III

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Jungkook

Escuchando las gotas de lluvia caer me pregunto en qué momento mi esposa podrá estar conmigo... la necesito. Cierro con pasador las enormes ventanas que dan hacia el lago y tiro de los cordeles de las persianas para que no entre la triste luz de afuera y el viento que se cuela entre los vidrios. Me vuelvo hacia las escaleras y subo apresurado con el corazón latiéndome fuertemente en el pecho, Joon está llorando. ¿Es maltrato decir que mi hijo de cuatro años no esté con su madre cuando la necesita? Supongo que solamente lo es si ella realmente no estuviera con nosotros. Abro la puerta que supongo, el viento ha cerrado y me precipito sobre su cama.

Está aún llorando, lo veo con la poca luz que entra de la ventana y veo lo sonrojado que está. Le toco la frente casi inconscientemente —un movimiento casi natural en un padre— está caliente, pero él se aferra al edredón. Me aflijo, me consterno porque siendo médico reacciono de una forma en que no debería, porque estoy asustado... y lo estoy porque es mi hijo.

Intento hacer a un lado el edredón pero se aferra más a él, por lo que solo puedo acariciar su cabeza y decirle que todo está bien. Me incorporo y ahora otro chillido viene de al lado.

Suni.

Mi hija de un año. Corro hacia la habitación del lado aun mirando de soslayo a Joon. Me reclino sobre los barandales de madera color rosa y la tomo en mis brazos. Pesa, pesa como un bebe debe pesar, pesa como cuando el amor inunda el corazón. Sigue llorando, abro los ojos más de lo normal para mirarla —sabiendo que me he de ver como un psicópata— pero no observo nada mal en ella. Sin embargo, sigue llorando.

Camino fuera de la habitación y me dirijo hacia la principal. Abro la puerta con una mano y la empujo con mi cadera. Hago mi camino dentro y rebusco entre los cajones mis pertenencias. No hay nada. Me vuelvo hacia las maletas y rebusco pero lo único que encuentro es mi estetoscopio. Siendo un padre, en esos momento me siento como un completo inepto, como doctor, no me siento como uno. Tomo el estetoscopio, sabiendo que aparte de ello necesito un termómetro, y salgo hacia la habitación de Joon, mientras Suni aun llora.

Entro nuevamente y Joon ahora se ve tranquilo, pero tiene la boca abierta como buscando ese aire que le hace falta para oxigenar bien su cuerpo frio y caliente a la vez. Lo toco de nuevo porque casi que es un movimiento inevitable, está aún más caliente. El corazón se me dispara. De repente ya no escucho a Suni llorar después de dejarla sobre sabanas en el sillón, frente a la cama de Joon —y no es que no esté llorando— es solamente que solo puedo concentrarme en uno de ellos a la vez. Debería ser un pulpo, uno gigante.

Presiono el estetoscopio son diferentes puntos del pecho y espalda de mi hijo, pero no percato la fuente de su malestar. ¿Dónde está cuando la necesito? Joon se aferra nuevamente al edredón y pide agua. Rápidamente me levanto, pero entonces el pedido de Joon no es lo único que necesito atender. Me acerco al sillón y tomo a Suni que ahora parece llorar más. La cargo y camino —casi corro— escaleras abajo y entro a la cocina. Todo está limpio, todo está en su lugar. Busco un biberón y saco lo necesario para hacerle la cena a mi hija.

Abro el contenedor de cereal y leche, las manos me tiemblan, me siento torpe, ella está llorando en su cochecito rosa. La leche empieza su cocción... y ¿Cuánto tiempo tardará? Tomo un vaso y lo lleno de agua. Me abofeteo mentalmente. Vacío el vaso y busco de nuevo entre los utensilios. Tomo el vaso amarillo con pitillo —con la cara de algún animal extraño estampado alrededor— y lo abro para llenarlo con agua. La leche aun no burbujea. Alzo a Suni en mis brazos y corro escaleras arriba.

Al abrir la puerta que nuevamente se ha cerrado, me abalanzo a la cama de Joon para tenderle su agua. Él está dormido. Toco su frente... y algo amargo me invade el paladar. Dejo el vaso en su mesa de noche y corro hacia la cocina. La leche se ha derramado por los bordes. Coloco a Suni en su cochecito y me dirijo a la cocina para arreglar toda la mierda que no he podido controlar.

DOS SEGUNDOS POR SIEMPREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora