Octavo mensaje

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   Salió por la gran puerta del local con un humor de perros, maldiciendo internamente a todo lo que se movía

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   Salió por la gran puerta del local con un humor de perros, maldiciendo internamente a todo lo que se movía. Tenía ganas de meterle una patada a algo o pegar a cualquier cosa con tal de desquitar todo el malestar contenido, y en ese momento solo deseó tener delante su saco de boxeo y ponerle la cara de cierta rubia que había conseguido sacarlo de sus casillas. 

 Ignoró completamente la mirada del guardia de la discoteca y caminó por la carretera, allá donde tenía aparcada su moto.  

  —Se lo digo de buenas maneras y nada—gruñó para sus adentros. 

 Estaba enfado. 

 No. 

 Más bien furioso. Furioso por aquella situación. Chloe Bourgeois le había arruinado la noche, no solo con su presencia, sino por su comportamiento que dejaba mucho de desear. Se olía a kilómetros que era una principiante en todo aquello, y no faltaba más: Era una cría de dieciséis años que estaba acostumbrada a una felicidad basada en las posesiones y el orgullo ensimismado.  

 De una cosa estaba seguro, y era que aquella joven no iba salir bien parada de esa discoteca. 

  —Que se joda—se dijo así mismo, no obstante tenía un pequeño nudo en el estómago que le carcomía por dentro. 

 Se metió una de sus manos los bolsillo de sus vaqueros y comprobó que estaba vació. 

  —¿Dónde están las putas llaves ahora?—examinó el otro bolsillo y para su mala suerte también lo estaba—mierda, Agnés. 

 Le había guardado las llaves de la moto en su bolso, pues según ella, era muy fácil que estas se escapasen de sus bolsillos. 

  Se maldijo una y mil veces. Le dio una patada a la rueda de la moto y sin perder más tiempo volvió a la discoteca, con la intención de largarse lo más pronto posible, para ser exactos el tiempo que tardaría en coger sus llaves. 

 Miró al guardia de la disco de reojo. No estaba para gilipolleces, y como aquel tipo lo parase para pedirle el DNI, explotaría. 

 Sin embargo, el hombretón no dijo nada y lo dejó pasar sin problema. 

 Las luces lo cegaron nada más entrar y la música aumentó su mal humor. Lo único que deseaba con todas sus fuerzas era no encontrar otra vez a Chloe, con un poco de suerte estaría muy ocupada con su príncipe bailarín. 

 Llegó hasta las escaleras que conducían hasta la planta alta esquivando a un montón de personas que bailaban y se restregaban entre sí. Los escalones eran de metal y los laterales estaban iluminados con luces que se iban turnando pausadamente de color. 

 Si no recordaba mal, Agnés había dicho que estarían arriba haciendo dios sabe qué cosas con un puñado de idiotas borrachos. 

 Y cuando puso pie en el último escalón comprobó como arriba el ambiente era aún más pedante. Había más gente, más cúmulo y más agobio. Sus ojos se desplazaron al centro de la sala, allá donde había más aglomeración, dispuesta en un perfecto círculo mientras todos gritaban todo tipo de cosas que se distorsionaban con el fuerte volumen de la música. 

Objetivo: La Hija Del Alcalde. {Lukloe}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora