos y que sus malditos polvos para la cabeza seguían en el mismo lugar que él lo había dejado, ese maldito polvo con el que no podía vivir, pero nada. Sus padres simplemente aceptaron el hecho de que él se había ido voluntariamente.

  Durante cuatro años fue golpeado y secuestrado por personas que creían que había traicionado Rusia, por personas enfermas que creían que un simple hijo de una mujer rusa era el causante de algún tipo de traición absurda.
Cuando los ingleses habían entrado a Sebastopol y habían finalmente clavado la bandera inglesa él había sido liberado. Cuando los soldados volvieron de la guerra, también lo hicieron los pobres prisioneros ingleses y víctimas de la guerra. Él estaba incluido en ese viaje.
Cuando había pisado suelo inglés, con una capucha y en completo secretismo había vuelto a casa. La recepción no fue la mejor, pues nadie lo esperaba y al ver su aspecto sus padres no podían dejar de observar con horror.
Abrió sus ojos y se desprendió de esos malos recuerdos, con sorpresa se dio cuenta de que ya era de noche. Observo las estrellas.
Un día menos, se dijo internamente. Se levantó del suelo y se sacudió ligeramente, con pasos lentos y las manos en los bolsillos inició el camino a casa, encontró a su
padre en la biblioteca.

— Buenas noches.

— Buenas noches Alex, ¿Cómo estás? Tu madre me dijo que Meredith McNeil estuvo aquí…

— Si. — Dijo escuetamente.

— Tienes buen semblante y me supongo que estas curado físicamente para ayudarme con el papeleo.

— Gracias papá. — Le dijo sentándose enfrente.

— Toma esos papeles… no debo decirte que hacer ¿Verdad? Creo que aún lo recuerdas.

— Si claro.

Durante una hora trabajaron en un silencio cómodo.

— Creo que necesitas anteojos. — Le dijo su padre mirando lo que él había escrito.

— Si creo que sí. — Admitió Alexi.

— Mañana iremos al pueblo. — Dijo sin mirarlo.

— Sabes que no puedo… — Le dijo él.

El pasado de Alexander (Saga Kuznetsov 1) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora