Isabelle Lightwood
El viaje de regreso al instituto fue realmente incómodo. Skyler era la más afortunada de los tres, solo tenía que preocuparse en prestar atención al camino mientras nosotros escuchábamos los sollozos y quejas de la pelirroja.
Estaba segura que el dolor de cabeza que hubiera tenido antes no se comparaba con el que estaba teniendo a hora, ¿Cómo es que no se le acababa el agua? Había estado llorando más de media hora y aun así tenía más lágrimas por derramar.
Alec estaba en el asiento del copiloto, Jace estaba al lado de la puerta izquierda de la parte trasera, Clary estaba pegada a la ventada derecha ¿y adivinen quien está en el medio? ¡Exacto! ¡Yo!
Voltee los ojos por enésima vez cuando escuche a la pelirroja sollozar el nombre de Simón.
Mi mano izquierda estaba entrelazada con la de Jace y era un poco doloroso cuando apretaba al escuchar el nombre de aquel mundano, al parecer la pelirroja no era la única afectada con su secuestro.
Acaricie el dorso de su mano con mi pulgar, podía sentir las emociones arremolinándose en su interior, pero la que más resaltaba era la culpa. No me gustaba para nada esto.
Si aquella estúpida volvía hacer algún comentario hacia mi Parabatai estaba segura que lo único que vería seria su muerte.
Solo pasaron unos diez minutos más para que Skyler estuviera estacionando la camioneta en el estacionamiento del instituto.
-¿Cómo pueden los cazadores de sombras mejores que lo que ustedes llaman mundanos? – Clarissa se detuvo a mitad del pasillo volteando a vernos.
-Por qué protegemos a los humanos – explico Skyler frunciendo el ceño en su dirección, estaba claro que no sabía a qué iba esa pregunta.
Su rostro se tornó un tanto rojo, casi llegando al color de su cabello. Parecía que estuviera aguantando la respiración...
-Tienes razón. Humanos. "Protegen a los humanos" – hizo comillas con sus manos mirándonos con una pequeña sonrisa sarcástica, rodee los ojos ¿Acaso no podía dejar de hablar? – Dejaste a Simón solo en la furgoneta – sentí unas manos frías colocarse en mi cintura, gruñí molesta hacia la persona que había impedido la muerte de aquella estúpida chica.